Dolor de cabeza, mareos, vómitos y taquicardia. Esos fueron los síntomas que sintió Milenka Arraiza el jueves 23 de agosto en la mañana, cuando salió al patio de su casa. En el consultorio le dijeron que tenía gastritis, pero Alejandra, su mamá, prefirió llevarla al Hospital de Quintero. Desde ahí en adelante fueron cayendo uno a uno en la familia Cárdenas Arraiza: Alejandra; su nuera con siete meses de embarazo; sus nietos de dos y cuatro años; su otra hija y su pareja. Siete intoxicados en total en menos de 24 horas. ¿La causa? Vivir en Ventanas, bahía de Quintero.
La familia Arraiza son solo algunos de los 358 casos de personas intoxicadas en Quintero y Puchuncaví producto de la nube tóxica que desde ese jueves mantiene a ambas comunas con alerta amarilla, un nuevo episodio de contaminación en la denominada "Zona de Sacrificio", como ha sido reconocida por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), debido a que sus habitantes están expuestos a las fuertes consecuencias de las actividades productivas, que impactan la calidad del aire, suelo y agua.
La crisis ambiental desatada en las localidades de la Región de Valparaíso motivó incluso la visita al lugar del Presidente Sebastián Piñera el martes 28, quien anunció un plan de descontaminación para la zona, además de mejoras hospitalarias y de la red de agua potable. El Mandatario hizo un llamado a las 17 empresas de la zona a disminuir sus emisiones y actividades aun por debajo de la norma vigente, para superar prontamente la emergencia ambiental.
Sin embargo, tal como recuerdan sus habitantes, este no es un hecho aislado, sino que se inserta en una historia que se remonta desde fines de los años 60, cuando se presentaron los primeros reclamos por contaminación en la zona, producto de la instalación de la división Ventanas de Codelco, en ese entonces Enami.
"Cuando yo era chica, los papás nos encerraban en la casa a las 5 de la tarde, porque las industrias soltaban los gases que caían sobre la población. Ahora se supone que no los sueltan, pero nosotros conocemos los olores, los aromas. Sabemos cuándo hay algo tóxico en el aire, te empiezan a picar los ojos, la garganta", recuerda María Benavides, quien lleva más de 50 años viviendo en Puchuncaví.
"(La salud) es lo único que ha motivado a la comunidad para exigir cambios de la forma de producción de las empresas y dar mayor garantía a la comunidad de no estar en permanente amenaza de nubes tóxicas o patologías como el cáncer, enfermedades respiratorias y también enfermedades que afectan la capacidad intelectual", señala Hernán Ramírez, ingeniero en pesca, miembro del colectivo Dunas de Ritoque e investigador de la Fundación Terram.
"Es un miedo permanente, una tortura que se le hace a la comunidad, porque saben que corren riesgo. Cuando se les dice 'oye, estás viviendo en una zona donde el arsénico supera hasta 23 veces lo que recomienda la norma de la Unión Europea', ¿qué haces tú si eres mamá y tienes niños? ¿Qué haces tú si no tienes la capacidad de cambiarte de ciudad?", agrega.
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La cantidad de enfermos de cáncer y de otras enfermedades que se producen en la zona producto de los altos niveles de contaminación presentes tanto en el suelo, como el agua y el aire, son algunas de las interrogantes que han quedado abiertas tras el reciente episodio de emergencia ambiental.
Desde la Secretaría Regional Ministerial (Seremi) de Salud indicaron que las cifras más actualizadas respecto de la salud de los habitantes de las comunas de Quintero y Puchuncaví se encuentran en el estudio "Diagnóstico Regional de Salud", informe que se realiza cada tres años y que considera variables que interfieren en la salud, como demografía, situación socioeconómica y cobertura del sistema de salud en la zona, entre otros.
<strong>"Cuando yo era chica, los papás nos encerraban en la casa a las 5 de la tarde, porque las industrias soltaban los gases que caían sobre la población. Ahora se supone que no los sueltan, pero nosotros conocemos los olores, los aromas. Sabemos cuándo hay algo tóxico en el aire, te empiezan a picar los ojos, la garganta", recuerda María Benavides, quien lleva más de 50 años viviendo en Puchuncaví.</strong>
En su última versión, correspondiente a 2016, el estudio muestra una tasa superior para la comuna de Puchuncaví en comparación con la región en los cinco indicadores de mortalidad entre 2004 y 2013: general, por tumores malignos, enfermedades del sistema circulatorio, por traumatismos y envenenamiento y enfermedades respiratorias (ver infografía).
Otro de los aspecto que recoge el diagnóstico regional de salud es la tasa de años de vida potencial perdidos (AVPP), que se calculan considerando como prematuras las muertes ocurridas antes de los 80 años. En este aspecto, Puchuncaví -entre 2004 y 2013- tiene una tasa de 77,1 por cada 1.000 habitantes, mayor al valor regional (72,2 por 1.000 habitantes), ocupando el sexto lugar más alto en la región.
Para comparar las comunas de la región, el estudio realiza el denominado "semáforo de datos comunales", en el que se agrupa a las comunas en "tercios", donde verde significa que la comuna se ubica en el mejor rango regional, amarillo en el intermedio y rojo en el peor. En este último, Puchuncaví se encuentra en "rojo" en ocho de los 22 indicadores: tasa ajustada de mortalidad general (2004-2013); tasa ajustada mortalidad tumores malignos (2004-2013); tasa ajustada mortalidad por enfermedades del sistema circulatorio (2004-2013) y tasa AVPP, entre otros.
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Eduardo Carvajal (64), casado y padre de dos hijas, llegó a vivir a Ventanas, en la comuna de Puchuncaví, hace 45 años, cuando junto a su familia se trasladaron hasta el sector acompañando a su padre, quien buscaba mejores oportunidades laborales en la zona. Carvajal creció allí y se dedicó a la pesca artesanal, aunque cuando está "malo el asunto del mar" trabaja por temporadas en Codelco y en Puerto Ventanas.
En enero de este año le diagnosticaron cáncer de próstata con metástasis. "Por supuesto que hay una relación con la contaminación. Aquí, en casi toda la comunidad hay varios casos de enfermos de cáncer, e incluso muchos han muerto. Nosotros, por mis hijas sobre todo, pensamos en cambiarnos, pero por el tema económico no se ha podido", cuenta, en alusión al trabajo de su esposa como auxiliar de párvulos en la comuna.
Eduardo Carvajal padece uno de los cánceres más comunes como causa de muerte entre los hombres de Puchuncaví, como establece el ranking de las 10 primeras causas específicas de mortalidad 2004-2013 (ver infografía). En la estadística figura en primer lugar el infarto agudo al miocardio (40,5 por cada 100.000 habitantes), le sigue el tumor maligno a la próstata (28,4) y en tercer lugar el cáncer maligno de estómago (27,3). Todas enfermedades cuyo promedio es más alto que en el resto de la V Región.
En el caso de las mujeres, la primera causa de mortalidad es la neumonía (26,7 por cada 100.000 habitantes), seguida de insuficiencia cardíaca (25,5) y, en tercer lugar, accidente cerebro vascular encefálico agudo (20,7). Los tumores malignos se ubican un poco más abajo, en el séptimo y octavo lugar (de mama y de los bronquios y del pulmón).
Margarita Pereira (71) ha vivido toda su vida en Ventanas, en la misma casa donde crió a sus dos hijos, desde donde puede ver el mar y también las industrias con sus columnas de humo, desde donde se sienten distintos olores dependiendo de la hora y donde actualmente pasa sus últimos días producto de un cáncer de pulmón terminal.
Se lo diagnosticaron hace un año, y los múltiples doctores que la trataron le dijeron que se trataba de una enfermedad que avanzaba rápido, fulminante. Le dieron ocho meses de vida.
Coincidieron también en otra cosa: tenía que irse de Ventanas. "Pero a dónde vamos a ir, si no tenemos otro lugar", dice Alejandra Mujica, su hija, quien se devolvió de Antofagasta para cuidar a su madre a tiempo completo.
Alejandra cuenta que los exámenes que le hicieron a Margarita para ver la causa de su enfermedad determinaron que su cáncer era producto de químicos acumulados en su cuerpo.
"Aquí hay una situación de agresión permanente. Esto es solo la punta del iceberg, esta gente que acudió, más de 300 personas, pero hay mucha más gente que fue expuesta y las consecuencias de eso y los cánceres que se produzcan se van a ver en años", plantea la presidenta del Departamento de Derechos Humanos, Medio Ambiente y Biodiversidad del Regional Valparaíso del Colegio Médico, doctora Juanita Fernández.
La doctora destaca que entre los elementos identificados en la nube tóxica está el metilcloroformo, una sustancia prohibida hace muchos años por el Protocolo de Montreal, porque no solamente es potencialmente mortal, sino que, además, destruye la capa de ozono.
Desde el Colegio Médico de Valparaíso han solicitado que se paralicen las industrias hasta que se determine fehacientemente qué sucedió, en primer lugar. Si no se puede hacer eso, evacuar a la población, en tercer lugar cambiar la norma de calidad de aire a la brevedad y, en cuarto lugar, establecer un consultorio especializado en contaminación, que vea los contaminados e intoxicados crónicos, los agudos y a los empleados de las industrias.
Fernández hace hincapié en que sin que exista una norma que regule la calidad del aire, este problema se va a volver a repetir, porque es la ausencia legal la que permite que se generen estas crisis ambientales.
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"El contaminante que más nos genera preocupación por su toxicidad y por su altas concentraciones es el arsénico: respirable y en el agua, que ha sido detectado en un estudio reciente que realizó la ONG estadounidense Water Keeper en pozos de Ventanas. En los dos pozos que midió encontró niveles de arsénico y plomo sobre la norma de la agencia de protección ambiental de EE.UU", señala Hernán Ramínez.
A eso agrega que "los niveles de arsénico que hay en todas las estaciones de monitoreo del territorio marcan niveles que superan 23 veces la norma europea y los niveles que recomienda la OMS. El arsénico tiene relación con cáncer, pérdida de bebés en gestación, con pérdidas de coeficiente intelectual, entre otras causas".
<strong>"Aquí hay una situación de agresión permanente. Esto es solo la punta del iceberg, esta gente que acudió, más de 300 personas, pero hay mucha más gente que fue expuesta y las consecuencias de eso y los cánceres que se produzcan se van a ver en años", plantea la presidenta del Departamento de Derechos Humanos, Medio Ambiente y Biodiversidad del Regional Valparaíso del Colegio Médico, doctora Juanita Fernández.</strong>
A diferencia de Puchuncaví, el diagnóstico regional de salud correspondiente a Quintero muestra en los cinco indicadores de tasas ajustadas de mortalidad niveles inferiores al promedio de la región (ver infografía).
En cuanto al "semáforo de datos comunales" -a diferencia de Puchuncaví, que aparece en "rojo" en ocho de los 22 criterios-, Quintero solo se encuentra en "rojo" en dos criterios: porcentaje de niños/as con lactancia exclusiva seis meses (2013) y tasa AVPP por 1.000 habitantes.
"Hay múltiples explicaciones de por qué las tasas no reflejen la realidad. Lo que pasa es que la gente de Quintero se va a atender a Viña del Mar con más facilidad que la gente de Puchuncaví, entonces hay un problema de que se enlistan en otros lugares", explica la doctora Juanita Fernández.
"Ha habido más tiempo de exposición de los punchuncavinos que de los quinteranos y no cabe duda de que es por esa razón que hay más nivel de cáncer en Puchuncaví que en Quintero. Esto se debe a que el viento predominante en la zona es de sur a norte, es decir, el viento va hacia Puchuncaví", explica, por su parte, el activista ambiental e ingeniero en pesca Hernán Ramírez.
Más allá de eso, para poder establecer una comparación entre las tasas de cáncer como causa de mortalidad que afectan a Quintero y Puchuncaví y las cifras a nivel nacional, la doctora Fernández aclara que es muy difícil, ya que las tasas nacionales no están disponibles para poder compararse de forma correcta. A eso agrega que últimamente muchos certificados de defunción de quienes mueren en sus hogares no son atribuidos a la enfermedad que padecían, sino que a un paro cardiorrespiratorio.
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Alberto González, fotógrafo, decidió en 2004, cuando tenía 54 años, dejar Santiago y trasladarse definitivamente a la comuna que había sido su lugar de veraneo por muchos años: Ventanas.
Lo movía fuertemente poder retratar el daño ambiental que generaban las industrias del sector a través de su cámara fotográfica, recuerda su hija Carolina González.
Su casa, en el sector de Ventanas Bajo, tenía acceso a agua de pozo. Fue en julio de 2015 cuando comenzó con fuertes dolores abdominales. Luego de una serie de exámenes, en noviembre de ese año le diagnosticaron un cáncer a las glándulas suprarrenales. Murió a los dos meses, en febrero de 2016, a los 66 años. El pozo al que tenía acceso Alberto fue analizado por un laboratorio extranjero y a través de laboratorios nacionales "se evidencia un cóctel de metales pesados importantes. Más de 10 metales pesados evidenció un análisis de estudio del laboratorio Hidrolab", comenta Carolina González.
Sus hijas, Paz y Carolina no viven en Ventanas. La primera reside en La Reina y la segunda, en Pichilemu. Ambas han pensado vender la casa, aunque cada cierto tiempo las invade la duda entre cortar el lazo definitivamente con la comuna o seguir dando la pelea que había comenzado su padre por un lugar sin contaminación.