El primer guiño se produjo una noche de noviembre de 2016, mediante una carta, directamente desde el módulo 25 del Penal Santiago Uno. Kevin Garrido, el mismo que un año antes hizo explotar una bomba afuera de la Escuela de Gendarmería, en San Bernardo, ofrecía una crónica de sus días tras las rejas: una historia de cuchillos, represión y asesinatos entre reclusos. Pero eso parecía no importarle en el relato. Decía, por el contrario, que era un prisionero en guerra, que estaba preparado, que no se arrepentía de sus acciones, que se había ganado un respeto, que la cárcel no era para siempre. También, acaso lo más importante para este reportaje, que lo tildaron falsamente de anarquista: al cierre, saludaba afectuosamente a distintas "células terroristas", entre ellas a "Individualistas Tendiendo a lo Salvaje" (ITS).

Garrido, de 21 años, murió el pasado 2 de noviembre: Lucas Bravo, otro preso, atravesó dos veces su tórax con un estoque que alcanzaba el metro de largo.

Como si se tratase de alguno de los atentados que suelen adjudicarse, cinco días más tarde, el 7 de noviembre, en un blog que oficia como un improbable medio oficial -Maldición Ecoextremista- se dedicó un comunicado a su memoria: "Para Kevin", se titulaba. Sería el primero de muchos posteos, donde reivindican la figura de Garrido y lo posicionan como una suerte de mártir. Lo consideran un guerrero.

Pero la muerte del joven también encendió las alarmas en otro extremo: grupos anarquistas, rápidos, optaron por desmarcarse del deceso. Utilizando la misma fórmula, en clave de blogs, se empecinaron en demostrar que Kevin no era de los suyos. Que era un ecoextremista. Es decir: un enemigo.

Un melodrama anarquista

Empezaron como suelen empezar todos: ansiosos, sin experiencia, seguramente ilusionados, con el convencimiento de poder cambiar el orden establecido. Cosecha de los años 90, escuchaban La Polla Records y Los Miserables y se politizaron al son de Los Fiskales Ad-Hok. En las mismas marchas, de negro y con banderas negras, en las mismas "okupas". Algunos, incluso, tocaron en las mismas bandas. Pero el tiempo los separó: sus ideas los separaron. Unos cuantos volvieron a sus casas, decepcionados. Otro puñado optó por dar la lucha desde lo institucional.

Pero hubo una facción que optó por radicalizar el discurso. Se hicieron llamar, desde el 2011, ecoextremistas.

Operando principalmente desde la deepweb, se comunican a través de blogs y se autodefinen como "Individualistas Tendiendo a lo Salvaje". Su lucha: el intento de una guerrilla urbana que -desde el anonimato- busca reivindicar y combatir contra todo lo que atente y domestique la naturaleza salvaje. Una lucha que se opone al progreso humano y tecnológico. No hacen distinciones: para ellos, "cualquier humano civilizado merece estar muerto".

—Originalmente pertenecen a una línea anarquista insurreccionalista. Pero es más bien una corriente nihilista que no tiene una lógica política y que centra su interés en un ecologismo radical —explica un investigador y experto en el tema, que prefiere ocultar su identidad ante posibles represalias.

El concepto de grupo, aclara, tampoco sirve para definir a los que se identifican como ITS: tienen el carácter de una célula que podría estar constituida por una sola persona. Tal vez dos o tres individuos que, seguramente, ni siquiera se conocen entre sí.

—Cuando la gente piensa en anarquismo, la primera imagen que se le viene a la cabeza es la "okupa" o el bombazo —reconoce un exmiembro de una organización anarquista—. Parecen ser lo mismo, pero hay puntos de inflexión que marcan diferencias entre ambas corrientes.

Sergio Grez, historiador y autor del libro Los anarquistas y el movimiento obrero (LOM, 2007), explica, en ese sentido, que "el anarquismo tiene principios doctrinarios claramente definidos: una sociedad igualitaria, sin clases sociales, sin división social del trabajo y, sobre todo, sin Estado. Identificarlos con cualquier forma de violencia política es un error conceptual".

Los actos vandálicos, sin embargo, parecen ser el punto en común que une a ambas corrientes. Aunque sus objetivos son distintos: mientras los anarquistas insurreccionales apuntan a objetos simbólicos, como bancos o inmobiliarias, que generen un daño material -considerando también los daños colaterales que puedan implicar-, los ecoextremistas planean ataques indiscriminados contra la "sociedad-rebaño" y el "humano-plaga", como definen.

Los propios "Individualistas Tendientes a lo Salvaje" de Chile, en su primer comunicado, de febrero de 2016, marcan la distancia: "Desde hace rato ya que echamos a la basura la biblia del anarquismo y su iglesia. Específicamente esa consigna de 'sin Dios, ni amo' o 'contra todo Dios'".

La respuesta anarquista se ha dado principalmente en el extranjero. En Estados Unidos, lograron lo que muchos servicios de Inteligencia no: detectar a algunos de los tipos tras los ecoextremistas, ecofascistas, como ellos mismos los apodan, y difundieron sus datos en internet.

—En Chile, las críticas son durísimas: los anarquistas los consideran unos imbéciles —afirma el investigador.

Amenazas invisibles

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Kevin Garrido y Juan Flores.[/caption]

Fue el 13 de enero de 2017. Pero dos años después, el paquete que explotó en las manos de Óscar Landerretche sigue siendo el "orgullo" más grande de la corta historia de ITS-Chile. Pese a que se adjudicaron decenas de atentados de diversa consideración entre octubre de 2015 y marzo de 2016, perpetrados por "La célula Karr-Kai", el ataque sobre el expresidente del directorio de Codelco los instaló en la discusión.

Regresión, revista que debutó en 2014, se encargó de recopilar y difundir los atentados de los ecoextremistas a nivel mundial: en la sección "Cronología maldita" detallaban los ataques, con imágenes de los artefactos y de sus consecuencias. Allí se consignan varios atentados en Chile, como el incendio que se produjo el pasado 24 de mayo de 2016, en el patio de comidas del Mall Vivo Centro de Santiago.

Su acción más reciente fue el viernes 4, cuando depositaron un artefacto explosivo en un paradero de Transantiago, en la esquina de Francisco Bilbao con Vicuña Mackenna: cuatro personas resultaron heridas, sin riesgo vital. "Nuestro sobre-bomba estaba compuesto por un niple de acero artesanal. ¿Recuerdan ese niple con el que le reventamos los dedos al minero en 2017?, el mismo. Relleno con 100 gramos de pólvora negra, cuya activación se genera al tirar de un cartón", explicaron, posteriormente, en un comunicado que acompañaron con la imagen de su "regalo".

También, a través de su blog, Maldición ecoextremista, advierten sobre nuevos ataques: "Nosotros ya estamos lejos, ocultos y preparando lo próximo, tenemos más recipientes y más voluntad. Nuestros pequeños artefactos han causado un enorme terror y han tenido una gran repercusión mediática". Aseguran, orgullosos, que con poco se puede hacer mucho: solo hacen falta ganas de desastre.

Sus próximos objetivos, al parecer, se vinculan con las universidades, replicando el modelo mexicano que ha reivindicado numerosos atentados contra académicos de la Unam desde 2011: "Nuestro niple de acero en contra de la Universidad Católica Silva Henríquez en abril pasado, y nuestro termo con cuchillos abandonado en un paradero en frente de la Facultad de Agronomía en septiembre fueron el preámbulo del desastre", se puede leer en el comunicado. El jueves 10, el Gope desactivó una bomba de similares características a las del último atentado ecoextremista en las inmediaciones de la Universidad del Pacífico de Melipilla. El grupo aún no se pronuncia.

A los anarquistas, por su parte, se les sindica como responsables del Caso Bombas I, que empezó a gestarse con una serie de ataques con artefactos incendiarios en 2009. Mauricio Morales, en mayo de ese año, murió tras la explosión de un artefacto que pretendía instalar en la Escuela de Gendarmería. En 2011, Luciano Pitronello, otro anarquista, estuvo cerca de correr la misma suerte: sobrevivió, pero sufrió graves heridas. En 2014, en el denominado Caso Bombas II, se condenó a Juan Flores a 23 años de prisión, por la detonación de una bomba en el Subcentro de Escuela Militar.

Estos ataques parecen haberse convertido en una verdadera amenaza para el Ministerio Público y las policías: el Caso Bombas I fue considerado un fracaso y las condenas, en los últimos años, han sido solo cinco: Luciano Pitronello (2012), Hans Niemeyer (2013), Carla Verdugo e Iván Silva (2013), Juan Flores (2018), Joaquín García y Kevin Garrido (2018).

Desde fiscalía advierten que los ecoextremistas pueden llegar a ser, incluso, más peligrosos. Se los reconoce como grupos pequeños, de no más de tres personas, con motivaciones distintas a los anarquistas, que estudian minuciosamente los sitios donde instalarán sus explosivos artesanales. Las dificultades para dar con ellos principalmente apuntan a su estructura difusa: como no reivindican una ideología política tradicional, es más difícil rastrearlos. También se suma el hecho de que prescinden de la comunicación formal: no ocupan teléfonos y destacan por su gran manejo de la seguridad informática. A más de una semana del último ataque, no hay sospechosos. La investigación, dicen en la fiscalía, aún se encuentra en la etapa de recolección de datos, esperando informes, revisando las cámaras.

Un exmiembro de un movimiento que se define como anarco-sindicalista, sin embargo, prefiere no darles tal importancia:

—Son unos hueones que levantan la cabeza una vez al año para decir que existen. No son Al Qaeda o el Frente Patriótico.