Medio ambiente: Ese aire que respiramos
<p>Estamos entre los países más contaminados del mundo. Que vengan entonces todas las preemergencias y alertas que se necesiten. Los esfuerzos deben ser permanentes. </p>
Nuevamente estamos en la polémica del problema de la calidad de aire en Santiago. Si la sensación de déjà vu es fuerte para la ciudadanía, es aún más intensa para quienes investigamos sobre el tema. Sin ir más lejos, desde hace una década, al menos 4 intendentes han prometido mejoras al sistema de pronóstico de calidad de aire y se han formado a lo menos dos comités de académicos y consultores para mejorarlo (2006 y 2008).
El modelo de pronóstico sirvió muchísimo en las épocas en que teníamos 80 episodios críticos al año. Éste motivó a que distintos sectores apostaran por un recambio tecnológico: las grandes empresas se equiparon para cumplir con un estándar de emisión estricto para continuar operando. La ciudadanía compró estufas de doble cámara y autos catalíticos. ¿Resultado? Los episodios bajaron en forma dramática, al mismo tiempo que se redujeron las concentraciones anuales de PM2.5 en alrededor de 70%. Pero desde entonces Santiago no es el mismo.
Su parque vehicular ha crecido en 45% desde el 2001 y su extensión urbana ha aumentado alrededor de 50% desde 1989. Su actividad económica es más del doble que hace dos décadas. Por lo mismo, si el indicador fuera contaminación atmosférica por dólar generado, vamos por muy buen camino. Pero superamos por más de tres veces las recomendaciones de la OMS para material particulado fino, situándonos dentro de los países más contaminados del mundo.
En resumen: a pesar de los avances, queda mucho por mejorar. Es decir, un gran desafío para las autoridades. Pero simplifiquemos. Hoy en día le pedimos a un modelo de pronóstico que nos advierta de niveles inaceptables de calidad de aire y frente a éste tomamos medidas. El problema es que estamos bajo la ilusión de que podemos evitar episodios críticos con medidas que se toman de un día para otro; de que si no llegamos a niveles de alerta y preemergencia, la calidad de aire los otros días está bien. La realidad es que para evitar un episodio se requiere reducir las emisiones en varios días, ya que es un fenómeno acumulativo. Los niveles de preemergencia y alerta son importantes, pero es la exposición crónica la que nos está afectando más fuertemente la salud.
La ciudadanía se enfurece con el modelo porque cree que las medidas no sirven. En efecto, no ayudan a evitar un episodio, pero sí disminuyen las concentraciones de material nocivo para la salud. Se requiere seguir decretando todas las alertas y preemergencias que diga el modelo, porque pocas veces falla en advertir que se vienen días de mal aire.
Transformar estas medidas en permanentes es vital, ya que los únicos días que se cumplen los estándares internacionales de PM2.5 son los días que llueve. Cuando la ministra de Medio Ambiente indica que hay que entender que Santiago es una ciudad que tiende a ser contaminada, entendamos que eso nos obliga a esfuerzos permanentes y que no podemos condicionar nuestro aire a un oráculo que llamamos modelo. Mal que mal, lo que causa la contaminación son las emisiones, que provienen de individuos, no de las decisiones del un gobierno.
* Investigador Centro de Investigación para la Sustentabilidad UNAB. Máster y PhD en Ingeniería Ambiental.
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