El nuevo populismo usa la televisión como el acelerante de un incendio que transforma la ignorancia en convicciones y el privilegio de decir lo que se venga en gana durante una transmisión en directo, en un derecho. Los prodigios que se pueden lograr cuando ambos elementos se combinan –populismo y televisión- recuerdan el momento en el que se encuentra el hambre con las ganas de comer. En este caso el área de acoplamiento ocurre en los discursos masticables que chisporrotean en los paneles poblados por las celebridades de una industria en crisis, una factoría del entretenimiento que se atrincheró en el horario matinal como quien cuida las joyas de la abuela de una clan venido a menos. Las estaciones de televisión cercenaron todos los bordes de mayor densidad –áreas de ficción, de investigación periodística, de galas nocturnas- y se quedaron con la figura de la celebridad parlante como atractivo prioritario. Personajes cuyo talento principal es estar ahí con el aspecto adecuado, refrendado por el número de escándalos que arrastra y la cantidad de corazones que acumula en su cuenta Instagram.

El "rostro" de televisión como entidad mediática cobra formas diversas y es muy diferente a la estrella clásica, creada por el cine, a la que efectivamente conocíamos a través de un talento y trabajo concreto como actuar en una obra de teatro, encarnar personajes en el cine, grabar discos, hacer giras o entrevistar. El rostro de televisión puede llegar a serlo sin necesidad de nada de eso; lo que se le exige es nada más ni nada menos que encantar a la audiencia instantáneamente. Un talento que pocos tendrán y que sobrepasa una formación específica en alguna disciplina u oficio. Ese encanto –ángel, telegenia, le llaman los expertos- se ha transformado en una patente de corso y en una plataforma para difundir todo tipo de contenidos que son presentados como "hechos" a los que hay que dedicarles tiempo de transmisión. Es así como durante largas temporadas se han anunciado catástrofes inminentes, terremotos y tsunamis, porque algún pícaro así lo anunció con vehemencia presentando investigaciones falsas con la labia del vendedor callejero. Así se van impulsando conversaciones absurdas que distraen y confunden a la opinión pública, debates insólitos que incluso atentan contra la salud de la comunidad ¿Podemos difundir que las vacunas son un peligro que envenena a los niños? Sí. Que se diga bien fuerte, porque no hay nada más fascinante que sembrar la duda sobre la ciencia y recobrar la fe en la magia, a ver si de una buena vez aparece una plaga de peste negra.

¿Hacemos un contacto en directo con una casa embrujada de Puerto Montt durante horas? Obvio y en lo posible invitar a un experto en apariciones que nos oriente sobre los rasgos del fantasma involucrado. "Cualquier opinión es válida" es el lema que suelen decir los presentadores que ponen al mismo nivel al gurú de las energías cósmicas y al doctorado en salud pública.

Gracias a esa lógica –que banaliza los acontecimientos en la desesperación por hacer que todo sea entretenido- han pasado por la televisión de los últimos años, con mucho éxito también, vendedores de humo de mayor cuantía, como un doctor que explicaba que el cáncer era producto de la mala onda y que se curaba con batidos de hierbas y un economista que resultó ser un embustero serial que ahora da entrevistas desde la cárcel. ¿Qué tenían en común ambos? Eran bien evaluados por los encargados del programa, favoritos de la audiencia y predilectos de la producción.

En este esquema ya instalado cómodamente, no parece sorpresivo que uno de estos rostros de paneles de matinal juzgara que justificar y alentar la tortura en frente de millones de personas, en una tribuna privilegiada, era una opinión más de tantas, como quien habla del tinturado de pelo o el horóscopo de la semana. Tampoco es alarmante que esta persona, luego de ser reprendida y suspendida de su rol, crea que lo que está en juego no es el respeto a la ley, sino la libertad que ella tiene para decir cualquier barbaridad por la televisión. El panel de televisión puede llegar a creer que su lugar en el set es un derecho civil y no un privilegio bastante cuestionable. De cualquier modo con toda el agua que ha corrido bajo el puente, nada de esto impresiona.

A estas alturas lo realmente preocupante es la forma en que el desatino de "un rostro" es manipulado por un político que rápidamente usa el cruel asesinato de Margarita Ancacoy, una mujer trabajadora atacada a golpes en la calle, como excusa para sus propios fines. Una carambola perversa que transformó una tragedia en una escalada de afirmaciones falaces y retorcidas: comenzaron a dar por hecho que quienes repudiaban la tortura a la que fueron sometidos los hombres detenidos por el asesinato de Margarita Ancacoy lo que hacían era justificarlos y denostar a la familia de la víctima. O estás con los torturadores o estás con nosotros. O estás con la tortura o no te importa el crimen. Una ola de barbarie azotando las redes sociales en forma de hashtags justicieros, paranoicos y virulentos. Un crimen feroz que por la vía del desatino de un programa de televisión, termina manipulado para sembrar teorías de conspiración y cultivar el miedo y el odio. Hay indicios suficientes para pensar que la maquinaria del entretenimiento banal, de la licuadora de contenidos críticos, el desprecio por el conocimiento y el culto al discurso plástico, puede acabar allanándole el camino al más obtuso de los populismos, el que se encumbra en la ignorancia y el miedo y busca disfrazar de justicia la voluntad de la turba furiosa.