"Los contratos están para respetarse" es un axioma que muchas veces en el fútbol carece de vigor. Una reunión, un café o las circunstancias (ambas partas ya no quieren seguir, por ejemplo) permiten terminar relaciones que se fueron construyendo en la medida que los resultados acompañaron.
Jorge Sampaoli decidió abandonar a la selección chilena y además irse del país. Sostiene que a partir de las revelaciones periodísticas, que exhibieron su contrato, acuerdos de premios y cuentas corrientes en paraísos fiscales, con pagos de impuestos corregidos por su empleador (ANFP), ya no es posible trabajar al mando de la Roja. Menciona falta de energía e incluso se considera un rehén.
En su razonamiento plantea que su nombre fue mancillado, perdió legitimidad ante la opinión pública y que no existe reconocimiento a su tarea. En síntesis, Sampaoli estima que a partir de las publicaciones de la prensa será apuntado con el dedo y la hinchada, a la primera de cambio, le bajará el pulgar.
El primer dato es que su contrato posee plena vigencia y que lo firmó en pleno uso de sus facultades. Y no hace mucho. Por eso, sostener que lo dejen en libertad de acción suena a una petición con el tejo pasado. El entrenador sabe que Chile tiene dos compromisos clave por las eliminatorias a la Copa del Mundo, programados para el 24 y 29 de marzo frente a Argentina y Venezuela. Permitir que se vaya ahora es una irresponsabilidad mayúscula del nuevo directorio.
La mesa encabezada por Arturo Salah no puede ni debe cargar con la mochila de la salida del entrenador más exitoso en la historia del fútbol chileno (ganó la Copa Sudamericana con la U y la Copa América con la selección). Es responsabilidad del casildense asumir el costo de abandonar un buque donde todos quieren que siga siendo el capitán.
Lo relevante es que su continuidad no debía ser a cualquier costo. Sampaoli se equivoca cuando cree que se le califica con la lógica del "dime con quién andas y te diré quién eres". Que fuera el segundo seleccionador en el período de Sergio Jadue es una coyuntura. Sus méritos para dirigir a Chile son innegables y nadie podía discutir que su nombre era el indicado para reacomodar una nave que naufragaba y estaba fuera de la zona de clasificación al Mundial de Brasil 2014. Las fotos y abrazos con el defenestrado ex timonel de la ANFP forman parte casi de la pega.
Nadie le dijo a Sampaoli que en el escenario actual de la sociedad chilena las formas y el fondo adquieren casi idéntica relevancia. Poner su dinero en Islas Vírgenes o en cualquiera de esos lugares que permiten disminuir sustantivamente la carga tributaria no es bien visto. Genera sospecha, aunque uno crea que no ha cometido falta, irregularidad o delito (en el peor de los casos).
La ira nunca es buena consejera y la impresión es que Sampaoli actuó y habló desde la rabia. Su mirada fue de corto plazo y jugó mal sus cartas. Era mucho más simple explicar su visión al directorio entrante, proponer que su contrato concluyera de común acuerdo en junio (antes o después de la Copa América), dirigiendo los dos duelos eliminatorios de marzo. De esta manera no dejaba a Salah y el fútbol chileno en un zapato chino. Otorgaba tiempo y espacio suficiente para buscar su reemplazante.
Se había ido por la puerta, respetando todo lo que él hizo. Las opiniones de la gente, reconociendo sus innegables logros, están divididas. Me atrevo a decir que la mayoría de quienes miran más allá de la cancha entienden que el proceder del técnico argentino resultó errado.
La prensa internacional y algunas voces locales pretenden empatar esta situación con la vivida por Marcelo Bielsa. Pueden sonar parecidas, pero están en polos opuestos. El rosarino se fue porque perdió la confianza cuando desde la mesa de la ANFP filtraron su contrato. Su problema era con Jorge Segovia y luego hizo los esfuerzos necesarios para quedarse, donde lo clave era el respeto a su contrato. No había cuestionamientos de Impuestos Internos (pagaba sus tributos en Chile) ni derechos de imagen. Bielsa se dio cuenta pronto, con ojo de entrenador, que Jadue no era confiable. En cambio Arturo Salah sí es confiable. Por eso el camino elegido por al actual seleccionador es errado.
No juzgo a Sampaoli, porque es libre de hacer lo que quiera. El punto es que los contratos se respetan y las palabras atrapan. A esta altura, seguir hablando de la bandera y el amateurismo suena a eufemismo.