No soy celoso, aunque una vez sentí un ataque de celos. Siendo senador, venía muy tarde a mi casa por la calle Las Torres, y de repente, por el rabillo del ojo, veo a un señor que le abre la puerta a una mujer muy parecida a la Cecilia. Yo paré, retrocedí y los empecé a seguir. Se fueron a Vitacura, y entraron a un restaurante. Pensé: “¿Qué hago? ¿Me voy a mi casa y me hago el loco?”. Entonces decidí enfrentar la situación. Entré y ahí veo que el tipo con que estaba era un gran amigo de los dos, que es gay. Tuve que frenar mi ímpetu y saludarlo con mucho cariño. Les dije que los había visto porque estaban en una mesa cerca de la ventana que da a la calle.
He tratado de ser un buen papá, pero en alguna época fui un padre ausente. Fue cuando entré a la política, a comienzos de los 90, y era senador. Me arrepiento profundamente y, desgraciadamente, la vida no nos da la oportunidad de volver atrás. Estoy tratando siempre de compensar. Siento que cuando fui Presidente, nunca descuidé a mi familia.
Tengo recuerdos de una niñez muy feliz. Incluso, de muy chico, cuando mi madre nos sacaba a pasear en el Central Park de Nueva York. Como éramos cuatro niños entre uno y cinco años, ella compró cuatro correas de perro y nos sacaba a pasear como perritos; cada uno tenía cinco metros de libertad. Las gringas la interpelaban: “¡¿Cómo es posible que los trate como perros?!”. Ella les contestaba: “¿Y qué quiere que haga? ¿Que se me arranquen?”.
Mi primer amor fue en La Serena. Los amores más apasionados son los de niños. ¿Usted leyó El niño que enloqueció de amor? Bueno, yo estuve muy cerca de eso. Debe haber sido alrededor de los 12 años. Fue un amor de verano, cuando uno tiene ese sueño del verano sin fin.
Mi mayor miedo es la soledad. No podría vivir solo, ser un ermitaño. A la muerte no le tengo miedo. Mucho más miedo a la soledad.
He tenido muchos carretes con el Negro Piñera. Los más memorables eran en Estados Unidos, muchos festivales de rock. Aquí hubo uno en Piedra Roja, que fue muy famoso. No me acuerdo si fui o no, pero lo recuerdo como si hubiera ido, porque está muy presente en mi vida. Me gusta el carrete, pero como una excepción, no podría vivir en carrete permanente.
Con mi hermano José nos tenemos cariño, respeto, pero no somos cercanos. En cierta forma, es algo que está pendiente, pero las cosas son como son. Yo he hecho intentos, pero somos muy distintos.
Es verdad que aprendí a querer las piñericosas. La vida sin humor sería invivible. Algunas piñericosas son verdad, otras mito, pero me producen gracia. Con lo que más me he reído es con los memes, por ejemplo, todos los que hubo de mi caída en Bajos de Mena. Los tengo guardados. Tengo gran capacidad de reírme de mí mismo; no soy un tonto grave.
Según mi madre, los tics me empezaron en la cuna. El otro día una persona me decía que había medicamentos o que fuera a ver un neurocirujano, pero a estas alturas, echaría de menos mis tics, han sido compañeros de siempre. Mi mamá creía que me quedaban chicas las camisas, y yo le decía que no, que hago ese gesto incluso cuando estoy con traje de baño. En los momentos de más tensión, tienden a intensificarse, porque libero esa tensión moviendo los hombros. Me salen nomás.
Antes reprimía las emociones y siento que ahora estoy soltándolas cada vez más. He llorado, especialmente en los últimos tiempos, a veces por una canción que me llega al alma, por una película. La última vez que me salió una lágrima fue hace pocos días, cuando vi a mi hija Cecilia en la franja. Yo¡ sabía que iba a aparecer, pero no había visto lo que decía. Me llegó muy profundo.
Nunca pienso cuánta plata dejo de ganar por estar haciendo esto. La verdad es que hace mucho tiempo que no me interesan los billetes, ahora solo me interesa La Moneda.
*Esta nota fue publicada originalmente en 2017