Uso cremita para los ojos, es mi mayor vanidad. Todas las caricaturas que me hacen son siempre con unas tremendas ojeras. Tengo cremas de babosa, de propóleo para las ojeras y para las patitas de gallo, y sí, son súper eficientes. Hay algunos que consideran que eso puede ser femenino, pero yo creo que no, que es necesario. También tomo spirulina.
Me encanta Baradit. Me he leído los dos tomos de su libro La historia secreta de Chile. He aprendido, porque además lo he chequeado y todo lo que dice es cierto. Él no es historiador, pero se ha dedicado a investigar el lado B de la historia. La historia la escriben los vencedores y no hay que creerle mucho a la historia oficial.
Soy fanático de Maná y Shakira, aunque algunos me molestan. Ojitos Así me encanta. Me enamoré es la última y era cierto, yo pensé que era una canción, pero era Piqué. Era escrita para Piqué. En mi equipo dicen que los tengo aburridos con Maná. De repente los CD de Maná van y vienen. Me gusta En el muelle de San Blas, me emociona Mariposa Traicionera... Me gustan todas en realidad.
En la política todos en algún momento son Frank Underwood. Ha habido varios y son articuladores: Enrique Correa, José Antonio Viera-Gallo, Mahmud Aleuy, o sea, para ser cercano a Frank tienes que tener poder. Ahora, el personaje está maximizado, o sea, llegar a cometer el crimen de empujar a la periodista al metro puede ser una exageración propia de la ficción.
Los hoyos de los pozos sépticos de mi casa de niño me tocó construirlos a mí. Mi infancia está relacionada con Conchalí, Recoleta, el sector periférico de Santiago, donde todo eran chacras, viñas, sapos, acequias. La casa inicial fue construida en adobe, años después se construyó en ladrillo. No había alcantarillado. Era la época en que íbamos a la acequia y llenábamos de sapos la artesa de mi madre y un día se nos olvidó avisarle y abre la artesa y saltan las ranas. Tuvimos que arrancar todos esa mañana.
Cuando niño le dije a mi papá: “Quiero ser Presidente de la República”. ‘¿Por qué?’ me preguntó. Yo le respondí que “porque me encantan las bebidas y creo que los presidentes pueden tomar bebida todos los días”. Me dijo que no se necesita ser Presidente de la República para tomar bebida. Yo tenía como siete u ocho años, dice mi madre.
Para hacer radioteatro me subían arriba de un banco. Era una sala de grabaciones grande, en Radio Pacífico, con un tremendo micrófono al centro y todos los actores de pie rodeando el micrófono. Fue una bonita experiencia, porque los demás niños creían siempre que eso era verdad. Yo tenía una ventaja sobre el resto, porque tenía la versión interna y externa. En el Doctor Mortis, cuando mis hermanos llegaban a saltar, yo les metía miedo, porque sabía que era falso.
Hoy, por primera vez, tengo el celular de Jacqueline van Rysselbergue. Nos aliamos por el tema del tercer dique de Asmar. Después de la reunión dijimos ‘ya, vamos a tener que tener el teléfono para que sigamos en esto, porque nos comprometimos frente a los trabajadores’. La Jacqueline tiene seis hijos, pero es Opus Dei. Yo soy agnóstico y tengo cinco. Ella en la universidad era parte del movimiento Enrique Molina Garmendia, que era conservador, pro estudio, contra las tomas. La primera imagen que tengo de la Jacqueline es llegando a la Facultad de Medicina a desarmar la toma con unos gorilones de rugby, enormes, musculosos, y la que hablaba y hacía el discurso político era ella.
Tengo el honor y el orgullo de haber compartido con el Presidente Chávez. Para el aniversario de los 200 años de la Independencia de Venezuela fui invitado formalmente por Cilia, la “primera combatiente” de Nicolás Maduro. Yo estaba sentado en segunda línea, hacen las presentaciones y dicen: ‘Nos acompaña Alejandro Navarro, vicepresidente del Senado de Chile, gran amigo de Venezuela’. Chávez entra en modo radar y empieza a revisar y nos miramos a los ojos, y me saluda militarmente y yo lo saludé militarmente también, porque no podía gritar en medio de la asamblea.