Fue en enero de este año que la figura del fallecido sacerdote Renato Poblete cayó de su pedestal como ícono de la solidaridad en Chile. Marcela Aranda, teóloga, había confesado las humillaciones, maltratos y abusos a los que había sido sometida por su pastor espiritual. Pero fue recién esta semana que, en una entrevista en Mega, contó públicamente el calibre de su denuncia. La crudeza de su relato habla de hechos que cruzan la línea de la perversión. Dijo que fue obligada a abortar en tres ocasiones y que Poblete la llevaba a un círculo donde había otros hombres -con rostros cubiertos- que abusaban de ella ante la mirada del jesuita.
El abogado Juan Pablo Hermosilla ha afirmado que hay más testimonios y también ha sostenido que ese círculo de rostros ocultos pudo estar integrado por sacerdotes, empresarios o políticos cercanos al excapellán del Hogar de Cristo.
La Compañía de Jesús ha declarado que ese testimonio "los impacta y les ha causado profundo dolor". Para muchos, los jesuitas no han hecho un mea culpa profundo de los abusos que ocurrieron en su mundo. Para Pablo Walker, sacerdote y excapellán del Hogar de Cristo, están cruzando un momento de duelo, complejo, en el que se abre la opción de pensar una nueva Iglesia. Él confía en que los antecedentes que tienen sobre varias otras denuncias -y que están siendo investigados por el abogado Waldo Brown- permitirán descubrir una nueva manera de acoger a las víctimas y a sus familias.
-¿Cuánto los daña un testimonio de esta envergadura? ¿Cuánto los salpica a ustedes?
-Lo vivimos con dolor, y la palabra dolor se queda chica. O sea, en esta entrevista me voy a quedar corto con un montón de palabras. A todos se nos ha movido el piso, pero el centro no es nuestra pena, sino que cómo hacemos un esfuerzo honesto por reconectarnos con las personas que han sufrido abuso.
-En un cuadro así, ¿a qué le llama reconexión?
-A hacer un esfuerzo honesto de examen de conciencia. No estoy hablando de un mea culpa solo hacia afuera, sino de revisar nuestras actitudes, nuestros hábitos, nuestros modos de relación. Hemos tomado conciencia de que hemos cometido errores.
-¿Qué errores?
-Desde cosas que venían un poco impuestas desde el Derecho Canónico y que urge remediar. No es posible que la ley canónica ordene a un obispo o superior religioso ser pastor y juez al mismo tiempo.
-¿Eso les daba mucho poder?
-Da mucho poder, pero, además, no da garantía a las personas que concurrían buscando auxilio. Ahí hay un error. Y hay que repensar cómo se hace para asegurar la imparcialidad y credibilidad. Lo que está haciendo ahora Marcela Aranda -al decir "yo vuelvo a confiar en que hay un proceso interno"- es un acto heroico, en ese sentido. Tenemos que estar agradecidos, porque nada se ha movido sin las víctimas y los sobrevivientes.
-Es cierto. Las víctimas han forzado el conocimiento de la verdad de los abusos.
-Sí. Yo creo que parte de nuestros errores es que hemos sido poco capaces de ponernos en el lugar de la víctima, de ver lo que esa persona ha sufrido. Estamos hablando de una persona que perdió su salud mental, su proyecto de pareja, perdió su fe, perdió su intimidad sexual. Felizmente, ahora hay un segundo tiempo y debemos mejorar los estándares, la calidad de la acogida a la persona que llega a denunciar.
-¿Se refiere a lo que denunció Marcela Aranda? Ella cuenta que buscó apoyo en el exprovincial Juan Ochagavía y no hubo respuesta…
-Lo primero que quiero decir es que desde que llega la denuncia de Marcela estamos como en un segundo momento. Pero también tenemos que revisar los modos de recibir otras denuncias respecto de Jaime Guzmán, de Leonel Ibacache… Entonces, es urgente revisar nuestra calidad de escucha y acogida. Ese proceso empezó en agosto del año pasado.
-¿Qué gatilló esta suerte de cultura del encubrimiento? Casi todos los casos de abusos fueron denunciados y no se hizo nada. ¿Operaba una cofradía?
-Con toda honestidad, yo no siento haber habitado, respirado, convivido y heredado un acuerdo social de encubrimiento ni explícito ni implícito. No suscribo esa afirmación. Pero sí puedo reconocer que requerimos una mirada externa que nos refleje los modos de relación que establecimos con niños, adultos o con los mismos jesuitas. Porque no garantizaron estándares de cuidado ni de celeridad para denunciar. Pero, insisto, en lo personal no me sentí habitando en pactos de silencio.
-Pero en el caso de Karadima hubo encubrimiento.
-Sí, ahí había encubrimiento.
-Uno se pregunta si en el caso de una figura tan emblemática como Renato Poblete no hubo también un círculo de encubrimiento en los jesuitas. ¿Cómo pudo actuar así durante tanto tiempo...?
-Tu pregunta es completamente legítima. Por eso, hay una investigación autónoma e independiente en curso, para que nos diga: qué se supo, qué se denunció, cómo nos hicimos cargo o no de esas denucias. Eso es lo que las víctimas necesitan y esperan.
-¿Y qué cree que esperan de ustedes?
-Hoy es la oportunidad para que, como Compañía de Jesús, no vivamos para defender un prestigio, una superioridad moral, un hablar desde una tribuna, independiente de que en su época eso haya sido funcional a una misión. Hoy ya no es funcional a la misión ese prestigio. Tenemos que recuperar otra credibilidad.
-¿Cuál?
-La credibilidad de haber tomado partido por las víctimas, los sobrevivientes, sus familias, sus comunidades, otros abusados de hoy día que todavía están invisibilizados.
"Hechos siniestros"
-Juan Pablo Hermosilla, el abogado de Marcela Aranda, considera que el caso de Poblete es peor que el de Karadima". ¿Está de acuerdo con eso?
-Me parece que los hechos descritos por Marcela Aranda -respecto de la cual yo no tengo ninguna razón para dudar, porque la conozco, la estimo, éramos compañeros de curso en la universidad, se sentaba en el pupitre de al lado-, efectivamente son más graves que los de Karadima.
-¿En qué sentido son peores?
-Son hechos siniestros, difíciles de nombrar. Yo lo observo con estupefacción y creo que lo que cabe es abordar esto con responsabilidad. No basta la emotividad. Se requiere decir: "¿Quiénes propiciaron esos abusos colectivos? ¿Quiénes estaban ahí? ¿Quiénes sabían de esas situaciones de aborto? ¿Quiénes sabían de una relación en la que se somete a la esclavitud sexual a una joven? Eso es lo que interesa ahora.
-¿Qué habrá permitido que Poblete abusara de esa manera?
-No lo sé. Puedo tener mis tesis.
-¿Cuáles son esas tesis?
-Una tesis, y también es parte de mi mea culpa como jesuita, es que hubo una acumulación de poder, una notoriedad pública, una relevancia social, una distinción con un sinnúmero de premios, una transversalidad en sus redes y en sus contactos, todo eso requiere balance y control de parte de su comunidad religiosa.
-¿Y eso Poblete no lo tuvo?
-Yo creo que no lo hicimos como él lo requería.
-¿Cree que al ser un cura muy social, muy de la élite, sintió un poderío mayor?
-Sí, por eso creo que parte de nuestra conversión es que debe nacer otra Iglesia, otro sacerdocio, otra Compañía de Jesús… Y eso pasa por una revisión muy profunda de nuestra calidad de vida religiosa, que no tiene que ver solamente con lo que pasa adentro del templo.
-Poblete no funcionaba en la austeridad, sino que en un mundo bastante más socialité. Quizá ahí había algo por ver, ¿no?
-Sí, y aunque no es el momento de entrar a hacer empates, también tenía una capacidad impresionante de bautizar, simultáneamente, a los niños del portero y a los de los grandes poderosos de nuestro país.
-Eso es lo que llama la atención: la doble vida que una persona puede llegar a tener.
-Estoy completamente de acuerdo contigo. Y de ahí la pregunta: ¿Cómo no vimos? Pero yo, mirándote a los ojos, te digo que me consta que personas que trabajaron durante 20 años con él, día a día, cotidianamente, nunca tuvieron un indicio de esas conductas abusivas. Entonces, nosotros nos tuvimos que tragar nuestras propias palabras. Yo mismo dije alguna vez: "Pero cómo no se dieron cuenta de lo que estaba pasando con Karadima".
-¿Dijo eso?
-Sí. No entendía cómo no se habían dado cuenta. Y ahora me digo: "Pablo, ¿y por qué tú no te diste cuenta?". ¿Hacia dónde estabas mirando?". Y me pregunto qué tipo de calidad de vida religiosa llevábamos para no ver que una persona estaba haciendo daño y se transformara en un abusador o depredador si se confirman todos los hechos que han sido denunciados. Entonces, obviamente que hay un examen de conciencia que tenemos que hacer. Se lo debemos a Jesús, al pueblo de Dios, a Chile, a la construcción de la democracia, a todos.
-Pero ¿cómo no vieron algo de la sombra, de ese lado oscuro de Poblete? ¿Cómo pudo estar tan oculto?
-Te voy a abrir como pista algo que se puede translucir. Yo, personalmente, nunca escuché que a Poblete lo apodaran "Polvete". ¡Nunca! Nunca escuché, ni donde yo vivía, ni donde yo trabajaba, ni estando en el Hogar de Cristo, pero sí tenía otros apodos…
-¿Cuáles?
-"El Padrino", que es un apodo ambivalente. ¿Me explico? Se le decía "El Padrino" por su enorme capacidad para tejer redes, por su transversalidad, pero también esa expresión tiene connotaciones de que puede ser abusivo, o de una actitud de manipulación. O sea, había ese tipo de indicios, pero jamás lo que hemos escuchado. Él era una persona enormemente autónoma, con un nivel de influencia impresionante, reconocido socialmente, con premios de los empresarios, con premios en las organizaciones sociales.
El peligro del poder
-¿Cómo ve el daño que Poblete les deja a los jesuitas? ¿No es una herida en el punto más profundo de su misión social o de querer ser puente entre los poderosos y los débiles?
-Estoy tomándome en serio tu pregunta. Mira, sinceramente, con lo que está siendo denunciado en el caso de Renato Poblete, a mí no se me cae nada de lo central de mi vocación. Nada.
-¿En serio?
-Nada. Porque el prestigio social no es el centro de mi vocación. Puede ser funcional, pero es enormemente peligroso. Una determinada acumulación de poder requiere balance, contrapeso, accountability. Lo contrario, hoy no nos hace bien como Iglesia. Como sacerdote me alegro de que nos pongamos al redescubrimiento de la persona de Jesús de Nazaret como un modo de aportar a una sociedad laica para cuidar su democracia, la institucionalidad, para cuidar que el pueblo sea representado y pueda confiar, por ejemplo, en que la fiscalía va a juzgar con los ojos cerrados y no por convenios tenidos con organizaciones...
-¿Tampoco le gustó el convenio entre el Ministerio Público y la Conferencia Episcopal?
-Creo que es inconveniente. Nosotros tenemos que cumplir la ley.
-¿A qué le huele ese convenio?
-No, yo no juzgo intenciones. Solamente declaro que todos tenemos que cumplir la ley, porque somos ciudadanos chilenos y no porque establecí un convenio con nadie.
-Estuvo siete años en el Hogar de Cristo. ¿Teme que esto pueda afectar los aportes que la sostienen?
-El Hogar de Cristo no se inspira de arriba para abajo, sino que de abajo hacia arriba. Entonces, independientemente de lo que pudo hacer un capellán, lo que cotidianamente da sentido y credibilidad al Hogar es lo que se hace en los programas sociales. El Hogar de Cristo no es de una persona. Es una mística que tiene su origen en un humanismo social del Padre Hurtado. Entonces, yo no tengo temor, porque Renato Poblete no es el Hogar de Cristo.
-¿La figura de Renato Poblete era inspiradora para usted?
-En lo personal, no.
-¿Nunca?
-No, nunca.
-¿Era más inspiradora una figura como Eugenio Valenzuela?
-Con Eugenio Valenzuela, respecto de su figura, experimento un dolor muy grande. A mí, Eugenio me cuidó, pero a personas que yo quiero mucho, que son grandes amigos, sé que no los cuidó y los dañó. Eso coexiste. Por eso es injusto hablar de todos o de nadie. Siempre o jamás. Eso no es justo con la condición humana.
Miradas de sospecha
-¿Ser cura hoy es un peso? Imagino que frente a la comunidad estas denuncias dejan en entredicho las confianzas…
-Es un peso… La mirada de sospecha en la calle, en la micro, por el solo hecho de decir que eres sacerdote, que eres religioso, que eres jesuita, es un tema… Pero no es el tema central de esta entrevista.
-O sea, ¿es como vivir bajo sospecha?
-Lo planteo así: cuando yo entré a la Compañía de Jesús llevé medallas que yo no había ganado. Hoy día, comunitariamente, nos toca asumir responsabilidades de las que tenemos una parte de responsabilidad. Por eso he hablado permanentemente de un llamado de conversión. Necesitamos que otra Iglesia, otra Compañía de Jesús, otro sacerdocio, otro laicado, sea posible.
-Me refiero a la gente, a los fieles.
-Uno constata el testimonio precioso de comunidades -ciertamente en sectores populares- y ve un cariño entrañable. Yo trabajo en la Población Yungay. Tú caminas por la calle y te encuentras murales de Esteban Gumucio. Y es que él compartió la vida de las personas que estaban siendo abusadas, vulneradas, ninguneadas, y lo hizo con rectitud, con lealtad, sencillez, humildad y pasión por Cristo. Bueno, nosotros llegamos ahí y tratamos de estar a la altura de nuestros próceres, porque sí hay próceres.
-¿Aquí, con Poblete, se cayó un prócer?
-Para mí, Renato Poblete no era un prócer. Era un compañero jesuita que merece todo el respeto, pero no considero que fuera el inspirador de la provincia chilena, ni de la Compañía de Jesús, habiendo hecho importantes aportes.
-¿Ha sabido si los otros testimonios son en la misma línea de lo de Marcela Aranda?
-No tengo información de los otros testimonios. Yo me enteré de los detalles en el mismo momento en que Marcela Aranda los reveló a todo el país.
-¿No sabía el detalle de su declaración?
-No, ese detalle no. Cuando vimos el programa, lo escuchamos en comunidad, estuvimos un rato juntos y nos retiramos en silencio. Celebramos la misa al día siguiente a las 7 de la mañana mudos.
-¿Quiénes son nosotros?
-Los compañeros jesuitas con los que vivo. A ese nivel de aturdimiento, de shock, quedamos. Esa información detallada no la sabíamos. De parte del provincial, tuvimos las grandes líneas, pero yo no tenía idea de estas orgías o violaciones colectivas, de estos tres abortos inducidos, de estas golpizas… Lo que más me dolió no era lo morboso, lo escabroso de una violación colectiva, sino la manipulación de una persona para convertirla en esclava sexual. Eso me hizo llorar.
Relaciones abusivas
-¿Por qué en Chile campeó tanto el abuso? ¿Es el tema del celibato, hay una actitud de sentirse más poderoso que otro…?
-Creo que en Chile hay un tema muy grande con el clasismo, con el elitismo, la segregación social, y eso hace que cuando nos vemos atrapados por las relaciones de poder, con grupos económicos, con grupos políticos, efectivamente nos vemos muy expuestos a establecer relaciones abusivas. Esto es viejo como el hilo negro. Quien tiene mucho poder requiere con urgencia tener los controles y el balance.
-O sea, ¿hay que administrar la omnipotencia que da el poder, el estatus social?
-Sí, porque la fama de santidad es peligrosísima, gravísima.