Es inevitable pensar en la sintonía que la recién estrenada obra Liceo de niñas tiene con la novela Space invaders (2013). Ambas fueron escritas por Nona Fernández y en ambas la escritora disloca el tiempo para hablar de las resacas de la dictadura en las vidas de un grupo de estudiantes secundarios durante los años 80 en Chile. Tanto en el libro como en el montaje, dirigido por Marcelo Leonart, además, las historias de los adolescentes son atravesadas por dimensiones extraterrenales. Si en Space invaders los niños jugaban a matar marcianitos en una pantalla, en Liceo de niñas los escolares usarán seudónimos de astros, soñarán con viajes espaciales y encarnarán ellos mismos el carácter de las estrellas: su luz nos llegará del pasado para iluminar un presente que acaso sea pura ilusión.
Tras la toma de un liceo en 1985, un grupo de alumnas (interpretadas con sobrada gracia por Roxana Naranjo, Carmina Riego y la propia Fernández) se esconden en los subterráneos del edificio y emergen a la superficie recién en 2015, sin saber que han pasado treinta años. Las muchachas quieren saber qué ocurrió con el resto de los compañeros, dónde están, si pudieron escapar. En la sala se encuentran con el profesor de Física, que pasa de escuchar con incredulidad la deschavetada versión de las niñas-adultas a explorar con ellas nociones como la relatividad del tiempo o el brillo muerto de las estrellas. Aparece entonces un quinto personaje, una suerte de fantasma del estudiante que no sobrevivió a los embates de la dictadura y sus derivas en democracia.
La obra recrea en clave ficcional acontecimientos como la emblemática toma del Liceo A-12 en julio de 1985 (rescatada en el documental Actores secundarios, de Jorge Leiva) o la muerte del ex dirigente estudiantil Marco Ariel Antonioletti, en 1990, lautarista que tras un rescate desde el hospital Sótero del Río, más tarde es abatido por un disparo a quemarropa de Investigaciones. Si bien algunas de estas escenas a ratos parecen apéndices de la historia principal que sacan al espectador de la atmósfera hilarante, hay en ellas una resonancia generacional que las vuelve altamente significativas. Es el registro de una parte de la historia real del movimiento estudiantil que ha sido opacada por los relatos oficiales. Porque, tal como en Space invaders, en Liceo de niñas el documento y la ficción, la memoria y su reconstrucción imaginaria se cruzan en una dimensión propia. Una constelación de astros ya extinguidos, de jóvenes envejecidos, pero ilusoriamente brillantes aún para nuestras retinas terrenales.
"Liceo de niñas", hasta el 12 de diciembre, en el Teatro UC.