Con una voz bien afinada y sin perder la rima, Alexis Labraña, más conocido como "Di-One el Capo" (21), rapea frente al ataúd de Israel Díaz Martínez (21), su antiguo compañero de colegio, muerto en el incendio de  la cárcel de San Miguel el 8 de diciembre pasado. Un grupo de jóvenes que llenan el pequeño living de la casa del pasaje Karl Brunner de La Legua Emergencia le siguen el ritmo meneando sus cuerpos. Todos con los ojos llenos de lágrimas.

Están vestidos con ropas anchas de marca y jockey. Apenas termina la canción, de a uno se acercan al cajón para tocarlo y despedirse de su amigo. "Hermano, siempre te recordaré, fuiste pulento", dice uno de ellos. "Isra, lo conseguiste, ¡moriste choro!", grita "el Pitilla" al salir de la habitación, al tiempo que saca de entre sus ropas una pistola 9 mm. Nadie se inmuta.

En la puerta de la casa, "el Pitilla" martilla el arma, la levanta al cielo y deja escapar los primeros balazos al aire. En sólo segundos, desde todos los rincones surgen brazos armados que simultáneamente comienzan a disparar. El ruido es ensordecedor e intimidante.

Los presentes se cubren los oídos. A no más de dos cuadras está un blindado de las Fuerzas Especiales de Carabineros de la 50ª Comisaría de San Joaquín, que rápidamente sale marcha atrás desapareciendo del lugar.

-Levanten el cajón en brazos. Vamos a dar la vuelta por el pasaje -ordena Joseph Azola Martínez, el primo hermano de Israel y quien se ha hecho cargo del funeral.

Desde el jockey a las zapatillas que viste son de marca Lacoste. En su pecho luce una gran I de oro con circonios, la misma que solía llevar Israel y que mandó a hacer especialmente a una joyería del centro de Santiago por 2 millones 400 mil pesos.

Siguiendo el rito narco de La Legua Emergencia, Joseph organizó cada detalle del sepelio para demostrar su poder en el barrio (Ver infografía Págs. 28 y 29). Compró 35 litros de whisky Johnnie Walker y regaló la marihuana para un "pito" de más de 20 centímetros que fue mantenido en un cenicero encima del cajón para que lo consumieran quienes pasaran la noche junto al cuerpo de Isra.

Al día siguiente, Joseph repartió más de 500 balas y exhibió lo mejor de su arsenal para el ritual de despedida: pistolas 9 mm, revólveres y una escopeta calibre 12 que algunos se disputaron por su alto poder de fuego. Las 10 camionetas van que contrató para el cortejo al cementerio esperaban en la calle.

-Soy el encargado de recibir el pago. Son $ 40 mil por cada van -le dice el chofer de una de ellas a Joseph.

Azola Martínez le pide a su madre, Sonia, que traiga el dinero. La mujer entra a la casa y sale a los pocos minutos con una bolsa del tamaño de una pelota de fútbol llena de monedas de 50 y 100 pesos.

-Aquí tienes $ 200 mil, el resto te lo doy en billetes -le dice Joseph al cobrador, sacando un fajo de billetes de su pantalón.

En la puerta de la casa, "el Pitilla" martilla el arma, la levanta al cielo y deja escapar los primeros balazos al aire. En sólo segundos, desde todos los rincones surgen brazos armados que simultáneamente comienzan a disparar. El ruido es ensordecedor e intimidante.

Las armas son guardadas debajo del sillón del living y el cortejo inicia su recorrido. José Benito Ormeño, antiguo habitante de la población y dirigente de la asociación "Raíces de La Legua" -que rescata sus orígenes y batalla contra el narcotráfico-, siente pena por la muerte de Israel, pero algo lo incomoda. El ritual de su despedida va en contra de lo que ha sido su lucha durante años: despojarse del mito de que todos en La Legua son delincuentes. "Esta manera de mostrar estatus, disparando y gastando tanto dinero, yo la repudio. Se lo digo a los chiquillos, pero no me hacen caso. Es su manera de protestar contra el sistema, de rebelarse ante esta sociedad", afirma.

Las "oficinas"

Con sus pequeñas viviendas de 3 metros de ancho por 22 de largo en promedio, La Legua fue una de las primeras poblaciones obreras de Santiago. Allí se instalaron los trabajadores del salitre que emigraron del norte tras el declive de esa industria en el siglo pasado. La llamaron así porque se ubicaba a "una legua" del centro de Santiago.

Sucesivas tomas y desplazamientos urbanos la convirtieron en el populoso barrio que fue feudo de la izquierda tradicional, hasta que en septiembre de 1973 la violencia inundó sus calles, arrasando con todas las organizaciones sociales.

Hoy La Legua Emergencia, sector compuesto por cinco cuadras que se cruzan con 11 pasajes, tiene 3.293 habitantes y 1.093 casas. Pero ni la ley ni el Estado han logrado instalar un pie allí. Cientos de familias del sector viven prisioneras en sus viviendas, debido al clima de violencia extrema impuesto por narcotraficantes y delincuentes.

Según fuentes policiales, más del 10% de las viviendas son utilizadas como "oficinas" para la distribución y consumo de drogas. Cuando los traficantes se percatan que la policía los busca, se cambian de casa o las pintan de otro color, ya que éstos las reconocen por los colores. "Sólo en las que viven familias honestas se mantienen los números en la entrada", comenta el detective de la PDI Juan León.

Otra señal que devela la existencia de una "oficina" son las puertas de fierro, que actúan como barrera en los operativos para retrasar la entrada de los policías, mientras los narcos escapan por escaleras que comunican con los techos o túneles subterráneos.

"En esta cuadra hay varias casas que han sido compradas por extraños. Son narcotraficantes que se las pasan a sus cómplices para usarlas como almacén. Y a veces pasan cosas muy raras. Cuando uno de los importantes cae, datea a la policía con droga que hay en otra casa. Pero son ellos mismos. Lo hacen para obtener rebajas con los ratis", denuncia un antiguo vecino del lugar.

Las llamadas "casas cargadas" están listas para ser usadas por un narcotraficante cuando cae detenido. Una vez que es llevado a la fiscalía, entrega el dato a cambio de menor tiempo tras las rejas.