En Chile hay tres memorias. Está la memoria de la derecha, la que pretende inflar los conflictos antes del Golpe para decir que la izquierda llevo a un estado de debacle general. También está la memoria de la Concertación, que es una memoria en la medida de lo posible, la que no cierra Punta Peuco. Y, por último, está la memoria de las víctimas. Entre esas me cuento yo.
El accidente cerebrovascular me cambió la vida, ahora soy un viejito de bastón. El otro día en una marcha afuera del Liceo 1 una niña me dijo: "¿Señor, lo ayudo a caminar para retirarse?". Le pregunté si trabajaba para Carabineros y se enojó la cabra chica. Le expliqué que quería estar acompañando su protesta. Ya no puedo ir a marchas, la gente quiere ayudarme a cruzar la calle.
En un momento le rogué a San Sebastián para seguir con vida. Mi mayor alegría de seguir vivo es mi familia. Lo segundo es poder seguir cantando. Es lo más poderoso que hago como artista. Incluso, más que la literatura. Un día, un amigo me dijo que no hiciera más música, pero le dije que si no cantaba no me podía sentir vivo. Tras el ataque quedé más afinado. Algo se movió en mi cerebro.
Al Frente Amplio le falta calle. A los nuevos comunistas también. Lo digo con todo el respeto y con cariño, porque yo quiero mucho a la gente joven que se ha incorporado a la política, pero se nota esa carencia. Lo que molesta es que parece que vienen a decir que inventaron hasta el café con leche. Ese discurso renovador es poco real.
Gabriela Mistral se ha transformado en un referente para mí después de los 40. Antes no tenía mucha cercanía, pero revisando un libro me encontré con una clave. Era el poema sobre la Cordillera de los Andes. Ella escribía lo mismo que yo había vivido en mi infancia en Los Andes, la etapa más feliz de mi vida. Hace poco grabé un poema inédito de ella y me puse muy nervioso. Nunca me pasa, pero esa vez me paralicé. No podía cantar. Después sentí que Gabriela me tomaba de la mano y me ayudaba a cantar. Tengo una conexión muy especial con ella.
La cocaína me bajoneaba mucho. Probé un par de veces, pero me pasaba al revés que la mayoría de la gente. Me ponía a pensar que todo era falso, que todo era una cáscara. Una vez tomé ácido y casi me vuelvo loco.
Mi sueño de niño era ser arquero de la U, habría sido mejor que Johnny Herrera. Mi referente era Manuel Astorga, arquero del Ballet Azul. Cuando tenía nueve años iba al Estadio Nacional a verlo. El partido podía jugarse en el otro arco, pero yo siempre estaba mirando a Astorga. También respeto al Superman Vargas, incluso tengo un poema dedicado a él.
Estoy muy contento de que haya tantas feministas. Cuando llegué a Chile desde Londres en el 85 vine con una pareja que se decía feminista. Y la miraban muy raro. Le decían: "¿Pero cómo, si no eres lesbiana?". Y ser lesbiana era despreciable en la época. Estoy contento de que las mujeres por fin se pongan de pie para defender sus derechos.
Que un militante de izquierda se dé vuelta y termine en la derecha me parece una cosa repugnante. Hay casos lamentables que corresponden a ciertas patologías, como el "Fanta", que se volvió torturador. Cuando uno es un animal político no puede estar dándose volteretas. Lo de Mauricio Rojas me parece lamentable.
No le tengo miedo a la muerte. No creo que haya otra vida, creo que llegamos al mundo una vez y luego nos vamos. En un momento se va a acabar el sol y todos vamos a morir, es algo natural. Que la gente que tiene cierta edad y tiene enfermedades se muera es parte de la vida. Me da más pena la muerte de los jóvenes y los niños.