El abogado Roy Cohn era un experto en recolectar secretos ajenos. Parte de su ascenso al poder consistió en saber administrarlos para complacer al senador Joseph McCarthy, el hombre que transformó su apellido en sinónimo de persecución política durante la década del 50 en Estados Unidos, y del que Cohn llegó a ser mano derecha. El principal objetivo de McCarthy eran los comunistas, o más bien cualquiera que fuese sospechoso de tener ideas de izquierda dentro del gobierno norteamericano. Pero los comunistas no eran la única amenaza. También lo eran las personas homosexuales, considerados por la cultura de la época como traidores potenciales, criaturas inmorales, fácilmente chantajeables por el enemigo. Hubo razzias y hasta una ley que prohibía que personas gay ocuparan puestos en el servicio público. Detrás de todo eso estuvieron McCarthy y Roy Cohn, quien a la vez que homofóbico era homosexual. Públicamente Cohn era una cosa, privadamente era otra. La hostilidad contra los gays le libraba de sospechas. Cohn vivía en un clóset blindado por el poder que fue acumulando en su vida de abogado de políticos y millonarios -fue el mentor de Donald Trump-, un poder alimentado de secretos.

El sociólogo francés Frédéric Martel acaba de lanzar en Europa y Estados Unidos Sodoma, un libro sobre los sacerdotes homosexuales que según, describe Martel, dominarían la curia romana. Es decir, la cabeza de una institución que prohíbe y penaliza las relaciones entre personas del mismo sexo y considera a las organizaciones de diversidad sexual como enemigas de la fe, estaría dominada por hombres homosexuales desde el pontificado de Juan Pablo II. Según el propio autor, el libro no aborda el tema de los abusos, sino ese sitio fronterizo construido de hipocresía que sitúa la sexualidad en el ámbito de lo innombrable, va acorralando vidas y transformando los secretos en monedas de cambio para mantenerse vigente y gozar los privilegios de una organización de alcances mundiales. En ese ámbito los crímenes ajenos y las transgresiones propias son secretos que se negocian. Un mercado del sigilo en el que todos se saben algo, porque todos ocultan algo.

Martel expone el imperio del clóset como un elemento central en una organización acorralada por su propio pasado y por una jerarquía interna que parece colapsada por las denuncias de abuso a niños, niñas, adolescentes y adultos.

Hace pocas semanas el Papa Francisco debió reconocer los casos de monjas violadas por sacerdotes y obligadas a abortar, un patrón que se repite en distintos continentes. Paralelamente en Chile se difundía la primera acusación de una mujer en contra de Renato Poblete, un símbolo de la beneficencia religiosa local. Una cara pública amable, una vida clandestina amarga, otro tipo de clóset. Todo indica que las denuncias de mujeres, religiosas y laicas irá en aumento en la medida en que se sientan acogidas por sus comunidades. Frente a la presión, el Papa Francisco respondió con una cumbre contra la pederastia, que parece más un recurso comunicacional que el inicio de cambios concretos.

¿Cuándo empezaron los abusos? ¿Cuántas generaciones los han sufrido? Seguramente la respuesta está en los archivos que el Vaticano se ha negado a mostrar.

Sodoma, el libro de Frédéric Martel, devela una de las caras de un fenómeno complejo, un nudo formado por muchas cuerdas, de hebras que se enredan y tensan, tomando a veces la apariencia de una red de pesca, otras una soga de salvataje y en ocasiones un lazo que pende de una horca. La fe, el miedo, el poder y el sexo parecen ser el material de las fibras que tejen las cuerdas que forman el nudo.

En la premiada serie Ángeles en América hay una escena que resume esa figura oscura, contradictoria y contra-intuitiva. La escena transcurre a comienzos de la década de los 80 y recrea un diálogo entre Roy Cohn y su médico. Cohn, encarnado por Al Pacino, está enfermo. Sus tiempos de gloria han pasado, pero conserva una posición relevante en la sociedad. Luego de examinarlo el doctor le detalla que los síntomas que tiene corresponden a un extraño síndrome identificado hace muy poco, que suele afectar a personas drogadictas y hombres homosexuales: "¿Qué es lo que está sugiriendo?", le pregunta bruscamente Cohn a su médico, luego de escuchar la palabra "homosexual". Antes de que el médico responda lo que parece ser evidente, el orgulloso abogado lo obliga a guardar silencio y le aclara en tono perentorio que los homosexuales son criaturas muy diferentes a él, que son personas sin poder ni influencia, seres insignificantes. "¿Te parece que yo soy así?", ironiza Cohn, que logra silenciar al especialista con su tono altanero. Era un último arrebato, un último gesto de poder lanzado desde el clóset, antes de enfrentar lo inevitable.