En octubre de 2004, el entonces secretario general del Partido Comunista, Guillermo Teillier, junto a una comitiva de compañeros tocó la puerta de Tomás Moulian. No eran años fáciles para los comunistas: sin representación en el Congreso, con cuatro alcaldes, 89 concejales y una herida profunda por culpa de la temprana partida de Gladys Marín, figura estelar de la izquierda extraparlamentaria, sobrevivía como podía por fuera de la Concertación.

Teillier le pidió al sociólogo ser el candidato presidencial del PC, porque no había otra figura mejor, un independiente de izquierda, el intelectual más reputado de la plaza por Chile actual: anatomía de un mito, un texto que desnudaba la democracia, porque -según sostenía- se construyó a base de pactos, silencios y a una cultura mercantil.

A ojos del PC, Moulian era un competidor serio y con opciones de representar a la izquierda. Se le dijo que solo tenía que derrotar a Tomás Hirsch, del PH, el otro candidato del Juntos Podemos. Pero el sociólogo lo pensó un rato, dio las gracias y dijo que no, que no sería capaz de aguantar el ritmo. A los comunistas no les quedó otra que mostrar sus cartas y le confesaron que en realidad lo que necesitaban era a alguien que dijera que sí -por unos meses- para tener una mejor posición en la negociación con los humanistas. Después, cuando la plantilla parlamentaria estuviera más o menos lista, Moulian podía bajar su candidatura y todos tan amigos como siempre.

"Fue un verdadero chanchullo", confiesa hoy el sociólogo con una sonrisa en la cara y recuerda que la idea le hizo algo de sentido apelando a la disciplina de un buen militante, así que terminó aceptando.

"La gente está esperando que uno le diga verdades y uno lo único que tiene para ofrecer son convicciones. Me di cuenta de que no me hubiese atrevido a ser candidato presidencial, así que acordé este intercambio con los comunistas, pero como son ellos, con sus rituales, me hicieron ir al comité central a decir que yo no era más candidato, cosa que a mí me daba mucha risa, porque daba lo mismo lo que dijera, igual no iba a ser, pero ellos cumplieron su ritual y 'aceptaron' mi renuncia", cuenta.

Tomás Moulian (78 años) asegura que Chile actual: anatomía de un mito le cambió la vida, tanto que hasta casi se embarca en carrera a La Moneda. Durante su vida académica ya había escrito textos que no alcanzaron un impacto mayor más allá de los círculos universitarios, así que pensó que en este caso le ocurriría lo mismo.

El libro estuvo un año entero entre los top ten de El Mercurio, vendió 10 mil ejemplares en su debut y a la fecha ya casi alcanza las 40 mil copias, vale decir, una cifra fuera de lo común en comparación a textos de la misma disciplina. Otros miles de ejemplares salieron en formato de bolsillo y se vendieron en supermercados y ferias. Es lectura obligatoria en todas las escuelas de Sociología del país y en la formación de jóvenes en los partidos políticos.

La tesis respecto de cómo la dictadura había impregnado a la sociedad chilena política, económica, social y sobre todo culturalmente lo elevó en los niveles de los intelectuales. Si antes era un sociólogo más dentro de un grupo de profesionales de las ciencias sociales críticos con las políticas implantadas por el régimen de Pinochet, el libro -de 355 páginas, actualmente en el catálogo de LOM- lo volvió una celebridad entre los círculos de la izquierda y del progresismo autoflagelante en ascenso al interior de la entonces Concertación.

Pasó de ser un profesor común y corriente de la extinta Universidad Arcis -donde posteriormente llegó a ser rector y a reconocer incluso que hubo lucro de parte del PC- a ejercer un rol protagónico en la izquierda. Después de escribir el libro y asumir su éxito, Moulian decidió que quería volver a la política activa -sin militar- y que lo mejor era acercarse a los comunistas, que lo recibieron como a una figura estelar. Le dieron la jefatura de campaña del comando de Gladys Marín.

El bloque extraparlamentario contaba con llegar a un histórico 10% en la elección presidencial de 1999, todo un golpe a la cátedra en una época de hegemonía sin contrapeso del sistema binominal. No calcularon, sin embargo, una disputa tan cerrada entre Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, que al final los dejó solo con el 3,2% de los votos.

Hoy, el sociólogo en parte atribuye ese fracaso a que la gente más que votar "con el corazón votó con la cabeza" puesta en impedir que ganara la derecha más conservadora. Años después siguió cerca de los comunistas, sin embargo, tiempo después de su teatral puesta en escena como precandidato a Presidente de la República, comenzó el alejamiento.

En lo personal, Moulian sostiene que el éxito de su libro no supuso un cambio total, pero sí puede decir que esa plata le sirve hasta hoy para vivir tranquilo en un departamento -que arrienda- a tres cuadras de La Moneda y para hacer las dos cosas que más le gustan: comer en restaurantes con amigos y comprar libros. En 2015 se sumó a sus ingresos la pensión vitalicia correspondiente tras ganar -por unanimidad- el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades. Cree que ya es bastante para alguien que ha dedicado toda su vida a la academia.

El cambio lento

En 2002, la editorial le pidió a Moulian un nuevo prólogo para la tercera edición, algo con lo que pudiera dar cuenta de que Chile estaba empezando a cambiar y, por lo tanto, su tesis también.

El Pinochet omnipresente de los primeros años de la transición se había convertido en un general controvertido, enjuiciado, más débil, menos influyente. Los equilibrios políticos, los enclaves autoritarios y la influencia de los militares también comenzaban a difuminarse.

Moulian escribió el prólogo que le pidieron, pero no quiso repasar nuevamente el texto. "Yo, como decía Roberto Bolaño, a quien admiro mucho, digo que mi religión no me permite releerme", explica. Salvo algunas páginas puntuales, nunca más se sentó a revisarlo, ni siquiera para las conmemoraciones de los cinco, 10 y 15 años del libro, donde se repite el rito de perfilar a Chile actual: anatomía de un mito como el mejor de su tipo postransición.

De todos modos, Moulian reconoce que el libro en varios aspectos ha sido superado -a un ritmo que define como demasiado lento y calmado- para mejor.

"Hoy día estamos en una democracia representativa convencional, pero con un sistema bicameral electo y con un nuevo sistema electoral que recién se ha puesto en marcha y que es proporcional, hemos vuelto al viejo sistema proporcional. El del libro era otro Chile, podemos decir así, el Chile del comienzo de la transición. Ahora estamos en un momento en que Manuel Antonio Garretón ha definido bien, con un neoliberalismo corregido y un progresismo limitado. Estamos en un Chile distinto, no es el de una democracia participativa, pero por lo menos es el de una democracia representativa", sostiene.

A la inversa, una de las cosas que no cambiaron 20 años después es, a su juicio, la mercantilización de la cultura impuesta por el régimen militar que nadie se animó a reemplazar, y que tiene como ícono al mall, un lugar que para Moulian es un museo del consumismo, donde se ha vuelto decisivo comprar y ostentar.

"El consumo es necesario, el problema es el consumismo, la persona debe endeudarse para seguir. El problema es el endeudamiento, no el consumo, lo otro sería predicar un ascetismo falso que ni yo mismo practico. El problema son las tarjetas de crédito que facilitan el consumo, sumen al individuo en la deuda y en los problemas que eso genera. Hay que volcarse sobre el dinero, ganar dinero y solventar la deuda", afirma.

En Chile actual: anatomía de un mito, Moulian recrimina a los intelectuales neoliberales que ayudaron, activa o pasivamente, a legitimar buena parte del legado del régimen militar -en particular, en términos culturales, económicos y políticos-, tratando de darle cierta normalidad a una "democracia tutelada y protegida".

La crítica apuntaba a los contrarios, pero también a los históricos compañeros de ruta que de a poco se fueron desplazando hacia la derecha. Uno de ellos es José Joaquín Brunner, con quien Moulian en los últimos años mantuvo un intenso intercambio de columnas que el exministro de Educación decidió compilar en un libro (Brunner v/s Moulian. Izquierda y capitalismo en 14 rounds) sin preguntarle su parecer al sociólogo. "Me llama la atención lo de Brunner, porque cuando yo escribí el 77 con un seudónimo, Tomás Muleto, mi perspectiva de socialismo renovado, Brunner me atacó desde la izquierda. Cuarenta años después, ahora me dispara, pero desde la derecha", señala.

Lo paradójico de la disputa es que, sin quererlo, Brunner y Moulian se hubiesen reencontrado en la misma vereda, porque el exrector de la Universidad Arcis estaba disponible para votar por Ricardo Lagos Escobar en una eventual segunda vuelta ante Sebastián Piñera.

El sociólogo creía que el expresidente era, por lejos, mejor candidato que Alejandro Guillier, al cual Piñera, según Moulian, le dio una paliza en el balotaje. "¿Mi giro con Lagos? Es que me he vuelto más tolerante con los años", explica.

Tomás, el frenteamplista

A inicios de 2016, Moulian caminaba apurado por Irarrázaval en dirección al bar Las Lanzas. Iba atrasado a juntarse con uno de sus seis hijos, de tres matrimonios distintos.

De repente, una militante de RD se atravesó en su camino y, sin reconocerlo, lo detuvo y le entregó un volante del partido. Moulian lo leyó, recordó que en varias oportunidades les ha impartido clases a sus militantes basándose en su libro y preguntó dónde se podía inscribir. "Ahí, en ese toldo en la Plaza Ñuñoa", le respondieron.

Sin pensarlo mucho, miró el reloj, decidió que tenía tiempo de sobra, fue y se enroló. Una de las personas jóvenes que le tomó los datos lo reconoció, le tomó una foto con su celular y la subió a Twitter. Ese es el único registro gráfico que existe de su sorpresiva inscripción, comentada en redes sociales.

Eso a Moulian se lo tuvieron que contar, porque no sabe ni cómo se usa Facebook o Twitter. Así que también se enteró por terceros que hace unas semanas lo criticaron tras salir junto a otros premios nacionales en un video respaldando el reclamo de Bolivia en La Haya. "Por lo que me contaron, parece que me hicieron mierda", confidencia en voz baja, muerto de la risa.

Hoy, el sociólogo es un miembro más del partido de Giorgio Jackson, no ocupa ni pretende ocupar lugares de avanzada en el partido, pero reconoce que en RD le dan "poca bola" y que más allá de conversar con el presidente, Rodrigo Echecopar, le gustaría estar mucho más presente en los espacios de formación de la colectividad.

Cada vez que habla de su partido, del Frente Amplio o de Beatriz Sánchez, se reconoce como uno más del lote. "Nos falta una ideología, una visión de futuro sobre Chile y eso entiendo que aún no se termina de elaborar o, al menos, a mí no me han invitado", cuenta.

Lo que menos le gustó del debut frenteamplista en el Congreso es la crítica al nombramiento de Pablo Piñera. De hecho, coincide con Alejandro Foxley -que aparece mencionado en Chile actual: anatomía de un mito- en sostener que el hermano del Presidente tiene todas las condiciones para asumir un cargo como ese. Le preocupa que la coalición se quede estancada en una denuncia que no produzca efectos públicos.

En parte, esa inquietud tiene que ver con su decepción con el PC y el rol que han cumplido los comunistas desde que rompieron la exclusión, y más allá, cuando pasaron a formar parte del gobierno.

"Ejercieron un rol anodino, débil, no empujaron todo lo que pudieron las reformas más progresistas", afirma Moulian, y tanto lo cree, que en un par de minutos decidió hacer con RD lo que nunca quiso hacer con el PC en dos décadas: militar activamente.

Por el momento, espera que se concrete el llamado que recibió de RD hace unos días para participar en una escuela de formación, mientras escribe un libro sobre el centenario y ejerce como director de una revista online de Sociología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, que está preparando los homenajes correspondientes a los 20 años del mito.

Se lo han pedido, pero Moulian no tiene pensado escribir una segunda parte de su obra más popular, una suerte de evolución de su propia tesis. "Eso, definitivamente, lo tienen que hacer otros", concluye.R