Impostores y mentirosos: De memorias falsas a vidas imaginarias, historias de grandes estafadores
La literatura en torno a suplantadores y fraudes es amplia, desde ficticias víctimas de abusos, falsos sobrevivientes del Holocausto o del 11-S a un supuesto médico que engañó y asesinó a toda su familia. Emmanuel Carrère y Javier Cercas han escrito sobre ellos.
A veces tiembla, todo su cuerpo. En esos momentos la abstinencia le parece un infierno. James Frey es drogadicto y delincuente y está en una clínica de rehabilitación. Va a terapia, le muestran videos inspiradores y le dan un cuaderno para colorear. Pero en su interior acumula furia. Tiene 23 años: “Quiero beber. Quiero cincuenta copas. Quiero una botella del alcohol más puro, más fuerte, más destructivo, más venenoso de la Tierra. Quiero cincuenta botellas. Quiero crack, sucio y amarillo y lleno de formaldehído”, escribe.
En el año 2003 James Frey publicó En mil pedazos, las memorias de su vida como adicto y delincuente. Escritas con un estilo directo y elocuente, con una franqueza a menudo estremecedora, en ellas narra la batalla contra la adicción, su estadía en la cárcel por agredir a un policía y los momentos más tristes y oscuros de la abstinencia. Entre otros episodios, cuenta una operación dental sin anestesia, y cómo soportó el dolor hasta que sus uñas se rompieron.
Con ecos de Hemingway o Bukowski, el libro cautivó a críticos y lectores, entre ellos Bret Easton Ellis. Para el autor de Menos que cero, algunos pasajes de la autobiografía de Frey “dejarán al más duro y escéptico con lágrimas en los ojos”. Eso le pasó a Oprah Winfrey: la presentadora saludó al libro con los ojos humedecidos y lo recomendó en su Club de Lectores. Obra de un absoluto desconocido, En mil pedazos fue el libro de no ficción más vendido de 2005.
Para el verano siguiente, las ventas de Frey superaban los de 3 millones de copias y sumaba contratos a numerosos idiomas. Pero entonces tuvo que comparecer ante Oprah, que ya no estaba tan emocionada: se sentía engañada y quiso saber por qué Frey había engañado a los lectores. Según descubrió una investigación periodística, sus memorias no eran precisamente honestas: Frey nunca agredió a un policía, no estuvo detenido más de cinco horas en una comisaría y sus problemas con las drogas fueron bastante más suaves de lo que contó. Básicamente, Frey pasó ficción por no ficción. Gato por liebre.
El escritor reconoció que había magnificado su experiencia, inventando pasajes y elevando la temperatura de otros con fines dramáticos. “Todos los narradores son embellecedores. Para contar una historia de manera efectiva, se manipula la información”, dijo a The Guardian. “Mi memoria sigue siendo lo que escribí”.
En esos mismos días, la literatura norteamericana conocía otra impostura: The New York Magazine descubrió que JT LeRoy, un escritor trans, hijo de una prostituta y quien fue víctima de abusos en su infancia, no existía.
El nombre de LeRoy se dio a conocer el año 2000 con Sarah, su debut literario, una novela autobiográfica donde narraba su niñez de abusos y drogas. Una conmovedora historia de resiliencia, escrita con 17 años, que fue aclamada por la crítica y que lo situó como un autor de culto, admirado por escritores y celebridades.
Curiosamente, nadie conocía a LeRoy. Aunque solía tener largas conversaciones telefónicas con Courtney Love, Dennis Cooper o Gus Van Sant, sus nuevos admiradores, nadie había visto su rostro. Para 2001, una mujer de peluca rubia y lentes oscuros apareció en escena afirmando ser JT LeRoy, sin exhibir demasiado su rostro y acompañada de una asistente de melena roja. La performance duró hasta 2006, cuando se descubrió que LeRoy era obra de la mujer de melena roja, Laura Albert, escritora y ex asistente de sexo telefónico, quien tenía una historia de niñez abusada.
A través de la figura de LeRoy, Laura Albert pudo canalizar experiencias que le resultaban difíciles de enfrentar. De algún modo, el éxito la embriagó y extendió el artificio hasta que no supo manejarlo. “Fue tan divertido”, reconoció en el documental Autor: The JT LeRoy Story.
La historia en general está poblada de fraudes y mentirosos, y la historia de la literatura en específico reserva varios episodios a engaños e imposturas de distinta naturaleza. Ya Platón decía que “el que miente con arte es el que sabe la verdad, y el que miente sin la verdad, no tiene arte para mentir”.
Falsas víctimas
Probablemente uno de los acontecimientos históricos que más ha servido a los impostores es el Holocausto. En 1997 Misha Defonseca publicó Misha, una memoria del Holocausto, donde narra cómo sus padres judíos belgas la entregaron a una familia católica que la maltrataba. Con solo 4 años, Misha habría escapado y caminó 5.000 kilómetros a pie hasta Ucrania. Según su relato, en su viaje fue adoptada por lobos salvajes que la ayudaron a sobrevivir. De este modo llegó al gueto de Varsovia y mató a un solado nazi que quiso violarla.
Demasiado espectacular para se verdad, la historia de Misha resultó falsa. De hecho Misha Defonseca no existe: su verdadero nombre es Monique De Wael. Nacida en Bélgica, sus padres eran católicos que fueron detenidos y asesinados por los nazis por participar en la resistencia. Ella tenía 7 años y fue criada por sus tíos. Pese a la tragedia familiar, siguió yendo al mismo colegio y nunca estuvo en el gueto de Varsovia.
Radicada en EEUU, Monique De Wael ganó millones de dólares por su libro, y su historia ficticia fue llevada al cine por la directora francesa Vera Belmont. Pero en 2014 un tribunal la condenó a devolver US$ 22 millones a su editorial por publicar una falsa memoria. “No es verdaderamente real, pero es mi realidad”, se defendió en el documental Misha and the wolves.
Herman Rosenblat, un sobreviviente del Holocausto, cruzó la delgada línea entre memoria y ficción en su autobiografía Angel at the Fence. Nacido en Polonia, Rosenblat contó que sobrevivió en Buchenwald gracias a una niña que cada día se acercaba a la reja y le lanzaba una manzana. Si la idea de que una niña pudiera acercarse a la valla de un campo nazi sin recibir una bala de las SS resultaba difícil de creer, el desenlace de la historia parecía escrito en Hollywood: según Rosenblat, 15 años después se encontró con la niña en una cita a ciegas, cuando ambos se habían trasladado a Estados Unidos. Se reconocieron en Nueva York, se enamoraron y se casaron.
A mediados de los 90, Rosenblat contó la historia en un concurso por el Día de San Valentín. La pareja fue invitada al show de Oprah y Rosenblat comenzó a visitar escuelas y participar en actividades vinculadas al Holocausto. Un agente le propuso escribir un libro y se hablaba de una adaptación al cine. En 2007 volvieron a revivir el relato con Oprah, quien la llamó “la historia de amor más grande que hayamos contado al aire”.
Con el subtítulo The True Story of a Love that Survived, el libro estaba previsto para publicarse en 2009. Pero los historiadores del Holocausto pusieron duda su relato, señalando sus inconsistencias. Rosenblat sí sobrevivió al genocidio, pero el ángel de su historia no era real. La editorial canceló la publicación, Oprah se sintió nuevamente decepcionada, y el autor pidió perdón públicamente.
“No fue una mentira. En mi imaginación, en mi mente, lo creí. Incluso ahora, lo creo, que ella estaba allí y me tiró la manzana”, dijo.
Del mismo modo, en 2016 Joseph Hirt, un hombre que durante años dio conferencias como sobreviviente, pidió perdón en una carta al periódico local de Pensilvania. Hirt decía haber huido con su familia judía de Polonia a Belgrado, pero fue detenido por los nazis y enviado a Auschwitz, donde conoció a Mengele. Aseguró haber escapado bajo una cerca eléctrica.
“Le escribo hoy para disculparme públicamente por el daño causado a cualquiera por haberme insertado en las descripciones de la vida en Auschwitz. No fui un prisionero allí”, reconoció, presionado por un historiador que descubrió su impostura. Su nombre no figuraba entre los sobrevivientes, pero Hirt se tatuó el número de Primo Levi en Auschwitz. Según él no lo hizo para suplantar al escritor, sino como “como una forma de recordarlo”. Toda su mentira apuntaba a “realzar la importante verdad del sufrimiento y la muerte de tantos”.
Una explicación similar esgrimió Enric Marco, el falso sobreviviente español del nazismo. Hombre convincente y perspicaz, durante la transición se inventó una nueva identidad a la medida de los tiempos: la de perseguido por el franquismo. Y cuando comenzaba la memoria del Holocausto, adoptó el discurso de un sobreviviente del nazismo. Pero nunca pisó un campo de concentración.
“Enric Marco era un farsante”, escribió Javier Cercas en El País. “Durante los 27 años anteriores había fingido ser el prisionero nº 6.448 del campo de concentración alemán de Flossenbürg; había vivido esa mentira y la había hecho vivir: en esas casi tres décadas Marco pronunció centenares de conferencias sobre su experiencia del nazismo, presidió la Amical Mauthausen, la asociación que reúne a los antiguos deportados españoles en los campos de concentración” y hasta emocionó a algunos diputados con su testimonio en el homenaje a las víctimas españolas del nazismo.
A diferencia de otros sobrevivientes, Marco parecía disfrutar del relato de sus sufrimientos en público. Eso llamó la atención del historiador Benito Bermejo, quien descubrió sus falsedades: en realidad, Marco fue un trabajador voluntario durante el Tercer Reich.
“Las falsedades de Marco son en gran parte nuestras fealdades”, dijo Javier Cercas en 2014, cuando publicó El impostor, la novela que relata en la historia del fraude. “Todos mentimos para que nos quieran, para que nos acepten. Todos maquillamos un poco nuestras vidas. Este hombre no solo es la metáfora de todos nosotros, sino la metáfora de lo que nuestro país se ha inventado”, agregó.
La mentira siempre vence
A menudo las mentiras ocultan otras vidas, pero ¿qué quería ocultar Jean-Claude Romand, el falso médico y funcionario de la OMS que una mañana asesinó a su familia? Esa pregunta guió a Emmanuel Carrère, quien le escribió en agosto de 1993: quería escribir un libro y comprender las “fuerzas terribles” que movilizaron su tragedia. Entonces Francia estaba horrorizada con sus crímenes.
Luc Ladmiral, el mejor amigo de Romand, no podía creerlo: habían sido compañeros en la Escuela de Medicina, donde Romand realmente solo cursó un año, pero siguió asistiendo y leyendo para aparentar. Y mientras Luc llevaba una vida tranquila como médico en la apacible comunidad de Ferney-Voltaire, Romand era una eminencia de la investigación científica y trabajaba en la OMS.
Casado y padre de dos hijos, Romand encarnaba la imagen del vecino discreto y exitoso. Pero solo era una fachada. Cada día subía a su auto y deambulaba, se iba a leer a bibliotecas o a caminar por los bosques cercanos. Para financiar su nivel de vida, estafó a amigos y familiares con inversiones en investigación médica. Pero las deudas lo estaban cercando.
El 9 de enero de 1993 Romand lo destruyó todo: asesinó a su esposa en la cocina. Fue a la habitación de sus hijos de 7 y 5 años y les disparó con un silenciador. Subió a su BMW y condujo a casa de sus padres; almorzaron juntos y luego los asesinó. Al salir, mató también al perro. Viajó entonces a París a reunirse con su amante, a quien intentó asesinar, pero finalmente le perdonó la vida. Regresó a su casa, tomó un puñado de barbitúricos y le prendió fuego, con él dentro. Pero pese a sus intenciones, no murió. Sobrevivió y fue condenado a cadena perpetua. Pero tras 26 años en la cárcel, en 2019 recuperó su libertad.
“Me impactó el vacío total que rodeaba su impostura. No había nada detrás de su doble vida. Ni un vicio, ni una perversión sexual. Simplemente deambulaba. Había algo misterioso”, afirmó Carrère, quien publicó El adversario el año 2000.
Una tragedia como el 11-S también tiene sus impostores. En 2007 Tania Head fue destituida como presidenta de la Red de Supervivientes del World Trade Center: The New York Times reveló que Tania en realidad es Alicia Esteve, una catalana que el día de los atentados estaba en Barcelona. La historia la recoge un documental con un título preciso: Me lo inventé todo.
Tal vez Albert Camus tenía algo de razón cuando sugería, “el privilegio de la mentira es que siempre vence al que pretende servirse de ella”.
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