Los fans de Anahí, exintegrante de la exitosa banda juvenil RBD, a los gritos revolucionan los estudios de Canal 13. Es una tarde de julio de 2010 y Nicolás Copano, por entonces una suerte de antagonista, ingresa al set de Alfombra Roja entre aplausos, luciendo una llamativa chaqueta blanca que recuerda las mejores épocas del área deportiva de la señal católica. Hay un detalle: la prenda, en la espalda, está atravesada por siete cuchillos y algunas manchas de sangre. Es el mismo look que Anahí utilizó unos cuantos meses antes en el Festival de Viña: sus fans se alteran y cambian los aplausos por pifias, quieren agredir a Copano por menospreciar los méritos musicales de su ídolo, por burlarse de su performance. Entre el griterío, Eduardo Fuentes hace callar a Nicolás y le recuerda quién es el conductor del espacio. Pero el de La Florida parece no escucharlo y manda la transmisión a comerciales. El director, en medio del bullicio de las fans y cierta anarquía adolescente, le hace caso.
—Fue una locura. Nos propusimos a hacer una historia y empezamos a bromear. Era muy divertido hacer al malo, el epítome de la no-amabilidad —recuerda el mayor de los hermanos Copano, un par de horas antes de conducir Cada Noche, en CNN.
—Pareciera que queda poco de ese Nicolás...
Nicolás Copano, de 32 años, está enfrente, sentado, atento a todos los movimientos afuera de su oficina. Pese a la ola de calor, viste un traje apretado de color beige y tiene otro, azul marino, colgado en una esquina. Se le nota mucho más delgado que hace una década y su pelo también está más corto. Tiene dos notebooks encima del escritorio, cuatro monitores a su izquierda, una amplia pizarra a la derecha, un par de figuras de Mario y otra veintena de Funko Pops! sobre una repisa: dice que representan a cada uno de los periodistas de su equipo.
—¿Sabís cuál es el rollo? La transgresión era la norma para poder destacar. Por eso Canal Copano o haber hecho en Alfombra Roja el anticomentarista de espectáculos. Yo era diferente por decir cosas. Y quizá en un momento efectivamente pude haber sido una persona que no decía las cosas de la manera más correcta. Pero se olvidan de que hay un contexto —explica—. Hoy, ser transgresor es ser amable porque todos son agresivos. Cambió el código: es políticamente incorrecto ser amable, está supercuestionado. Pero considero que sigo siendo un transgresor.
Convertirse en Copano
Nicolás ordena las ideas. Puede que haya sido a los seis, como mucho a los siete años. Allí, recuerda, sintió el primer flechazo por los medios de comunicación. Don Francisco fue el principal responsable: estaba en la casa de su abuela, viendo Sábado Gigante con su familia, cuando la capacidad del histórico animador, los concursos y el formato le volaron la cabeza. Incluso ahora se pierde un poco cuando habla de esa escenografía rosada o de la ruleta. En ese momento, anunció, había encontrado lo que quería para su vida. Su mamá, preocupada, intentó frenarlo: le dijo que ser animador no era más que un hobby. Que el trabajo era ser periodista.
Se le quedó grabado.
Comenzó una carrera meteórica en los medios: a los 16 años postuló al taller de columnistas de Zona de Contacto de El Mercurio, quedó y, en su primer trabajo, denunció con nombre y apellido a un profesor del colegio al que asistía, el Camilo Ortúzar Montt de Macul. Debió abandonarlo tras la publicación. Cuando supo de la llegada de CQC a Chile, se convenció de que debía estar ahí: le dieron la posibilidad de grabar los Top Five. Desde su casa grabó, entre otros, el recordado segmento donde aparecía Fernando Paulsen hablando y, detrás, en una de las pantallas de Chilevisión, la escena de una película porno. José Miguel Villouta más tarde lo invitó a participar en El Interruptor, debutando en pantalla con el "Comentario teen". Pero su gran oportunidad llegaría el 2007, a sus 20 años, con el Canal Copano.
En el programa, transmitido por Vía X, Nicolás y su hermano, Fabrizio, revisitaban peculiares videos de la televisión chilena y de internet. Se transformó en un éxito instantáneo: Rolling Stone los premió como "ideólogos del año", mientras que Zona de Contacto definió al espacio como "el programa más hot del año".
—Había filas para entrar, era una locura. Fue, para mí, el inicio de una carrera más mainstream, la gente te conocía, hace que a tu mamá le comenten que te vieron en la tele —dice Nicolás—. Pero, te prometo, no lo disfruté.
—¿Por qué no?
—No lo asociaba a un buen recuerdo. Recién hace un tiempo me he ido reconciliando: antes no lo veía, nunca, pero ahora sí puedo. No lo veía porque me decía, no sé, "ya no soy lo mismo"..., pero, finalmente, entendí que sí soy el mismo.
Ganarle al miedo
Canal Copano se mantuvo en pantalla poco menos de un año: una broma sobre Ignacio Franzani, emblemático rostro del canal, apresuró su final. Vía X le ofreció a Nicolás seguir con el programa, pero despidiendo a Fabrizio. Dijo que no: su hermano menor lo había acompañado siempre, desde sus inicios en El Mercurio. Prefirió, entonces, formar una productora —Gou! Infotainment— y volver con Conspiración Copano, una suerte de reedición del espacio, primero en internet, luego en Telecanal.
La apuesta, sin embargo, no resultó: Telecanal canceló el programa con apenas tres meses al aire y Fabrizio lo dejó para irse al Club de la Comedia. Contrajo, además, una deuda de cinco millones de pesos.
Nicolás, por primera vez, se enfrentaba a sus fantasmas.
—Cuando estaba en Canal Copano no dormía, no salía de vacaciones, nada. Vivía pensando que si me iba un mes de vacaciones, todos me iban a olvidar. Después lo mismo: pensaba que todos los días me iban a echar de todo. Yo no vengo de una familia de plata o de los medios, ¿cómo iba a tener algo? Lo único que tenía era un apellido raro. Tenía mucho miedo, mucha torpeza.
—¿Tenías miedo de perder la fama?
—Lo único que tenía era la fama. Porque cuando tenís 19, 20 años, no tenís respeto, no tenís cariño porque la gente no te conoce tanto. Igual, no me sentía famoso: soy de los que saludan a todo el mundo. Pero, en ese momento, mi carrera era la fama. Todos los días estar en la radio, transmitir, escribir, era una carrera de locos. Tenía miedo a dejar de trabajar porque pensaba que iba a perder todo. Que me iban a cerrar puertas. Tenía susto. Y mucho de los errores que cometí tienen que ver con eso.
Fue un mal momento, de mucha tristeza, recuerda Nicolás, pero prefiere no profundizar. Admite que tuvo que ir a terapia, pero no mucho más. Que está superado, que fue hace bastante, que todo lo que pasa es experiencia. En esos días, agarró sus cosas y se fue a Argentina, de vuelta a tocar puertas. Allí lo contactó Sergio Gamboa, profesor de la Universidad del Desarrollo, que se encontraba en plena licitación para ser la agencia de publicidad de Chilevisión. Nicolás armó un dosier ganador con el famoso lema: "TV de verdad". A cambio, Gamboa le pagó cinco millones y pudo costear su deuda.
Con Fabrizio, reconoce, estuvo enojado, pero pronto entendió que era un error.
—Un día, una persona que me había tratado muy mal en los medios me invitó a tomar un café. Esa persona me hizo pelota, pero acepté. Cuando salí de ese café, me dije, ¿cómo puedo ser tan idiota? ¿Por qué mantengo una pelea con mi hermano, si me puedo reconciliar con este tipo que de verdad me hizo daño?
—¿Te molesta que se haya hablado tanto del tema?
—No. Nosotros estamos muy bien. Personas que dejaron de ser artistas, que ahora no juntan más de diez personas, fomentaron ese conflicto. A mí me encantaría hoy trabajar con mi hermano, me encantaría construir algo juntos.
Siguieron nuevos proyectos: una nueva productora —El Grupo— y Demasiado Tarde en CNN. Hasta que Natalia Freire lo contactó para llevarse el formato a La Red: Copano dijo que no, que quería hacer Intrusos, pero de actualidad y política. Reunió personalmente al equipo y moldeó Vigilantes, un programa de panel, el que más ha disfrutado hacer. De pronto, todos los miedos y la ansiedad que había acumulado durante tanto tiempo empezaron a desvanecerse.
Por primera vez en 27 años, Nicolás estaba cómodo consigo mismo. La confianza que proyectaba en pantalla ahora también la sentía propia.
—Todos mis miedos de haber fracasado con una productora, se acabaron. Lo primero fue estar cómodo conmigo, como persona, con mis emociones, que era lo que no había pasado antes. Y disfrutar.
—¿Fue tema tu físico?
—Por desgracia, la sociedad no es body positive, al contrario: eso sí te cierra las puertas. En la tele no hay gordos. Mi programa prime time me lo dieron cuando estaba delgado… algo te dice. Yo no hice ejercicios en 32 años, pero hoy tengo un personal trainer que me saca a las 6.40 de la mañana dos veces a la semana. Quiero estar sano.
Un triunfo del tiempo
Hace dos años, Nicolás Copano estaba convencido de dejar el país. Unos meses antes había ido hasta Argentina, como otras tantas veces, pero ahora con la misión de vender en una feria especializada el formato de MQLTV (Mejor que la televisión), su portal de noticias independiente, en el que había logrado entrevistar a personalidades como los expresidentes Michelle Bachelet y Ricardo Lagos. Los resultados y las sensaciones, entonces, fueron positivas. Pero un llamado de último minuto frenó la decisión: Jorge Carey, el hombre del Grupo Turner en Chile, le pedía una reunión. Allí, el abogado le propuso ser el asesor en la ruta digital del multimedio.
—Es el Barcelona, ¿cómo iba a decir que no? —dice Copano—. Cuando Jorge me propone venir a asesorar, yo tenía mi productora. Pero chao: esto es el Barcelona, juegan los mejores.
El trato cambió hace seis meses: le ofrecieron ser el productor ejecutivo digital de noticias. Nicolás, que durante todo ese tiempo no había salido en televisión, dice, ya no tenía miedo y aceptó. Hoy, llega todos los días a las 09.00 y se queda hasta bien entrada la noche, para conducir Cada Noche, en CNN. Entre sus funciones, se encarga de la construcción del producto, de la coordinación editorial y trabaja con Turner Latinoamérica en el desarrollo de sus plataformas y su performance. Destaca, además, el trabajo de su equipo en el proyecto Digital Primero: los define como un talentoso grupo de millennials que ha propuesto "una conversación diferente".
Cuando presenta a parte de su equipo y exhibe orgulloso las herramientas que utilizan a diario, se nota a un Nicolás muy diferente que el de Canal Copano o Alfombra Roja, acaso con una actitud más paternal.
—Me bajé del púlpito porque quiero escuchar. La gente se hiere, a la gente le duelen las cosas y después te llegan las facturas de las maneras más extrañas. Uno conversa con personas y te dicen: "Oye, tú una vez dijiste esto y me pegó". Y claro, después pienso y si a mí me lo hicieran, también me pasaría.
—¿Te ha tocado decirle a alguien que no cometa tus errores?
—Si nadie te daba un consejo, parecía que estaba bien. Y está muy mal. Ahora yo les digo que no hagan eso, que piensen en que el otro se puede molestar. Yo herí a gente con cosas banales. Me equivoqué.