La ministra de la Mujer de Nueva Zelandia, Julie Anne Genter, exponiendo con su guagua en brazos sobre la igualdad de género, fue una de las imágenes icónicas de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW63), que tuvo lugar en la ONU en Nueva York durante estas últimas dos semanas. Antes, la primera ministra Jacinda Ardern había sido pionera al llevar a su hija a la misma instancia. Como ella, ya el 2009 la parlamentaria Karla Rubilar y, más tarde, Camila Vallejo, hicieron noticia en Chile por ir a sesionar con sus hijas en brazos.
Unos, al ver las imágenes, han dicho y dirán: "Es un show. Sin duda, tienen quien cuide a sus hijos y podrían dejarlos en la casa". Otros pensarán que es una forma de ganar popularidad y mostrarse cercanas.
Pero ellas están haciendo un punto: hay una trama detrás de la vida "oficial" de cada una que no puede obviarse. No se puede dar por hecho que detrás de cada persona que trabaja fuera del hogar habrá alguien que le "facilite la vida", subvencionándolo con su tiempo, para que pueda hacerlo. Cuando lo hay, ese alguien normalmente es una mujer. Y, aunque también trabaje, ella carga -por defecto- con la responsabilidad de la esfera privada.
También se asume que por cada persona que "cuida" hay alguien que provee. Con un 40% de hogares encabezados por mujeres eso no es real. Tampoco es sano que la vida laboral niegue la vida personal y haga invisible su trama.
Hoy, la necesidad de cuidar a los más vulnerables es una variable que tensiona las ciudades, que gatilla migraciones, que sobrecarga a las mujeres con una segunda jornada de labores.
El trabajo no remunerado que se lleva a cabo en los hogares es materia de estudio internacional, como el de la experta María Ángeles Durán, también asistente al CSW63. Ella ha estimado que en España, este equivale a 28 millones de empleos de tiempo completo. "Lo que no hacen el Estado ni las empresas ni el voluntariado, lo hacen los hogares. Y decir hogares es una ficción: lo hacen las mujeres".
Resolver la crisis de cuidado que se avecina no será fácil. Pagarlo es impracticable, porque los que más lo necesitan son los que no tienen dinero. Tampoco los Estados podrán financiarlo sin subir drásticamente la carga de impuestos. Eliminarlo es inviable: si bien ha bajado la natalidad, el aumento de las expectativas de vida significa más personas adultas dependientes, con las consiguientes enfermedades crónicas.
El consenso internacional que se está instalando al respecto plantea que la única forma de avance significativo será la redistribución del cuidado por la vía del género y de la edad: los hombres y los jóvenes tendrán que asumir su parte en esas tareas colectivas no remuneradas. Y esa redistribución significa ajustes en todas las áreas de la sociedad. Es un cambio social y cultural que viene y que más vale acoger.
En nuestro país debiésemos comenzar por otorgar, de una vez, derechos exclusivos de cuidado a los hombres, posnatal y sala cuna, como hemos venido planteando desde la sociedad civil.
Sin duda, estas mujeres políticas podrían haber conseguido quién cuidara a su guagua, pero no quieren contribuir a esconder esta trama. Porque no nos hemos hecho cargo de que la "normalidad" que damos por sentada ya se cayó a pedazos y hay que transparentarla para que, efectivamente, avancemos hacia la corresponsabilidad.R