"No. No es necesaria esta introducción".
A las 16 horas del 21 de febrero pasado, tal como estaba previsto, los tres representantes de la organización Laicos de Osorno cruzaron la puerta del número 260 de Monseñor Sótero Sanz, en Providencia, para testificar en la investigación sobre el obispo Juan Barros. Justo en el edificio al lado de la Nunciatura, en las Obras Misionales Pontificias los esperaba un sacerdote español. Un tal Jordi Bertomeu.
¿Quién era? El notario eclesiástico de Charles Scicluna, el enviado especial del Papa, pero no sabían nada más de él. Nadie sabía de él.
Cuando uno de los voceros de los laicos, Juan Carlos Claret, vio a un hombre flaco, alto, de ojos verdes, que lo saludó de manera muy protocolar -brazo extendido, apretón de manos ni tan fuerte, ni tan suave- pensó: "Debe ser el padre Jordi". Pero no, era el secretario del nuncio Ivo Scapolo. A su lado había otro hombre, mucho más joven y que ya se había visto por televisión acompañando al arzobispo de Malta. Un cura más.
Ese cura miraba la escena y sonreía.
-Yo soy Jordi -dijo y se acercó a los laicos. A la mujer la saludó de beso, a los dos hombres con un apretón de manos que no parecía propio de un enviado del Vaticano.
La espontaneidad de Bertomeu fue lo primero que los descolocó. Ya adentro de la sala, en el primer piso del edificio, lo que los sorprendió del sacerdote fue que no les pidiera una presentación formal, tampoco una justificación de su entrevista. Pero a los laicos los asombró aún más que manejara tanta información.
-Ya sé lo que pasa en Osorno, ya sé lo que van a decir, porque lo han dicho en otras ocasiones. Ya vi los videos, vi las entrevistas, leí las noticias. Ahora necesito que vayamos más allá -dijo y comenzó la reunión.
Un rol casi invisible
Para muchos, el nombre Jordi Bertomeu es sinónimo de un completo desconocido. Es más. Quien navegue en internet buscándolo probablemente primero se tope con el presidente de una liga de básquetbol. Para otros, el sacerdote español cumple un rol clave.
Pero, aparentemente, un rol en las sombras. Hasta ahora.
Dos días después de su llegada, el 21 de febrero, las complicaciones de salud terminaron con Charles Scicluna en la Clínica de la Universidad Católica por una operación a la vesícula. La misión encargada por el Papa -investigar las acusaciones en contra de Barros- no se podía detener. El arzobispo de Malta ya se había reunido con dos de los principales denunciantes: Juan Carlos Cruz, en Nueva York, y James Hamilton, en Chile. Así, Bertomeu tuvo que asumir la responsabilidad de oír los testimonios. Durante cuatro días siguió con el plan y realizó más de 20 entrevistas en ausencia de Scicluna.
El español había pasado de ser quien tomaba nota a protagonista. Y a 11.900 kilómetros del Vaticano, cruzando el Atlántico, Bertomeu, en un giro impensado y con apenas 49 años, se convertía en un hombre clave para la crisis de la Iglesia chilena.
Pero el sacerdote lleva más de siete años de experiencia en estos casos.
Bertomeu es oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Trabaja en la oficina de disciplina, en la que un grupo de oficiales, entre ellos el español, se dividen por zonas. Ellos son los que se encargan de los llamados "delitos contra la fe y la moral".
En simple: la mano derecha de Scicluna en Chile es el primero, en la zona de América Latina, en tomar contacto con las denuncias en contra del clero, recoger los datos y realizar un primer informe sobre ellas.
Su ingreso a la institución no es coincidencia. Fue en la Universidad Gregoriana, en Roma, donde Luis Ladaria Ferrer -el prefecto de la congregación- lo conoció y, explica el vaticanista español José Manuel Vidal, "de su mano entró en (la Congregación para) la Doctrina de la Fe". Allí, dicen en el entorno vaticano, se hicieron amigos y fue el mismo Ladaria el que, hace siete años, lo designó oficial.
En la Congregación, Bertomeu conoció a Scicluna. La cercanía que hay entre ellos es total y han trabajado muchas veces en equipo.
La fama
En Chile, Bertomeu se hizo conocido más allá del clero. Su rol se volvió tan importante que incluso debió escuchar uno de los testimonios claves: el de Juan Barros.
A la salida de ese encuentro, el español dedicó unas palabras a la prensa: "Hemos intentado que el encuentro sea de escucha. Hablar lo menos posible y escuchar". Días antes, en la reunión que duró media hora con los laicos de Osorno, Bertomeu se dedicó a preguntar y a dirigir la conversación.
-¿Qué opinan de los obispos que no fueron a la toma de posesión de Barros? ¿Cómo ven a la Conferencia Episcopal chilena? ¿Qué opinan del arzobispo René Rebolledo? ¿Cuáles son los problemas de la Iglesia chilena? Y de los sacerdotes que están afuera, ¿qué opinan? -les bombardeó el español.
La conversación fue más allá de la situación en Osorno. Juan Carlos Claret recuerda que Bertomeu los interrumpió varias veces y que, cuenta, cuando el sacerdote conseguía lo que quería, pasaba a la siguiente pregunta.
-Pero hubo algo, quizás el tacto, que lo hacía cercano. Te escuchaba un minuto, pero en ese minuto era capaz de conectarse contigo. Y cuando algo lo descolocaba se le notaba en la cara, en los ojos -dice Claret.
En el mismo edificio, pero un piso más arriba, había unos sacerdotes esperando para testificar. El padre Américo Vidal, el sacerdote Pedro Kliegel y el diácono Alberto Ferrando, los tres de la diócesis de Osorno. También tenían una cita con el español.
-Era muy empático, muy inteligente. Una persona muy enterada de la situación. Yo le mostré la foto donde sale Karadima hincado y los otros, entre ellos Barros, le están rezando. Y me dijo altiro: "No, si esa foto ya la conozco" -cuenta Vidal.
De Tortosa al Vaticano
-Hasta ahora era un eclesiástico de una pequeña diócesis catalana, que casi nadie conocía. Saltó a la fama con el caso de Chile -explica José Manuel Vidal.
Y es cierto. Bertomeu es un pastor y viene desde las entrañas de Cataluña, de la ciudad de Tortosa.
Antes de ser sacerdote, el español estudió Derecho Civil. Luego ingresó al seminario y volvió como coadjuntor a su diócesis. Después se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana. Podría haberse quedado y comenzar un par de años antes una carrera en la curia. Pero no por nada su tesis era sobre el papel de las parroquias y la participación de los laicos.
Al doctorarse volvió a Tortosa. Fue nombrado vicario judicial, cargo que hasta el día de hoy ostenta y combina con su rol en el Vaticano.
Cada mes, Bertomeu regresa a su diócesis. Además de ocuparse de la vicaría judicial, ejerce como sacerdote en una pequeña parroquia de su ciudad. Por eso, se comenta en Roma, el Papa confía plenamente en él. Es leal al proyecto de Francisco: un pastor con alma de pastor.
-Combina perfectamente con las cualidades que el Papa busca. Honradez, capacidad de trabajo, capacidad de servicio, sin apariencias de hacer carrera y celo pastoral, es decir, estar en contacto con la gente -explica Vidal.
Es decir, un sacerdote "con olor a oveja".
En la primera línea
El sacerdote ha recorrido varios países de Latinoamérica dando cursos a presbísteros sobre la forma de abordar los casos de pedofilia y abusos al interior del clero. En febrero de 2017 dictó un curso dirigido a los obispos de la Conferencia Episcopal colombiana y a mediados de 2017 participó en el encuentro de Tribunales Eclesiásticos en Argentina.
El sacerdote diocesano Hernán Díaz, quien actuó como notario de los testimonios recopilados en Chile, conoció a Bertomeu en uno de sus cursos.
-Fue en una ponencia que realizó en Buenos Aires en junio de 2017, un seminario interdisciplinario de Derecho Canónico. Aunque no tuve la oportunidad de tener trato personal con él -explica Díaz desde Argentina.
Por eso, no es casualidad que Bertomeu haya estado al frente de muchos casos de abuso. Y ahora, en la primera línea del caso chileno.
-Es conocido como un hombre cercano, bien preparado, con capacidad de liderazgo y decisión, y sumamente comprometido con la lucha contra la pederastia -dice la vaticanista argentina Inés San Martín.
Y agrega:
-Bertomeu tuvo un rol central (en Chile), y considerando la cantidad de información que pudo recabar, fue claramente positivo.
Protagonista inesperado
Los pasos de Bertomeu en relación a Chile tenían un principio y un final. Ese final estaba marcado con fecha 20 de marzo en el calendario. Estaba. Desde Roma, fuentes vaticanas confirman que las últimas dos semanas el español se ha dedicado exclusivamente al caso de Chile.
Pero había señales. La primera fue la carta de Francisco a los obispos chilenos.
"Quiero manifestar mi gratitud a S.E. mons. Charles Scicluna, arzobispo de Malta, y al rev. Jordi Bertomeu Farnós, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por su ingente labor de escucha serena y empática de los 64 testimonios". Desde Roma, comentan algunos vaticanistas, nunca se había visto un documento papal en el que se alabara tanto a un sacerdote en específico.
La segunda señal se concretó el 27 de abril pasado, cuando Francisco inició, luego de invitarlos, las reuniones con Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo.
En total, las víctimas de Karadima hablaron con Francisco casi siete horas. Pero el resto del tiempo el mismo Papa designó la compañía de los chilenos. El anfitrión en Roma fue, precisamente, Jordi Bertomeu. El español acompañó en todo momento a las víctimas de Karadima. Compartió y paseó con ellos.
El día del Angelus dominical, Hamilton, Murillo y Cruz se ubicaron en un balcón del palacio apostólico. Desde la Plaza San Pedro se veía también a otro hombre. El llamado chaperón de la visita: Bertomeu.
Ahí, comentan fuentes ligadas al Vaticano, comenzaron a sonar aún más fuerte los rumores sobre el español.
Algunos apuestan a que el Papa, a modo de agradecimiento, nombraría a Bertomeu obispo. Otros creen que sería un excelente reemplazo del nuncio Ivo Scapolo.
-Es muy difícil. Él no ha hecho la carrera diplomática -dice un vaticanista.
Sin embargo, en Chile se habla de una carta. Varios laicos y congregaciones -jesuitas, franciscanos y salesianos- habrían enviado una misiva directamente al Papa. El objetivo: pedir a Bertomeu para la nunciatura, como un nombre que les daría garantías.
Pero por ahora, explica un conocido jesuita, la misión de Bertomeu sigue siendo el informe Scicluna. Aunque el texto ya fue entregado, tanto el español como el maltés estarían presentes en algunos de los momentos del Papa con los obispos chilenos.
-Tienen que confrontar sus conclusiones con lo que digan los obispos. Pero es todo coloquial, en reuniones, nada por escrito. No es una opinión deliberativa, es consultiva. Ellos, después de entregar el informe, no forman parte de la solución -dice.
O quizás sí.
La misma semana en que Francisco recibió el informe Scicluna, la del 20 de marzo, había visitas especiales en el Vaticano. Fuentes vaticanas afirman que el personaje en cuestión era el jesuita y gran amigo del Papa, Germán Arana. El mismo que habría jugado un papel crucial en el hecho de que se mantuviera el nombramiento de Juan Barros en Osorno y quien también ha sido apuntado como uno de los principales responsables de la "mala información" de Francisco.
Pero Arana no venía solo. Al aeropuerto internacional Leonardo da Vinci, en Roma, llegó en un vuelo proveniente de Malta. Y junto con él venía otro sacerdote, aparentemente como escolta: Jordi Bertomeu.
En el viaje de vuelta, Arana se veía más serio y cabizbajo. Y esta vez, iba solo.
Bertomeu, dicen, se quedó en el Vaticano.