Ayer, hace nada más que 41 años, fueron detenidos nuestros familiares por agentes de la Dina en Buenos Aires; trasladados clandestinamente a Chile; torturados y encerrados en lugares secretos de detención, donde nadie podía sobrevivir.

Se rechazaron los recursos de amparo; se negaron sus detenciones. Se cerraron todas las puertas. Todas las autoridades mantuvieron silencio. Y una y otra vez se cerraban las causas judiciales abiertas casi por obstinación de sus familiares. Juicios iniciados en Buenos Aires y en Santiago. Siempre con las esperanzas de saber algo, encontrar un rastro, una seña. Nunca, ningún agente de policía, ninguna autoridad, ningún documento, ningún acto, reconoció la detención. Años de silencio. Hasta que el año 2007, en declaraciones policiales, unos agentes comienzan a hablar de una cárcel de exterminio, más secreta que las secretas; y entonces comenzamos a reconocer a los nuestros.

Del relato de sus captores los vemos allí: solos, torturados, dolidos, pero impresionantemente dignos. Y el 2015 se reconoce que parte de algunos restos encontrados en Cuesta Barriga eran de algunos de aquellos detenidos en Buenos Aires. Ese mismo año, varios agentes comienzan a recrear aquella máquina de tortura y exterminio que se vivió en el Cuartel Simón Bolívar, refiriéndose de forma precisa a algunos de los nuestros. Es curioso… 40 años… Y no han olvidado sus miradas, los rostros de sus víctimas… No han olvidado sus palabras… Recuerdan que Alexei y Héctor juegan ajedrez con piezas de papel, en el frío y oscuro calabozo, invocando así a la vida, nada más que solo momentos antes de ser asesinados con gas sarín.

Mientras hoy, el último juicio, comenzado allá el año 1978, continúa sus trámites, parsimoniosamente: de un juez a un ministro, de este a otro ministro… Se reciben testimonios, del presente y del pasado. Los abogados de los victimarios enarbolan todo el derecho que imaginan en su favor; exigen garantías, que se les dan. Son los mismos victimarios que incluso hasta hoy guardan el secreto de las muertes de sus víctimas y del destino de sus cuerpos. Ellos mismos acuden al Tribunal Constitucional para pedir que no se apliquen algunas normas procesales, señalan que podrían vulnerarse sus derechos; ese alto tribunal se toma su tiempo... Sin más, paraliza la causa… No se molesta en dar buenas razones jurídicas… Total, ya han pasado 40, 41 años… Para ellos -esos ministros- es tema del pasado… No hay apuro. Mientras, para las familias de las víctimas el asunto es presente. Lo que ocurre es que el presente ha sido muy lento… aún no se encuentran culpables; no se encuentran los restos; aún no sabemos toda la agonía; aún no se dicta sentencia… 40 años…

Y, entonces, en medio de esta desidia premeditada de algunos surgen voces serias…, muy serias… invocando humanidad con aquellos personajes que están siendo sancionados como criminales. Hay editoriales, artículos, opiniones, todos dirigidos a sugerir que nosotros, las víctimas, pretendemos no respetar los derechos humanos de los victimarios que, por cierto, y como debe ser, siempre se les han respetado. Se anuncia un proyecto de ley…, se le llama humanitario…, para dar libertad a los enfermos, se dice.

De este modo, una nueva agresión nos golpea de frente. Una más. Y ahora, nada menos que la misma Corte Suprema empieza a dar libertad a algunos condenados por asesinatos, tortura, desapariciones…, antes de cumplir las penas por ella misma impuestas. La idea de justicia se aleja. Pero no, no hay de nuestra parte renuncia. No cederemos en el propósito de verdad, justicia y reparación. No, no me lo pidan. Hemos buscado verdad y justicia, ya toda nuestra vida, y seguiremos. Si alguno no nos quiere acompañar en esta reivindicación civilizatoria, pues no lo haga, pero no nos pidan renuncias. No piensen que creemos que el deliberado silencio o complicidad de entonces, en que no hubo piedad para las víctimas, ni generó siquiera una coma de emoción editorial, ahora se ha convertido repentinamente en una real adscripción a los derechos humanos (de los victimarios). No piensen que creemos que la libertad de los asesinos mejora nuestra sociedad. No. No hay espacio para la ingenuidad.

Pedimos sanción… Se llama justicia… No queremos venganza, queremos justicia… Pedimos al Estado que se encuentren los restos de nuestros familiares… Y pedimos que los asesinos sean castigados, como un país civilizado, dentro del derecho, con el rigor que significan los crímenes de lesa humanidad, sin titubeo; nada más, nada menos. No nos pidan que olvidemos… No nos pidan que callemos… No nos pidan… No podemos, como nos recuerda el poeta, no me importa una rosa más o menos…, tengo un pacto de amor con la hermosura; tengo un pacto de sangre con los nuestros.