Cuando era chico preguntaba por qué tenía el pelo rubio y todo el mundo lo tenía café o negro. Mi mamá trataba de explicarme lo inexplicable: me decía que cada uno era único e irrepetible.

Siempre me tocó heredar la ropa, porque era el décimo de mis hermanos. En ese tiempo existían los calcetines con papa. Hoy, los jóvenes no creen que antes el calcetín era un artículo de lujo. Había un huevito de madera y ahí se zurcía. Ese era el calcetín con papa: el que me tocaba a mí.

Mi padre fue un soldado alemán. Él entró con 18 años a la guerra y le tocó estar en Francia, en Rusia y en Italia, siempre en el campo de batalla. La mayoría de los soldados alemanes no sabía lo que ocurría con los nazis. Mi aproximación a ellos es de repulsión, de no poder creer que exista tanta maldad. Es lo mismo que me pasa con los comunistas, porque ellos se creen los defensores de los derechos humanos y son responsables de millones de muertes.

Dormí en una cuna al lado de mis papás hasta los cuatro años. Es una imagen de puro cariño, puro amor. Yo era el menor, estaba en Paine, y todo el resto estaba estudiando en Santiago. Allá vivían con la Oma, una abuelita no carnal que nos cuidaba. Cuando llegué a Santiago, mi mamá estaba preocupada de lo que iba a pasar, pero como era libre de espíritu, me bajé corriendo a abrazar a la Oma y dije: “Qué bueno, al fin llegué”.

A los siete años jugaba con mis amigos al rodeo de chanchos. Te subías arriba del chancho y veías cuánto durabas. En el campo eso era natural, así como sacarle leche a la vaca. Pero no cualquiera le saca leche a la vaca. No es llegar y tirar, tiene su ciencia. No le puede doler, sino que tienes que hacerle una especie de masaje a la ubre.

Si uno se salta los “martes de pololeo” acumula mucha tensión. El “martes de pololeo” es salir a pololear, comerse un sándwich. Es algo muy sano para mantener el diálogo matrimonial, porque al final los matrimonios fracasan porque no conversan. Al principio me costaba ser demostrativo, porque vengo de una cultura donde los afectos no se demuestran. Cuando pololeábamos con la Pía y llegábamos a la casa de mis papás, yo no le tomaba la mano. Me costó soltarme, así que fui a terapia. En ese tema a mí me ayudó un ginecólogo. Si tú no logras liberar tensión, hay profesionales que te pueden ayudar. Si alguien me dice que me haga ver, salvo que sea Guillier, no tengo problema.

Era el molestoso, el pinganilla del colegio. Estudié en el Colegio Alemán y ahí fui el promotor de la guerra de corontas de manzanas. Un día llevé una y decidí arrojar la coronta. A las tres semanas todo el mundo llevó manzanas y en el patio volaban las corontas para todos lados. Después, cuando era más grande y mi sala estaba en el segundo piso, era el que incitaba a hacer cadenas humanas en la escalera para que nadie llegara. A mí no me hicieron bullying, yo era el molestoso.

Soy el padrino de confirmación de Felipe Kast, mi sobrino. Tenemos una buena relación: hablamos de política, aunque hemos peleado algunas veces. Respecto de quién es el Kast bueno y quién el malo, depende de con quién hables. Nunca se sabe quién es quién.

Nunca conversé a solas con Pinochet. Yo defiendo su gobierno, pero nunca me tomé ni un café con él. No hay que ser muy creativo para pensar que si estuviera vivo votaría por mí. Ahora, si me hubiese juntado con él, nos habríamos tomado un tecito en La Moneda.

Tengo mi lista de Spotify, la “Kastlist”. Tiene Silvio Rodríguez, Bacilos, Katy Perry, Denver. Mi señora puso la canción Te amo, de Franco de Vita, porque ese tema lo usamos cuando nos casamos. La cantamos juntos siempre. El año pasado me tocó ir a la Teletón y estaba Franco de Vita. Yo estaba on fire.