"Si vas a eso de las 20.00, no vas a tener problema para comer; una hora más tarde, vas a tener que esperar", cuenta una clienta frecuente y cazadora de novedades gastronómicas, respecto de Bravo.951, el bar de moda en Providencia. Luce sobrio y moderno en los amplios espacios que ocupa, desde su discreta entrada hasta el fondo del patio de una casa de barrio reconvertida. El público ronda los 30 años o menos, atraído por la onda y por una promesa de comida sencilla y accesible en precios; acompañada de tragos, cervezas y vino, donde hay bastante qué pedir. Vale la pena aperarse de algo para beber, porque como dijo la clienta, después de las nueve de la noche esperar por un plato puede transformarse en una versión culinaria de la hora del taco. Más de 60 minutos pueden pasar hasta que lleguen a la mesa, por ejemplo, unas Entrañas a la parrilla con charchas al vino tinto ($ 10.000), donde se puede entender que la carne a la minuta se retrase en la fila, no así el producto cocido en vino. O en el Trío de completos ($ 7.000), pequeños, fríos y con una vienesa sin sabor. Otro plato simple que no se condice con la demora. A lo mejor el negocio está en la tardanza, porque el par de cervezas (la potente y tostada Copper, $ 3.500) animó la espera. Pero no. Uno de sus dueños —tras un reclamo en Facebook— preguntó preocupado, gesto que se agradece respecto a un lugar con potencial para alimentar con estilo a un segmento más dedicado a beber que a otra cosa. Pero con ese timing de servicio y cocina, se encuentra en el borde de la cornisa. A veces, la moda mata.