El avance de la ultraderecha en Brasil despertó las conciencias dormidas de Latinoamérica. Llenó de sangre las venas por las que desde hace un par de décadas no corría más que comodidad y obligó a cierta izquierda a mirar el paisaje de allá afuera y preguntarse ¿por qué está pasando lo que está pasando? Que conste que cuando digo "cierta izquierda" es una forma de aludir a los varones criados sin sombra de dudas, señores que siempre tuvieron la mesa del poder servida, que encontraron todas las certezas envueltas con papel de regalo rojo carmesí, junto con el manual de instrucciones sobre lo que debía o no debía anhelar el pueblo. Y el pueblo los debía anhelar a ellos, a sus ideas y sus propuestas. Pero ahora ven que tal vez no siempre es así y la responsabilidad no puede ser de ellos, de lo que salió o no salió de sus bocas, de los discursos de autosatisfacción monocorde, de las acciones que ejecutaron con orgullo y las que no ejecutaron por cuidar su estatus.
Ahora leo que para muchos progresistas la culpa es de los pobres, que como animalitos bobos dejaron olvidada la conciencia de clase que les correspondía y se deslumbraron por un neoliberalismo que ellos -los señores orgullosos de esa izquierda apolillada- jamás dejarían entrar en sus vidas. Porque supongo que en su proceder diario todo lo que huela a neoliberalismo les repugna, aunque no se note. Los pobres son los responsables de esta desgracia junto con esas minorías que hipnotizaron al progresismo con su poder de seducción y sus agendas irrelevantes. Claro, si hay que encontrar responsables, nada mejor que apuntar a la diversidad y describirla como un lastre del que hay que deshacerse si quieren volver a elevarse en su globo aerostático familiar. Porque en sus mentes la diversidad, el feminismo y la pobreza son compartimentos estancos, casilleros o "nichos", como les ha dado por decir, tomando prestada una expresión directo del marketing.
Ven las demandas como un ranking en el que algunos entran y otros no. No perciben los cruces, las intersecciones, la manera en que la opresión contra las "minorías" es la expresión más aguda de un mismo mal; no lo hacen porque no les importa o sencillamente no calzan con su esquema mental rígido y tosco. ¿Qué tienen que ver con feminismo las mujeres que trabajan en su casa durante toda una vida pero están condenadas a una vejez de pobreza sin jubilación? ¿En qué punto la vida de las personas transgénero significa precariedad laboral, inseguridad sanitaria y abandono? ¿Acaso la pobreza entre los pueblos originarios se mide de otro modo a la del resto de la población? Las marchas del Orgullo LGBT convocan cien mil personas, la marea feminista de este año movilizó a mujeres de diferentes clases, orígenes y edades durante meses. ¿Cuánto convocan esos partidos que se supone representan a los más débiles?
Los dioses están para otras cosas. Ellos ven un pueblo único, masculino y comprometido cuya única misión es votar por lo que más les conviene, o sea, por ellos.
Durante la Unidad Popular el escritor alemán Hubert Fichte visitó Chile. Entrevistó a los dirigentes del gobierno y al propio Presidente Allende. Una década más tarde escribió en sus apuntes sobre aquel viaje y sus encuentros: "Algunos sexys marxistas exprés, hijos de papá que los mandaba a estudiar con Marcuse o Bloch, o Mandell, se armaban rápido algunas recetitas sobre lo que debe hacer el trabajador. ¿No podrían, tal vez los hijos de papá, preguntar a los trabajadores qué les gusta?".
En la elección de 1999 el candidato de derecha estuvo a un puñado de votos de ganarle la elección a Ricardo Lagos. Sería cosa de tiempo para que la derecha triunfara en las municipales de las comunas más pobladas de Santiago. Durante esos años jamás escuché a un dirigente de la izquierda concertacionista mencionar a las minorías, ni enarbolar las banderas de eso que ahora llaman "nichos". Feminismo era una mala palabra, LGBT una sigla desconocida para ellos -¿será una marca de autos?- y la causa mapuche un asunto sobre el que no se detenían, porque hacerlo era perder el tiempo. Lo que sí vi fueron poblaciones con casas que se llovían, noticias de sobresueldos y dineros públicos que se extraviaban. Mientras eso ocurría, los progresistas satisfechos de su propia valía aparecían en las páginas sociales de los diarios rodeados de magnates locales, sonrientes por el rumbo de sus carreras políticas. Si ellos estaban bien, ¿para qué escuchar la mala leche de los que miraban la fiesta de lejos? Eran años plácidos, cuando aún no nos enterábamos de que en Carabineros y en el Ejército -las reservas morales de la patria y de la hombría- sendas bandas de caraduras se llevaban en carretillas el dinero público; tampoco sabíamos que las campañas políticas las financiaban a destajo los dueños de los recursos que se suponían de todos. ¿Acaso en Brasil no ocurrió algo parecido solo que a escalas industriales? El Partido de los Trabajadores sacó a millones de la pobreza, sobre todo en el nordeste, pero no dio respuestas frente a la violencia y robó con desesperación. ¿Será que el voto del fascismo algo le debe a la corruptela desatada en el PT? O tal vez sea que el integrismo cristiano pentecostal ocupó el lugar que por historia le habría correspondido a las organizaciones sociales de izquierda.
Todo eso -el hastío frente a la corrupción, la inseguridad y el avance de los pentecosta-les- está ocurriendo también aquí, en las poblaciones, en los pueblos, en los barrios de bloques desperdigados en un baldío, en las comunas que se cansaron de las promesas de un progresismo desorientado y que ahora votan por el populismo de derecha.
El rumor de una debacle se deja sentir, esta vez en la forma de una ultraderecha que les muestra los dientes justamente a los más débiles –ataques homófonos, acoso a feministas, asesinatos de trans- y los señores del progresismo local, en lugar de acudir a la autocrítica, buscan culpables justamente entre las voces que han escuchado tarde y mal. Frente a la primera curva de la historia nos enteramos de que para ellos las demandas de la diversidad no son más que un cúmulo de reclamos anexados a la diabla que los ha distraído del foco principal.
Sospecho que, en el fondo, a ellos jamás les importó aquello que llaman "demandas de nichos". Quizás adhirieron porque no les quedaba otra, los hacía quedar bien, pero nunca entendieron el sentido profundo de estos reclamos. Ahora solo demuestran lo que realmente piensan, mientras escuchan el rumor del fascismo aproximarse.