La primera ola
La ola feminista explotó este año, tomándose calles y universidades. Esa fue la cuarta embestida. Antes, a principio del siglo XX, se alzaron las primeras voces denunciando la falta de derechos políticos y sociales de las mujeres e incluso se formaron partidos ad hoc.
El año decisivo fue 1934. En Francia se despedían de Marie Curie, científica y ganadora de dos premios Nobel y aquí, a más de 11 mil kilómetros de distancia, las mujeres obtenían derecho a votar y ser votadas en las elecciones municipales. No fue un camino fácil ni rápido: tuvieron que pasar cinco décadas entre el primer intento de voto por parte de un grupo de mujeres en San Felipe, quienes pidieron inscribirse en el Registro Electoral y fueron rechazadas rotundamente, y la promulgación de la ley que permitió que las mujeres solo pudieran elegir alcaldes a partir de 1935. La posibilidad de participar -ya fuera como candidata o como votante- en las elecciones generales era aún un escenario remoto.
Los primeros movimientos feministas se gestaron en 1913, en el norte de Chile, en medio del salitre, el auge económico y los obreros. Luego vinieron grupos de lectura y organizaciones informales, hasta que en 1922 tres mujeres decidieron unirse políticamente: Estela La Rivera de Sanhueza, Elvira de Vergara y Berta Recabarren constituyeron el Partido Cívico Femenino (PCF), el que sería el primer partido exclusivamente feminista de la historia nacional.
Con influencias de organizaciones feministas de Uruguay y Argentina, el PCF se propuso luchar por los derechos laborales, políticos y civiles de las mujeres de la época, por una educación mixta y por la autonomía económica, a través de encuentros, charlas y actividades, pero principalmente, a través de las publicaciones mensuales de la Revista Acción Femenina. Los mensajes eran claros: "Esposas, madres, si sois indiferentes por nuestro porvenir no tenéis derecho a serlo por el de vuestras hijas". El suplemento tenía editorial, cartas con sus respectivas respuestas, poemas, pequeñas biografías de mujeres destacadas y llamados a participar de la incipiente política femenina: "Es indispensable que os preparéis; que tengáis un conocimiento pleno de los problemas municipales (...), que no seáis como tantos hombres que han llegado a depositar su voto sin siquiera tener idea de lo que es el municipio".
En esas primeras elecciones municipales se inscribieron cerca de 64 mil de las 850 mil potenciales electoras. Del total de candidatos, el 3% fueron mujeres y ocuparon el 2% de los cargos. Aún así, el PCF calificaba el derecho a voto municipal como, "sin lugar a dudas, un peldaño difícil" que habían logrado conquistar.
Con el mismo compromiso y lenguaje, la revista se preocupaba por los temas propios de las publicaciones femeninas de la época: "Hay que luchar contra los tejidos adiposos, que son causa de prematura vejez, hasta desterrarla del planeta". "La belleza de las manos ha sido siempre un símbolo" y "Cómo combatir el enrojecimiento del rostro".
Ese mismo año, el de las elecciones municipales, uno de los nombres más conocidos del feminismo nacional comenzó a resonar en los círculos de mujeres: Elena Caffarena. Hija de inmigrantes italianos y destacada abogada, fue parte de la primera generación de mujeres en entrar a la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y fundó, junto a Olga Poblete, el Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH). Caffarena y su equipo también crearon una publicación, un periódico que bautizaron como "La Nueva Mujer". El foco del movimiento, al igual que el del PCF, era la conquista de plenos derechos políticos, pero Caffarena puso especial interés en los derechos de las mujeres de clase obrera, ya que consideraba que los avances nada habían "influido en la mujer del pueblo". Los cambios que realmente se necesitaban iban en la línea de mejorar el estándar de vida de la mujer trabajadora: "Mejorar salarios y menos hijos son los requisitos indispensables para emancipar a la mujer".
Dos fueron los hitos fundamentales del MEMCH: redactaron en 1941 un proyecto de ley para permitir el sufragio universal, que tenía el apoyo de Pedro Aguirre Cerda, pero que quedó estancado por la temprana muerte del presidente, y organizaron el primer congreso femenino en Santiago.
Aun así, la organización tenía muchos detractores. "Se nos tacha de comunistas; pero este es ya un recurso muy gastado y que no impresiona a nadie", decía su fundadora.
En ese contexto, un nuevo nombre se alzó entre las feministas: María de la Cruz. Creó, junto a la escritora Matilde Ladrón de Guevara, el Partido Femenino de Chile, y si bien en las bases buscaba lo mismo que el MEMCH, nunca compartieron espacios.
En una entrevista a Caffarena realizada por Diamela Eltit, la secretaria general del MEMCH calificó al Partido Femenino como una institución "de vida fugaz y que no dejó ninguna influencia, porque sencillamente era un partido que no tenía principios". Caffarena fue más cruda aún: según ella, la organización podría haberse llamado "Partido María de la Cruz".
Aún así, junto con el sufragio universal conseguido en el año 1949, María de la Cruz se transformó en la primera mujer en llegar al Senado. No alcanzó a terminar su período parlamentario: fue desaforada por supuesto contrabando, lo que terminó con su carrera y con el partido en 1953.
Ese mismo año, el MEMCH también dejó de existir y, junto a él, se disolvió la primera ola feminista. Pero Caffarena tenía claro que el trabajo no estaba terminado: "Costará muchos años, los mismos años, quizás, que ha durado el sistema patriarcal".
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