No recuerdo que mi padre hubiera jubilado: de hecho murió cuando aún, a los 80 años, le hacía empeño por seguirle el ritmo al cálculo estructural. Y los padres de mis amigos ídem. El doctor Maturana -padre de Víctor- o don Hernán Briones -padre de Felipe- tampoco se jubilaban. Ni mis tíos tampoco. Para qué decir los abuelos, que morían todos con las botas puestas (mi abuela Juana trabajó en la Casa Barros hasta más allá de los 90: se lo prohibieron cuando empezó a quedarse dormida en la pega).
Eran los modelos a seguir, que nos legaron a mi generación, los baby boomers criollos. Porque si esto fuera Europa o EE.UU., todos los que entran a los 60 años estarían preparándose, con una sonrisa de boca a boca para tomar los palos de golf y emigrar a Arizona o a Florida, junto a cientos de miles de sus pares a disfrutar de un merecido descanso después de tantas décadas de duro trabajo.
Pero en Chile, para la "generación inmortal", que ahora va entre los 55 y los 65 años, no se divisa cómo dejarán el mando para dedicarse 100% a descansar. No les nace, no tienen ganas y, a veces, tampoco los dejan. Como decía el León de Tarapacá: "No quiero, no puedo, ni debo".
Pero el mundo ha cambiado desde lo que vivieron nuestros abuelos y padres. Ahora hay más medios. Se ha acumulado riqueza. Existen varias generaciones de gente joven, lista para tomar la posta. Frustrada muchas veces, porque "la generación inmortal" no les deja espacio. Por suerte que al menos en la política alguien se atrevió: así tenemos a MEO rompiendo los equilibrios políticos de los "inmortales". Desafiándolos a cara descubierta. Denunciándolos. Y adueñándose a saltos del "voto nuevo": ese que no entiende las lógicas de la guerra fría, ni tiene nostalgias del estalinismo.
En una gira presidencial reciente conversábamos con un importante dirigente de la DC. Le preguntamos por qué no le daban espacio a los políticos más jóvenes. Su respuesta fue lapidaria: "Si son tan choros, que vengan y se tomen el partido, en vez de andar por los medios cacareando como gallinas cluecas…". Más encima nos enrostró -con alguna razón- que a nivel empresarial pasaba lo mismo.
Pero lo que está en el fondo es que existe una generación que no quiere jubilarse. Quizá no porque no quiera, sino por algo mucho más triste. A ver: tienen los medios para hacerlo y existe gente preparada en la retaguardia. El punto es que no saben qué diablos hacer con su tiempo libre. Para nosotros -con el ejemplo de nuestros padres, tíos, abuelos y bisabuelos- dejar de trabajar es un baldón. No se concibe. Es de mal gusto. Es "progre". Es incluso, secretamente afeminado, con lo que ello implica porque nunca seremos tan "progres" como para que "eso" nos parezca bien.
El hábitat: la empresa
Conozco cientos de casos de ejecutivos y empresarios que enfilan la ruta de salida. Arman sus cuartos de golf. Viajan con su señora -a nosotros todavía nos cuesta eso de "la pareja"- y sus nietos. Y el resto del tiempo lo suelen pasar pésimo.
Un muy buen amigo -que anda en un "sí es, no es" con el retiro de su empresa- me decía: "La verdad es que esta oficina es mi hábitat natural. Mis socios y mis ejecutivos son mis mejores amigos. Con los clientes me pongo al día de las novedades de nuestro giro. Y, francamente, no sabría qué hacer afuera. Trabajo menos, es cierto. Me juego mis partidas de golf. Pero nada me sigue dando la adrenalina que entrega el negocio por salir. El enfrentamiento de la crisis. La negociación de un préstamo".
A pesar de la alternativa que entrega el campo como hobby, los viajes a lugares exóticos, o la casa en Las Brisas. Muchos decidieron vivir fuera de Santiago. Santo Domingo, Cachagua, Valdivia y lago Ranco suelen ser los lugares escogidos. Pero indefectiblemente regresan a la capital. Como los que alguna vez creyeron que en Chicureo estaba el futuro. Y a los que perduran en el "exilio", su mundo los abandona de a poco. "¿Viste a fulano de tal? Fíjate que se fue a vivir a Cachagua y no hace nada. La señora lo quiere matar. Los hijos no lo van a ver. ¡Y está completamente dedicado a los perros y a las hortensias!…".
Los héroes siguen siendo hombres como Hernán Briones (padre), que no dejó sus actividades nunca; o Horst Paulmann que sigue con su optimismo desenfrenado y una vida de negocios que parece no tener límites ni en monto ni en extensión temporal.
Las Floridas o Arizonas criollas no terminan de entusiasmar. Tampoco hay masa crítica, un factor indispensable para pasarlo bien entre pares. No existen programas en las universidades para ellos (cuando estudié Agronomía en la UC, hubo uno con profesores estadounidenses -ya jubilados y de alto nivel académico- que llegaron a enseñar a Santiago). Lo bien visto en Chile es ser "viejo choro", a cargo de todo. Que no afloja nunca. Que no se cansa ni descansa. Con agenda al tope.