La mentira más llamativa durante la campaña del Brexit fue la desplegada en un letrero en los costados de un bus rojo que recorría Londres. El anuncio móvil aseguraba en grandes letras a los británicos que su país enviaba 350 millones de libras a la semana a la Unión Europea. Proponía que en vez de mandar ese dinero fuera, el monto debía usarse en el sistema sanitario.

El mensaje era una idea de Boris Johnson, el actual primer ministro. Johnson repitió esa cifra fantasma en la prensa, sin explicar de dónde la había sacado. Cuando finalmente fue refutado, ya no era necesario dar explicaciones. La cifra de los 350 millones era falsa. Johnson a la larga zafó de ser procesado por difundir datos que no se ajustaban a los hechos gracias a que su defensa logró convencer al tribunal que el mensaje del bus, y de otros por el estilo, no eran exactamente mentiras, sino "una afirmación política, abierta a contradicción y debate" y que el "sentido común de los votantes" era el encargado de tomarla en cuenta o desestimarla. A la larga, la estrategia de Johnson -experiodista, exalcalde de Londres y exministro de Asuntos Exteriores- fue exitosa; el sentido común del que se alimentaban sus aseveraciones se impuso, el objetivo se cumplió. La mayoría de los británicos que votó durante el referéndum efectivamente lo hizo creyendo que la Unión Europea era un lastre para Gran Bretaña, en parte gracias al empeño de este hombre de educación aristocrática, comportamiento excéntrico y flequillo rubio al viento; un político que suele hacer declaraciones incómodas o francamente desconcertantes, como comparar a la Unión Europea con el proyecto imperial de Hitler, o formular comentarios sobre las capacidades intelectuales de las personas según su origen étnico.

Durante sus años como político, Johnson ha puesto todo de su parte para que los medios puedan ridiculizarlo sistemáticamente. Así lo han hecho con fotografías y citas estrambóticas. Según una encuesta, la mayoría de los británicos cree que Johnson no está a la altura del cargo o lo consideran derechamente alguien mentiroso, sin embargo, tres años después de que su opción ganara el referéndum, Johnson logró ser elegido por su partido para encabezar el gobierno. Boris Johnson es la persona que el sistema encumbró hasta dejarlo a cargo de una de las naciones más poderosas del planeta. Algo similar a lo sucedido con Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil. Tres personajes distintos en talante, discurso, formación y origen, pero con algo en común: aquello conocido como "democracia liberal" funcionó para que cada uno de ellos llegara al poder. Ninguno usó un caballo de Troya para ascender, no hubo disfraz, las mentiras que han proferido podían ser desmentidas y sus detractores podían fácilmente anunciar lo que escondían bajo las frases altisonantes. Más que refugiarse en una simulación, parecen estar sacando provecho del espíritu de una época que mantiene el futuro escondido tras un grueso telón que nadie se decide a levantar, un escenario a oscuras al que solo nos atrevemos a asomarnos de vez en cuando en la forma de relatos distópicos que confirman todos nuestros horrores. Lo que dábamos por seguro ya no lo es tanto o comienza a desfigurarse de maneras inesperadas.

Por lo pronto, las señales del cambio de época van sumándose. Un estudio reciente del Laboratorio Constitucional de la Universidad Diego Portales sobre participación de jóvenes en política constató cosas que parecen evidentes -como que la participación existe vinculada a causas específicas y que la militancia en partidos es mirada con sospecha- y otras que no lo son tanto, como el temor a expresar públicamente opiniones políticas para evitar el rechazo o los conflictos con los cercanos. Al parecer, muchos jóvenes criados en democracia prefieren callar en lugar de expresar sus puntos de vista ¿Qué piensan realmente los que se mantienen en silencio? Según el mismo estudio, los jóvenes distinguen la idea de "participación" de la idea de "democracia" de una manera perturbadora. Para ellos, ambos conceptos pertenecen a ámbitos opuestos. Mientras "participación" aparece asociada a aspectos positivos, relacionan "democracia" con atributos negativos: hablar de democracia es hacerlo de algo injusto, falso, algo que no los representa, un mero "pacto de ciertas élites".

Intuyo que esa percepción no se explica simplemente por la falta de educación cívica, sino por una experiencia vital que acabó asimilando la democracia a un simulacro que si alguna vez tuvo encanto, lo perdió. Lo que antes convocaba, quedó reducido al espacio muerto que hay entre el telón que oculta el horizonte y las butacas cada vez más vacías de espectadores, una franja que sirve de tarima a los nuevos líderes que prefieren mantener el escenario clausurado, secuestrando el futuro y vociferando que la prosperidad depende de mantener a los débiles a raya y a los afortunados a salvo de responsabilidades.