* Uno
El Estado francés ha rebajado a casi cero el valor de la vida de un senador chileno.
Ricardo Palma Salamanca, a quien se le concedió un asilo político antes de terminar un proceso de extradición, cometió otros delitos -otros asesinatos, un secuestro prolongado y cruel y unas cuantas cosas más- y no pensaba abandonar el uso de la violencia de no ser porque fue arrestado y encarcelado. Pero su magnicidio, su obra mayor, fue el de Jaime Guzmán, el primero de un senador en ejercicio en la historia de Chile.
No lo hizo en defensa de la democracia. Como sus compañeros del FPMR Autónomo, que se habían rebelado contra las órdenes expresas del Partido Comunista, luchaba contra la democracia, contra el proceso de transición iniciado tras la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988. El asesinato de Guzmán buscaba, de manera fantástica, alterar en forma disruptiva la restauración democrática. Buscaba desestabilizar al gobierno de Patricio Aylwin de una manera tal que: a) el presidente propiciara el regreso de los militares o b) mejor aún, se produjera un nuevo golpe militar y una nueva dictadura. Todo lo que ha querido argumentar el Estado francés para amparar su decisión bajo el manto de alguna justicia es fantasioso. Hubiese sido mejor esgrimir una razón humanitaria, o de salud, o de compasión, o, como ha dicho su abogado, de extinción de la pena.
Todos los países del planeta tuvieron en el siglo XX algún momento oscuro. Todos, o la mayoría, hicieron enormes esfuerzos para superarlos y no son menos valiosos los de la periferia que los del centro de Occidente. Suponer que los actos de la justicia chilena de 1994 -el segundo gobierno democrático en Chile, ni siquiera el primero- estaban dictaminados por el pinochetismo es lo mismo que sostener que la justicia de la Quinta República seguía siendo la de Vichy. Esa misma justicia, en esos mismos años, condenó a prisión al jefe de la policía política de Pinochet y a una extensa lista de agentes.
Palma y otros de sus compañeros huyeron de la entonces Cárcel de Alta Seguridad en una fuga espectacular ampliamente financiada con dinero europeo. Algunos de ellos, probablemente inhábiles para subsistir por los medios con que lo hace el común de las personas, siguieron sus carreras delictivas fuera de Chile, sobre todo en la industria del secuestro, que, igual que el narcotráfico, a veces encuentra formas de disfrazarse de ideología. Palma también.
Además de senador, Jaime Guzmán era profesor universitario. El día en que lo iban a matar, sus asesinos lo vigilaron en los patios, se cruzaron con él en los pasillos del campus y le tendieron una emboscada en el semáforo por donde cruzaban los estudiantes. El simbolismo que esto entraña escapa al análisis de la Oficina Francesa de Protección a los Refugiados y Apátridas, y siempre pasará inadvertido para los crímenes de odio, aquellos donde los motivos políticos encubren resentimientos mucho más profundos.
Lo que el Estado francés tendría que saber es la hiriente ofensa que sus decisiones pueden provocar en instituciones democráticas que, imperfectas o interrumpidas como han sido las suyas y las de Chile, llevan más de dos siglos tratando de mejorar la paz social. No puede esperar, razonablemente, que esas ofensas no generen alguna vez, en algún punto, una forma de represalia.
* Dos
La diplomacia es el instrumento pacífico para hacer valer esos rencores. Pero esto supone una diplomacia fuerte y ordenada, que no es lo que Chile tiene en este momento. Por razones día a día más incomprensibles, el gobierno de Piñera tiene a la Cancillería en la peor situación de muchos años. No había ocurrido que, a ocho meses de la asunción de un nuevo gobierno, nueve de las 77 embajadas de Chile estuviesen aún vacantes.
Entre ellas hay al menos cinco de especial prominencia: Uruguay, Italia, India y Palestina. Y Francia. Sería imprudente afirmar que la ausencia de un embajador en París ha provocado el incidente Palma. Pero, sin duda, lo ha facilitado. Incluso, el reclamo del gobierno chileno llegará inevitablemente a un rango más bajo que el de un embajador.
¿Qué está ocurriendo en la Cancillería? El proceso de designaciones ha sido moroso desde el primer momento. La embajada en Washington se pasó inéditos cuatro meses sin titular, hasta que el subsecretario Alfonso Silva, uno de los hombres más experimentados del servicio, partió a llenar el cargo dejando atrás la fuente de frustraciones en que se ha convertido la subsecretaría.
Es bien sabido que al Presidente Piñera le gusta tomar el protagonismo de las relaciones exteriores, lo que deja al canciller solo algunos espacios para moverse. En el primer gobierno de Piñera, el ministro Alfredo Moreno logró acomodarse a ese esquema, con un juego de cintura que le permitió encontrar un papel prominente. No está ocurriendo lo mismo con el canciller Roberto Ampuero, cuyas actuaciones más vistosas se han limitado a Venezuela (y, justamente, a no nombrar un embajador).
Una razón nueva parece ser la intervención de otras personas y organismos en las decisiones sobre nombramientos. Uno de ellos es el llamado grupo del "segundo piso", encabezado por el exministro Cristián Larroulet, donde se han concentrado los análisis sobre designaciones de gobierno. Esto ha sido así en distintos gobiernos, pero nunca respecto de los nombramientos de Relaciones Exteriores.
Es un contrasentido que esto ocurra en un momento en que la carrera funcionaria de la Cancillería está cerca del estancamiento, con numerosos profesionales en rangos altos que no llegan a ser embajadores hasta que rondan los 60 años. Hace tiempo que se sabe que la carrera diplomática necesita un rediseño profundo, pero es un completo absurdo que, sobrando personal capacitado, sigan vacantes cargos de importancia.
Los países resienten estas situaciones. Se sienten menoscabados por la falta de reciprocidad, que se parece mucho a la descortesía. ¿Qué razón puede ser buena para no tener embajador en Montevideo, con gobiernos cuya empatía con Chile es histórica? ¿Y para no tener en Roma, en París?
A propósito de la incertidumbre de varios meses en la embajada en España, se dijo que el Presidente quería evitar la puja de los partidos por las grandes representaciones. Buena razón. Pero no para ocho meses. El incidente Palma es principalmente un problema con la calificación del Estado francés sobre la justicia chilena, pero de paso es también un problema de gestión en la relación bilateral, que empieza con la ausencia de embajador.
* Tres
La izquierda chilena, ese laberinto mayor. Hay una izquierda chilena, la de la ex Concertación, que sabe que el FPMR-A tenía el propósito, no de sobrepasarla, sino de destruirla, como parte del proyecto revolucionario que promovía. A esa izquierda le tocó librar una lucha silenciosa para descalabrar al FPMR-A sin derramamiento de sangre.
Hay otra izquierda, que quiere estar más a la izquierda, que ignora tal lucha, porque lo prefiere o porque ha elaborado sus propias fantasías sobre el pasado. El diputado Gabriel Boric, por ejemplo, se aventuró a decir que la justicia de los años en que Palma fue condenado era dudosa -de nuevo: la misma que condenó a Manuel Contreras-, como si eso fuese un eximente del asesinato de Guzmán. Cuando ocurrió ese crimen, Boric tenía cinco años, y cuando Palma fue sentenciado, ocho. Todos hemos tenido cinco y ocho años alguna vez, pero…
Por suerte que agregó que no se trata de matar a las personas que uno detesta; quizás le faltó preguntarse qué hace una sociedad con los que sí las matan, y con los que les dan asilo. Pero lo que importa no es tanto la opinión del diputado como ese trasfondo, esa borra, en que esa izquierda de más a la izquierda parece capturada por otra izquierda a la que no quiere pertenecer: la izquierda de la violencia, lo que en la época de la izquierda fuerte era llamado ultraizquierda.
Esta capitulación intelectual, esta dubitación tan repetida -Cuba, Venezuela, Nicaragua, ahora Palma, ayer o mañana Apablaza- puede significar una de dos cosas: la prolongación de una izquierda impotente y desunida, sin vocación de gobierno; o la progresiva imposición de un jacobinismo para el cual tengan igual valor los crímenes que las negociaciones, los pistoleros que los parlamentarios. R