Literatura: Premio Nacional de impostura
Me sumo al amarguismo ilustrado en esta pasada: señores, hagan lo que quieran con el Premio Nacional de Literatura, pero no pretendan que se trate de algo siquiera parecido a la justicia.<br>
1. Las obras literarias son tan diversas en su complejidad y belleza como diversos son los placeres y las exigencias que colman. Es bueno saber que unos autores son mejores que otros, sí, pero una guía restrictiva de gustos oficiales siempre será sospechosa e inútil, además de ofensiva para quienes leen por amor y costumbre.
2. Isabel Allende me cae entre bien y muy bien, pero no la leo porque me aburre, así como no leo a Dan Brown porque escribe frases tontas como "los antiguos misterios hacen referencia a un cuerpo de conocimientos secretos reunidos hace mucho tiempo". Igual creo que ella es mejor que Volodia, Campos Menéndez o Aldunate Phillips, entre otros laureados. Es el problema con el argumento de que ella no tiene la calidad suficiente: no la tiene, pero la historia del premio tampoco.
3. El Premio Nacional de Literatura (PNL) se inventó en tiempos de ternura asistencialista, para favorecer a escritores arruinados y ojalá bien viejitos. Y siempre ha sido la misma lucha libre de vanidades, con aliño político más marketing, que es ahora.
4. Por supuesto que hay excelentes escritores entre los galardonados: es un asunto de probabilidad y estadística. Tampoco hay tantos como para que siempre se escoja a los malos.
5. "Es hora de que la opinión mayoritaria de la gente que valora su escritura tenga una expresión", dijo Mariana Aylwin postulando a Isabel Allende. La alusión a los pobrecitos lectores sin voz es uno de los argumentos más falaces que haya oído, pero hallo algo peor: se debe premiar a una mujer, dicen las mujeristas, y se les suman ipso facto los políticos asomados. Sí, hay pocas mujeres premiadas, pero también pocos narradores bajitos, yo creo. ¿Por qué no postulamos a uno de metro cincuenta y acabamos con décadas de olvido hacia los escritores de pequeña estatura?
6. Y está ese otro asunto, esa caldera que se cocina a control remoto entre los involucrados y que, hablando de otra cosa, describe Cendrars en sus memorias: "¡Caramba, cuántos embustes, delectaciones morosas, pamplinas, hipocresías, crisis nerviosas, fanfarronadas, poses, vanidad, lágrimas de cocodrilo, arte y moral…!". A algunos se les ve la costura y, qué quieren, es tan feo de mirar.
7. Por eso, mis respetos a los que se marginan pudiendo ganar. Diamela Eltit sabe que representa asuntos más allá de sí misma y por eso antes dejó que la postularan; pero ya no más. En el mejor sentido del término, Diamela es una dama.
8. Porque hay que postular formalmente al premio y hacer campaña, y eso es humillante para los mentados y también para el país. ¿Acaso el jurado no puede hacerse un juicio por sí mismo? ¿Tan incultos se supone a los ministros y demás autoridades que lo componen? Si se trata de toda una vida literaria, ¿no deberían ser los méritos evidentes?
9. El premio no es más que burocracia, una tradición inocua siempre que no se asocie con una cierta idea de equidad, un espectáculo patético de otro modo. Por eso me sumo al amarguismo ilustrado en esta pasada: señores, hagan lo que quieran con el PNL, pero no pretendan que se trate de algo siquiera parecido a la justicia.
10. Esto no es un decálogo. Sólo tenía nueve cosas que decir.
* Directora del magíster en Edición UDP.
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