Vidas rotas: A 30 años del crimen de la Calchona

Imagen CALCHNA

El 25 de junio de 1989, el cadáver de María Soledad Opazo (17) apareció desnudo, con más de 20 puñaladas, en un canal en Talca. La adolescente arrastraba una serie de abusos. Tres jóvenes pobladores fueron condenados por el homicidio. Tras cumplir cinco años presos, fueron absueltos. Esta es su historia.


"Si salgo muerto de aquí, voy a salir feliz. No voy darles más carne a los fierros gratis. Está bueno ya". La mañana del miércoles 18 de enero de 1995, a un día de cumplir cinco años preso, Juan Manuel Contreras San Martín había decidido ponerle fin a la condena que cumplía por el homicidio -el domingo 25 de junio de 1989 en Talca- de María Soledad Opazo Sepúlveda (17). Iniciaría una huelga de hambre seca que le daría, como máximo, 10 días de vida.

El crimen por el que estaba tras las rejas era emblemático: una joven, madre de una niña de un año, había aparecido desnuda a las orillas del canal Baeza, a metros del Puente La Calchona, con más de 20 puñaladas en el cuello, los brazos y en la zona genital. Se escribió -y aún se dice- que había sido violada, aunque los informes de autopsia lo descartaron.

Juan Manuel y sus amigos Víctor Osses Conejeros y José Alfredo Soto Ruz eran, según había dictaminado la justicia, los autores del delito.

Habían sido elegidos en una especie de casting: tras encontrar el cadáver de María Soledad y sin pistas certeras sobre él o los culpables, la Policía de Investigaciones y Carabineros habían barrido las poblaciones pobres de la ciudad. Las indagatorias se sustentaban en rumores que ponían en la mira a distintas personas que eran detenidas, sindicadas bajo sospecha y luego liberadas.

Víctor, que vivía en la zona sur de Talca, en la población Mantos del Río, conocía de vista a María Soledad, porque era vecino de un primo de la adolescente. Ella residía en la zona norte, al otro extremo de la ciudad, en la población Cancha Rayada, un enclave construido en los 80 para la erradicación de campamentos.

A días de la muerte de la muchacha, Víctor le comentó a un amigo, un tal Marcelo, que "la ubicaba". El momento fue sórdido: ambos bebían en la casa de Marcelo cuando ingresó un perro callejero. El anfitrión lo golpeó reiteradas veces con el mango de un hacha y lo dejó malherido. Víctor lo remató. El cuerpo del animal comenzó a hincharse y entonces Víctor le dio dos estocadas. "Como en lo de La Calchona", adujo, con ínfulas de delincuente avezado.

Marcelo relató la historia a la policía.

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Victor Osses tenía 17 años cuando fue detenido por el crimen de Soledad.

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Víctor, de 17 años, fue detenido el jueves 6 de julio de 1989, mientras trabajaba en labores agrícolas en San Clemente. Dice que fue torturado a través de golpes, aplicación de electricidad y simulaciones de fusilamiento. Entre muchas preguntas que no entendía, hubo una que pudo responder sin vacilar: sus mejores amigos eran José Alfredo y Juan Manuel, de 21 años. Ambos cayeron presos 48 horas después y fueron interrogados.

-Fui colgado en un fierro como animal. Me dijeron: tú estás detenido por este y este motivo. Ahí se me vino el mundo encima- cuenta Juan Manuel.

Tras dos días de apremios, los tres entregaron confesiones que eran un resumidero de miserias. Mezclaron las versiones que circulaban sobre el crimen y rellenaron los vacíos: hablaron de una violación múltiple, incluso con objetos, a María Soledad; de la venta de la ropa de la mujer que nunca fue encontrada y de diversas heridas fatales, algunas inexistentes, en el cuerpo de la joven.

El problema era que tenían testigos que los ubicaban lejos del homicidio, y frente al inconveniente policial de no tener cómo sostener las imputaciones, quedaron libres.

Seis meses más tarde, el país se preparaba para la transición democrática luego del triunfo de Patricio Aylwin Azócar en las primeras elecciones tras el golpe de Estado de 1973 y Talca hervía frente a la muerte aún sin resolver de María Soledad. Los testimonios de Víctor, José Alfredo y Juan Manuel fueron entonces desempolvados.

Así, el 19 de enero de 1990 les fue adjudicado el rol de culpables, que fue ratificado por la entonces titular del Primer Juzgado del Crimen de Talca, Erika Noack Ortiz.

- Mañana vamos a cumplir cinco años en esta mierda, yo ya no aguanto más- dijo Juan Manuel aquella mañana de 1995 en que un ataúd era una puerta a la libertad.

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La noche de San Juan, el 23 de junio, es un evento plagado de mitos, algunos son esperanzadores: si alguien alcanza a tomar la flor que da la higuera, tendrá felicidad el resto de su vida; otros son tenebrosos: si alguien está frente a un espejo a la medianoche, verá el rostro del demonio. El 24, las leyendas dan paso a las fiestas de onomásticos. María Soledad participaba de un festejo, un cumpleaños, la madrugada en que murió.

La chica -que aparece en las fotografías delgada, blanca, pecosa, de melena- había tenido una infancia compleja y solitaria. Su mamá, Gladys Sepúlveda Maureira, amante del fallecido taxista Luis Ahumada Ramírez, cuidaba enfermos durante la noche. La pequeña quedaba en la oscuridad a cargo de su hermano menor.

En 1987, a los 15 años, ingresó por orden judicial al hogar religioso Mi Refugio, por "embarazo precoz, conflictos con su madre, carencias afectivas y abandono de hogar": había quedado embarazada de su pololo, Antonio Arellano Carter, tres años mayor que ella, y su mamá la había golpeado en público y expulsado de su casa.

La trabajadora social María Francisca Aravena Rojas declaró en el proceso que la niña tenía "excelente comportamiento", que era responsable y se vinculaba bien con las demás internas, pero arrastraba un historial de abusos.

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La niña contó que a los 12 años su padrastro intentó violarla

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En 1984, con 12 años -según se recoge en el expediente- le contó a su mamá que su padrastro había intentado violarla. No obtuvo la protección que esperaba.

"Le molestaba (a María Soledad) que él tuviese atribuciones en su casa, como que llegara cuando su madre no estaba en la casa. Le daba recelo o miedo. Ella había sido violada cuando chica. Lo había hecho un familiar", relató la profesional.

Toño dio más detalles: "Del intento del padrastro de tener relaciones sexuales con María Soledad cuando ella había tenido 12 años, yo lo supe antes de casarme. La señora Gla-dys no le creyó". También le contó a él que siendo pequeña recibía monedas de vecinos a cambio de dejar que la tocaran.

-Se puso a llorar. Recuerdo que la calmé y le dije que eso era pasado-, dijo Toño en su declaración.

En la población Cancha Rayada, de casas sociales, calles estrechas y polvorientas y trabajos mal pagados, no abundan árboles ni jardines. No hay higueras a la vista.

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- Nadábamos como salmones, contra la corriente, defendiéndonos. Me preguntaba ¿por qué nosotros?- rememora Juan Manuel (51).

A 30 años del crimen de María Soledad, es primera vez que él se refiere a esta historia. Vive a pocas cuadras de donde estaba el Puente La Calchona, hoy en plena remodelación.

- Fuimos elegidos para callar a la opinión pública, de eso se trató.

Tal como había ocurrido en julio de 1989, en enero de 1990, nuevamente sin presencia de abogados defensores, los tres amigos fueron obligados a declararse culpables, firmar sus dichos y ratificar en tribunales, custodiados por los mismos policías que los habían torturado, una confesión que los retrataba como psicópatas.

El 25 de enero, la primera vez que estuvieron solos frente a la jueza, se retractaron. Pese a ello, fueron sometidos a proceso como autores de homicidio calificado y se decretó su prisión preventiva.

Sus familiares organizaron bingos, campeonatos de baby-fútbol y completadas para pagar un abogado que, tras revisar los antecedentes, les recomendó aprender un oficio, porque pasarían muchos años encerrados. Los muchachos lo despidieron. No querían resignarse.

Realizaron una huelga de hambre. Como represalia, fueron trasladados desde la Cárcel de Talca a la Penitenciaría de Santiago, donde estuvieron tres meses. Ese viaje fue el primero de sus vidas a la capital.

Sin más armas de defensa, comenzaron a escribir y a relatar su historia.

- Nos defendíamos a puño y letra, mandando cartas a todo el mundo-, narra Juan Manuel.

Uno de esos textos llegó al seremi de Justicia, Juan Mihovilovich Hernández, quien contactó al abogado Roberto Celedón Fernández. El profesional los conoció en 1992, semanas antes de que se cerrara el sumario, proceso previo para dictar la sentencia, que se concretó el 28 de marzo de 1994. En ese fallo, Juan Manuel y José Alfredo fueron condenados a 10 años de prisión por homicidio calificado, y Víctor a cinco años por el mismo delito.

-Eran tres jóvenes muy humildes. Les dije: si son culpables, yo no los voy a defender, porque la verdad es fundamental. Pero si ustedes son inocentes, vamos a tener que trabajar mucho-, rememora Celedón sobre esa conversación.

Víctor (47), sentado en el living de la pequeña vivienda que arrienda, donde su familia de nueve personas se acomoda como puede, sostiene que miró a Celedón y le dijo:

- Somos inocentes. Nosotros éramos los más pobres nomás.

***

La Calchona es un ser mapuche legendario: una mujer atrapada en el cuerpo de una oveja negra que sale por las noches a matar por placer. A pocos metros de un puente con ese nombre, María Soledad agonizó.

Había participado de un cumpleaños en la casa de su suegra, donde vivía de allegada, la noche del 24 de junio de 1989, pero cerca de la 1.30 horas del 25 discutió con Toño y salió a caminar.

No eran extrañas esas reacciones: la señora Soledad tenía apenas 17 años. Casi siempre dormía con su marido, pero a veces, cuando estaba molesta, volvía donde su madre, Gladys, a una cuadra.

En las horas en que se le perdió el rastro, vecinos declararon que la vieron correr; otros, que la escucharon gritar: "Toño, Toño, ayúdame". Algunos sintieron el ruido de un vehículo. La mayoría no vio nada raro hasta a las 9.30 horas de ese domingo, cuando varios se congregaron frente al canal Baeza a mirar la novedad del día. "Vi un cuerpo muy blanco que parecía un maniquí tendido dentro de las aguas", declaró el hombre que llamó a Carabineros.

Toño testificó que cuando María Soledad desapareció de la fiesta recorrió en bicicleta el barrio consultando por su paradero. Testigos confirman esta versión. No insistió demasiado en seguirle la pista: asumió que se había quedado con su mamá o su madrina.

En la mañana, salió nuevamente a buscarla y se encontró con dos jóvenes que le informaron del hallazgo en el canal: "Les pregunté si tenía el pelo ondulado y me dijeron que medio ondulado y que parecía que tenía pecas en su cara. Ahí supe que me habían matado a María Soledad", dijo a Investigaciones.

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María Soledad y Antonio, antes de la tragedia.

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María Soledad vestía, antes de morir, un polerón negro, jeans nevados y botas que le llegaban bajo la rodilla. Cuando la encontraron, tenía puesto unos calcetines blancos y un anillo de compromiso. La autopsia arrojó que no había bebido alcohol, que tenía heridas defensivas y que no había restos de semen u otros fluidos. Se consignó un nivel de cloro inusual en el cuerpo y la aspiración de barro.

Hubo en esas semanas una serie de sospechosos. Gladys dio muchos nombres y hasta una tesis sobre supuestos sobornos a detectives que instaló en el imaginario colectivo la idea de que había "gente de poder" involucrada.

El afán por encontrar culpables aceptaba cualquier infundio. Toño lo reflejó así:

- Un funcionario del OS-7 me puso una pistola por detrás de la cabeza y yo le dije "dispare nomás, porque yo no me voy a inculpar. Después usted podrá decir, como lo hacen tantas veces, que yo me traté de escapar".

En las postrimerías de la investigación, sin embargo, la mira se centró en el padrastro de María Soledad como autor y en su mamá como encubridora.

Ambos, según se pudo acreditar, mintieron sin razón respecto de dónde había pasado Luis la noche del homicidio y los horarios en que había estado sin coartada. La esposa de Luis precisó que no recordaba en detalle esa jornada, pero que Luis le había pedido que dijera que habían estado juntos.

Sobre la mañana del 25 también hubo inconsistencias: Gladys le pidió a una vecina mentir y decir que desde su teléfono le habían avisado a Luis sobre la muerte de María Soledad. Era la forma en que podía explicar la inusual presencia de su pareja ese día en los trámites del Servicio Médico Legal.

Toño dio otro antecedente. Contó el 24 de abril de 1995 que su suegra lo había mandado a llamar y le había dicho: "Yo maté a María Soledad con el Lucho. La metimos dentro del baño y después la lavamos con cloro, después la envolvimos en una alfombra y la fuimos a botar al canal".

Gladys reconoció el diálogo, pero sostuvo que había sido malinterpretada, que solo le había transmitido su rabia porque eso se comentaba.

***

- No voy a pedir fianza. De aquí tengo que irme inocente.

Inocente. O muerto. Juan Manuel no veía otra alternativa y así se lo planteó al abogado Celedón la tarde de visitas del 18 enero de 1995. El profesional llevaba casi tres años defendiéndolos y había logrado que se reabriera el sumario y se realizaran diligencias. Ahora traía otra noticia: la Corte de Apelaciones de Talca vería la apelación presentada un año antes. Del resultado dependía que se iniciara o no la anunciada huelga seca.

El 19, un gendarme, el mismo que los había recibido el primer día de su detención, les gritó: "A tribunales". Le dijo a Juan Manuel: "Péinate bien bonito, para que salgas bien en la foto".

Alfredo (51) agrega que estaban nerviosos esperando el dictamen. Les leyeron que habían sido absueltos y se ordenaba su liberación inmediata, porque no se había logrado acreditar su participación en el homicidio. Como había aprendido a desconfiar, pidió revisar el papel antes de firmarlo.

-Nos llevaron después a la celda. El cabo Pizarro me dijo: "Tus cosas, pues". No, respondí, yo de aquí no me llevo nada.

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José Alfredo Soto Ruz también fue condenado como autor.

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La libertad ya no era esquiva, pero el tiempo no les había dado tregua. En sus años como reos, había muerto la mamá de Víctor; Juan Manuel había perdido la custodia de su hija y no tenía un techo para vivir; José Alfredo debía retomar un matrimonio interrumpido: al mes de casarse había caído preso.

Celedón propuso ir a la Corte Suprema para exigir una indemnización por "error judicial". En la instancia, se emitió un informe favorable, pero la compensación fue negada. Investigaciones hizo un sumario: se determinó que el proceso estuvo viciado, aunque no se reconocieron apremios.

El 30 de diciembre de 1996, el caso llegó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que propuso una salida amistosa: se acordó una pensión de por vida de tres sueldos mínimos y un acto de desagravio que se concretó el 22 de noviembre de 2001.

La investigación por el crimen de María Soledad se cerró tres años más tarde, sin responsables.

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