Anti-Chicago Boy
La semana pasada, el francés Thomas Piketty expuso su visión sobre la desigualdad en la Universidad de Chicago. Y el resultado fue una discusión apasionada con visiones discrepantes.
En el auditorio se escucha: "Es una de las peores ideas que he escuchado", y un murmullo recorre el salón.
Son las 13 con 13 minutos de la tarde del viernes 6 de noviembre y el hombre que dice esas palabras, el destacado economista Kevin Murphy, las dice a raíz de una referencia de una propuesta de impuestos que, en su visión, por tratar de sacar más dinero de los más ricos terminaría creando más pobreza para todos. Pero aunque Murphy no dirige la crítica directamente, en el Max Palevsky Cinema de la Universidad de Chicago el comentario es que el golpe fue certero al corazón del, supuestamente, huésped de honor del panel: el economista francés Thomas Piketty, el nuevo superestrella de la academia con su libro Capital en el Siglo XXI, quien fue invitado por la Harris School of Public Policy para una serie de eventos en el campus de la universidad.
En realidad, importaba poco que Murphy se refiriera o no a Piketty, porque el duelo se venía calentando desde semanas previas en los pasillos de la universidad. La apuesta era que el economista de la Universidad de Chicago, discípulo aventajado de Gary Becker y considerado uno de los más brillantes de su generación, saldría con todo a barrer al francés, en las antípodas de su pensamiento económico. Por eso, las conversaciones en los foros virtuales parecían menos un coloquio académico y más un partido de eliminatorias sudamericanas. "Piketty va a ser como un conejito atrapado en una jaula frente al peor pitbull que se pueda encontrar", decía un posteo en el foro EconJobRumors.
En ese momento, Piketty parecía estar jugando de visita, con un salón repleto que aplaudía algunas de las más salientes intervenciones de Murphy. El panel lo componían también el premio Nobel James Heckman y el también economista Steven Durlauf, y aunque alguien no conociera al francés, no hubiera sido difícil identificarlo: era el único de los cuatro que no traía corbata, tenía los dos primeros botones de su camisa abiertos y los pantalones ceñidos, con una sonrisa casi inmutable y una apariencia más de animador de TV que de académico famoso a nivel mundial.
Porque Piketty es más que un académico, y él parece saberlo. Como cuando pide disculpas por su inglés afrancesado y saca risas del público, o como, cuando en otro evento, dice que sabe que más de la mitad de su audiencia no fue capaz de leerse su libro completo y dice que se puede bajar por internet, aunque sus editores lo maten por decirlo. O como cuando, en el corazón del pensamiento liberal, se permite bromear con el rol de Estados Unidos en medio de un debate que termina con la reflexión de por qué nunca ha habido un partido socialista poderoso en ese país.
Pero el economista francés está marcado, y por momentos Kevin Murphy se transforma en algo así como el Gary Medel de la película, siguiéndolo en cada movimiento, levantando la mano ansioso, insistente, mientras Piketty habla, para rebatir un punto. O cuando asegura que no entiende el vínculo que éste intenta trazar entre movilidad y meritocracia. O en el momento en que, en medio de una de sus largas réplicas, logra que la sonrisa de Piketty mute a un rictus serio, con una mano sobre la boca mientras le oye, algunos segundos antes de que se escuche un aplauso de la sala.
Pero en esa incomodidad de Piketty también había un pequeño triunfo, el de pararse frente a un auditorio mayoritariamente escéptico de su planteamiento de que la tasa de retorno del capital en relación con el crecimiento económico está creciendo a un nivel que terminará por perpetuar la desigualdad, el convertirse en un símbolo y ser refutado por los mejores especialistas de la universidad en cuyas aulas el neoliberalismo dio sus primeros pasos. Y el de resistir magullado los embates, y enfrentar un debate no favorable en su condición no sólo de economista, sino que de ícono de una visión.
Ese triunfo es el que se revelaba con estudiantes pidiendo entrar para verlo aunque fuera de pie, esperándolo para firmar su libro, pedirle una fotografía o derechamente sacarse una selfie para subirla a Facebook, aun a costa de tener que explicar después que el famoso con el que estaban al lado no era una estrella de TV, sino que el economista que escribió el libro de moda sobre la desigualdad en el mundo.
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