El olvidado primer accidente nuclear en Chile
El éxito de la serie Chernobyl recuerda lo sucedido en la construcción de la planta Nueva Aldea de la Celulosa Arauco, en diciembre de 2005. La manipulación de una cápsula radiactiva afectó a 40 trabajadores, que resultaron irradiados gravemente. Fue el primer accidente nuclear registrado en el país y el más grave hasta la fecha.
José Muñoz escuchó el rumor cuando almorzaba en el casino de la planta Nueva Aldea, de la Celulosa Arauco, cerca de Concepción. Le dijeron que un compañero había manipulado elementos nucleares fuera de la zona de seguridad y que había estado en contacto con otras personas. El peligro de contagio era real, para todos.
La alarma se generó de inmediato. Se suspendieron las actividades y los trabajadores de la planta comenzaron a salir. Llegó personal especializado para revisar el verdadero riesgo.
La radiactividad no se ve, no se huele ni se escucha. Por eso es tan peligrosa y tan difícil de detectar. Fue el primer accidente nuclear registrado en Chile y el más grave hasta el momento.
Ese día cambió la vida de varias personas, dejando secuelas que aún perduran.
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La noche del 14 de diciembre de 2005, Francisco Rojas manipulaba un equipo de gammafría -utilizado para revisar la calidad de las soldaduras en piezas de metal- cuando dejó caer una cápsula con iridio 192, un isótopo altamente radiactivo y muy peligroso si no es tratado con cuidado. No se dio cuenta de lo que había sucedido.
Al día siguiente, Miguel Ángel Fuentes -quien trabajaba en los equipos de aseo- tomó el aparato y, por curiosidad, lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón. Se preguntaba qué podía ser esa extraña herramienta del porte de un lápiz pasta.
Estuvo 10 minutos con el objeto hasta que empezaron las primeras reacciones.
Le picaron las manos y los glúteos. Tenía la cara hinchada. Cuatro compañeros lo vieron y lo ayudaron. Ellos también resultaron contaminados. No había ningún tipo de detector de radiactividad que pudiera advertir el peligro.
El único que supo lo que realmente estaba pasando era un trabajador finlandés, quien por azares del primer mundo tenía un medidor especializado. Fue él quien dio la alerta: lo que sucedía podía ser muy grave.
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Miguel Ángel Fuentes quedó con quemaduras en el glúteo y en su mano izquierda. La herida fue de 10 centímetros de profundidad. Tuvo que operarse en el Hospital Militar de París, financiado por la Mutual, donde le corrigieron el tejido muerto con injertos de piel y células madre. En total, tres intervenciones quirúrgicas. Estuvo varios días sin su familia y sin posibilidades de comunicarse, intentando encontrar una explicación a la ilógica y extraña situación que estaba viviendo.
-Esto no fue un accidente. Un accidente es algo casual. Esto fue un siniestro gravísimo causado por una negligencia -dice el abogado Carlos Astorga, quien interpuso una querella por "daño nuclear" a la empresa Echeverría Izquierdo, que había contratado a Fuentes.
La acción judicial fue la primera de su tipo, pero no terminó bien.
-La demanda fue negada, porque según el tribunal no se reunían los requisitos para la responsabilidad extracontractual. No se les condenó en materia civil.
Después de ser operado en París, Miguel Fuentes tuvo que volver con sus padres a la isla de Chiloé. Perdió todo tipo de contacto con sus excompañeros de trabajo.
Ahora vive en el sur junto a su esposa y a una hija. Reportajes intentó contactarlo para conocer su versión, pero fue imposible. En una entrevista realizada en 2011, en TVN, acusó que lo habían abandonado totalmente. Dijo también que aún sentía dolores en su pierna izquierda y no podía llevar una vida normal.
-Me lo paso dormido, mi nivel de apetito bajó bastante, ya no siento ganas de comer. Adelgacé mucho, mis piernas tiritan cuando estoy de pie -contaría Fuentes al diario El Sur de Concepción, días después del accidente-. Pídanle a Dios por mí, por favor, estoy angustiado por todo lo que estoy pasando.
Las personas que ayudaron a Miguel Ángel también resultaron contaminadas. Francisco Rojas -que tenía 23 años en ese momento- fue hospitalizado en la Mutual de Seguridad y tuvo que declarar ante la fiscal que indagaba el caso, Ana María Aldana, por su presunta responsabilidad en los hechos. Según consignaron los medios en la época, fue despedido tras el accidente. Quedó para siempre con marcas en el pie derecho.
A Fernando Vargas lo llamaron para verificar un objeto que estaba en una cañería, que resultó ser la cápsula de iridio. Tenía dolores en su brazo derecho y habría quedado dañado psicológicamente.
Todos fueron desahuciados por sus empleadores a los pocos meses.
Reportajes se comunicó con los trabajadores que fueron afectados directamente, pero ninguno quiso hablar. Están desconfiados, acusando secuelas hasta hoy y, dicen, lo mejor es dar vuelta la página.
Uno de ellos cuenta que su vida cambió en todo ámbito tras el accidente. Las heridas no solo fueron físicas. No hubo reparación psicológica ni emocional. Perdieron parejas, amigos y seres queridos, pues pensaban que la irradiación era contagiosa. A algunos les recomendaron no tener hijos. Encontrar trabajo también fue muy difícil. Nadie ayudó en su reubicación ni preguntaba por su estado.
Quienes sí quisieron saber de ellos fueron los medios. Sin embargo, algunos tomaron el accidente como algo anecdótico. La Nación habló de "El Springfield chileno" y La Cuarta comparó a Miguel Ángel Fuentes con Homero Simpson. Eso, según la fuente contactada, también causó daño psicológico en los trabajadores.
-Hablamos con muchos medios de comunicación, pero no sirvió de nada.
El sumario determinó que el origen del accidente había sido por "fallas técnicas en el procedimiento". Se multó por un total de $ 50.968.000 a Celco por no cumplir con las advertencias realizadas por la Comisión Chilena de Energía Nuclear (CChEN); a la empresa constructora Echeverría Izquierdo, por no avisar a sus trabajadores del riesgo que corrían al usar equipos radiactivos, y a la subcontratista Inspecciones Técnicas y Control de Calidad, que estaba a cargo del proyector gammamétrico.
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La Cuarta también consignó el accidente y sus consecuencias[/caption]
Al momento del accidente, la planta estaba en construcción. La inauguración estaba prevista para mediados de 2006. La mayoría de los afectados trabajaba para Echeverría-Izquierdo, que era propiedad de Fernando Echeverría, quien luego sería intendente de la RM en el primer gobierno de Sebastián Piñera.
Los trabajadores intentaron posteriores demandas, fueron a protestar a La Moneda y pidieron mesas de trabajo.
No obtuvieron mayores resultados.
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Un informe realizado por la CChEN, en agosto de 2006, determinó que había 34 personas irradiadas tras el accidente en la planta Nueva Aldea.
El documento, de 150 páginas, decía que Celco estaba fuera de su jurisdicción, ya que no operaba con instalaciones o equipos radiactivos de primera categoría. El accidente había sido ocasionado por el inclumplimiento de varias disposiciones de seguridad.
Señaló, también, que 34 trabajadores estaban contaminados y habían excedido "lo anualmente permitido por la norma" sobre radiación.
Se pensó que los únicos afectados eran las personas que estuvieron en contacto directo con el isótopo, el resto no recibió mayor atención médica. Esa fue una de las irregularidades más graves detectadas por la comisión.
Para representar a los trabajadores se fundó el Sindicato Irradiados Chile. José Muñoz fue su primer dirigente.
-Entre los trabajadores se observaron caídas de pelo, manchas en la piel y bajas defensas -cuenta el sindicalista
Para Muñoz, cualquiera que haya estado el 15 y 16 de diciembre en la planta Nueva Aldea podía ser un potencial afectado. El elemento radiactivo era tan fuerte, que todos corrían riesgo.
Irradiados Chile fue asesorado por el entonces diputado Alejandro Navarro para demandar a las empresas responsables y llevar un cambio en la ley que regula este tipo de trabajos. Nada de eso prosperó.
-El abandono fue absoluto. Se hizo la gestión de presentar la demanda, pero no se le hizo seguimiento. La demanda se hizo donde el diablo perdió el poncho, cuando había que ponerla en un lugar céntrico, como Talcahuano o Santiago -recuerda Muñoz-. En definitiva, cada vez que nos movilizamos teníamos que ir con gestión y recursos propios y eso nos terminó desgastando.
El sindicato no tuvo mucha fuerza y sus miembros se fueron separando. Muchos pensaron en dar vuelta la página y seguir sus vidas. Se cambiaron a otras ciudades. Alguno de los afectados, incluso, siguen trabajando para Celco.
Algunos demandantes acusaron que eran perseguidos y despedidos por exigir una reparación por el daño del accidente. Fueron a congresos sobre energía nuclear, se reunieron con autoridades y políticos, pero la reparación nunca llegó.
José Muñoz sufrió un accidente cerebral el año 2011. Tenía 35 años y estuvo hospitalizado varios días. La recuperación demoró más de lo presupuestado. El dirigente sindical piensa que la irradiación podría haber afectado su salud y su recuperación.
-Como nunca se nos hizo un control médico, no hay registros de los posibles efectos de la irradiación en el resto de los trabajadores de la empresa.
El dirigente dice que hace años que no tiene contacto con Miguel Ángel Fuentes ni con otros de los trabajadores irradiados. Por su salud y por cierto aburrimiento, decidió dejar la lucha sindical. R
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