El Presidente Sebastián Piñera se ubica tras el estrado y lo anuncia: un tren unirá a Santiago y Melipilla en trayectos que durarán tres cuartos de hora. Once estaciones y decenas de millones de personas transportadas al año.
Fue el miércoles 15 y se transformó en una carta bajo la manga que el Gobierno utilizó en una semana compleja, con dos proyectos emblemáticos (Admisión Justa y Reforma de Pensiones) rechazados en el Congreso y con la polémica en el INE por supuestas manipulaciones del IPC.
La escena es repetida. Hace seis años, el 16 de mayo de 2013, Piñera jugó la misma carta: a menos de un mes de que el Senado destituyera al ministro de Educación, Harald Beyer, y que se produjera el escándalo por manipulación de cifras del Censo 2012 por parte del INE.
La promesa, entonces, era invertir unos US$ 600 millones para que el tren estuviera operativo en 2016. Pero no ocurrió. Hoy la propuesta implica un monto 2,6 veces mayor y empezar las obras en 2020 para terminarlas cinco años después.