—¿Cómo era tu vida en Santiago en 1993? Ya estabas en el fútbol profesional, pero la gente no te conocía.

—Iba a entrenar y volvía a la casa. Llegaba a lavar las vendas, las medias y los pantalones para el otro día. Si no, no teníamos ropa. En la U no había más. Y estudiaba, también.

—Sacando el cuarto medio.

—Que terminé con exámenes libres. Lo empecé en un liceo de Los Tres Antonios con Irarrázaval, pero no seguí y al final entré al Duoc de República. Di exámenes libres porque viajaba mucho y no daba con los tiempos.

—Te pilló el ritmo del jugador profesional.

—Al final me lo pasaba entre los entrenamientos, el estudio y el descanso de la tarde. Bien piola. No hacía nada. Me iba a Temuco cuando podía, con permiso.

—Tuviste suerte con eso, pues valoraron la contención familiar. Y compartiste mucho con Juan Silva, también. En su casa te acogieron casi como hijo.

—Claro, yo me iba a dormir con ellos. Dormía con Juan en la misma pieza y al otro día el papá o la mamá nos llevaba a Quilín y ahí jugábamos. Y si no, bueno, en mi casa y directo a Quilín en la micro hasta Plaza Egaña, luego otra a Quilín y de ahí la caminata para arriba, corriendo atrasado. Y eso duró más o menos hasta el 93. Al año siguiente trajeron a Raúl Aredes y él me pasaba a buscar todos los días.

"Siempre entendí rápido los movimientos. Me los explicabas una vez y los asimilaba (...) yo tenía las condiciones para entender y siempre caí en buenos grupos, con gente que me daba buenos consejos. Porque también pudo tocarme todo lo contrario y me iba a la cresta".

—Con Aredes te entendiste muy bien. Quizás fue el mejor socio que tuviste en la cancha.

—Aredes y el Huevo Valencia.

—Ese 94 fue el gran año de Aredes.

—Y después se fue a México. Yo siempre entendí rápido los movimientos. Me los explicabas una vez y los asimilaba. Entonces la agarraba Aredes, yo me movía no más y él tenía la condición de meterme la pelota hacia donde iba picando. Lo mismo con el Huevo. Cuando él desbordaba, yo sabía que tenía que llegar porque iba a pasar y me iba a tirar el centro atrás o el centro al primer palo. Así logras la conexión con los buenos jugadores. Yo tuve la suerte de entender eso a los 19 años, pero no es fácil. A veces demoras en entender.

—Daniel Pasasarella contaba que no todos los jugadores comprenden el juego. Aunque una vez dijo: "Gallardo tiene 18 años y entiende todo".

—Por eso. A Mascherano lo llevó Bielsa y no había debutado en River. A él lo tuve de compañero y era como que tuviera 30 años. Un viejo chico. ¡Y tenía 16! Decía: "No, estoy muerto" y terminaba corriendo todo el partido. Una piraña. Así le decíamos. Era impresionante. Como te dije: yo tenía las condiciones para entender y siempre, gracias a Dios, caí en buenos grupos, con gente que me daba buenos consejos. Porque también pudo tocarme todo lo contrario y me iba a la cresta.

—En abril de 1994 vino ese partido consagratorio con la U: el 4-1 sobre Colo-Colo. Me acuerdo de que ese viernes tocaron Los Fabulosos Cadillacs en el Teatro Caupolicán y el domingo la gente cantó en el estadio. En la revista Don Balón pusimos un recuadrito en que hablamos del Matador.

—Y después fui al programa Futgol, de Canal 13. Ahí pusieron los goles con la canción de fondo y quedó para siempre.

—¿Cómo viviste ese momento cuando Salah te dijo que ibas a jugar?

—¿Sabes? Él me había castigado en la semana porque había salido un viernes en la noche a saludar a una amiga que estaba de cumpleaños. Él había apelado a la responsabilidad de cada uno los fines de semana de partido, sobre todo porque si jugábamos el domingo, concentrábamos sólo el sábado. Cuando supo que había salido me dijo: "¿Qué hiciste?"… Y le conté y me castigó. Pero es bueno que pasen las cosas y tengan costos. El que es inteligente las va a captar al tiro. Yo no sabía si iba a jugar hasta bien cerca del partido.

—¿Te lo dijo el sábado o el domingo en la mañana?

—No, el viernes estaba enterado. Don Arturo no era de cosas a última hora. Pero había un par de dudas. Y en la charla estuvo todo bien.

—Tenías 19 años. Estabas nervioso.

—Siempre es bueno sentir un poco de nervios. Es señal de que estás viviendo el partido. Yo lo sentía así. No eran nervios de miedo. Era ansiedad por jugar el partido, de imaginarme jugadas, de pensar qué pasa si vamos perdiendo o si tal huevón me pegaba, qué iba a hacer. Pensaba en todas esas cosas.

—¿Y tú veías a los rivales? ¿Sabías cómo eran?

—No, en ese tiempo no tanto. No era como hoy.

—Pero antes uno iba más al fútbol. Tú siempre fuiste al fútbol.

—Sí, pero yo no iba a ver todos los otros partidos.

—Me acuerdo que llegaba después de los partidos y me tiraba en el living. Mi mamá me traía un sándwich y me ponía a ver las noticias esperando los goles.

<strong>—Igual que cabro chico.</strong>

—Pero si tenía 19 años. Yo esperaba los goles para ver cómo habían sido, porque tú tienes apenas una noción del partido. Lindo recuerdo ese clásico.

—No podías.

—Ni tampoco tenías la cantidad que hoy ofrece la tele. Acuérdate que antes se transmitía un solo partido y lo daba Mega. Hubo uno que jugamos en Osorno. Ganamos y yo hice dos goles con mucha neblina. Fabián Guevara centró, gol y barro.

—Me acuerdo del gol cuando se la pinchas a Morón. Fue en el clásico del 4-1 en el Nacional.

—Sí, fui a apretar... él salió hacia la izquierda y yo lo sigo, pero cuando trata de devolverse, se la pincho.

—En la defensa de Colo-Colo estaba Garrido, Vilches y Mendoza. No te podían agarrar.

—De hecho, hay una jugada que quedó grabada en los recuentos: en un ataque cobran posición de adelanto mía y viene Vilches y me pega una patada. Entonces pensé: "Estos huevones son más grandes, son todo experiencia y hay que asegurar". Después vino la jugada en que uno de ellos controló mal y la agarré de volea al tiro. Ese fue el primer gol.

—En el arco norte.

—Dos fueron ahí y el tercero fue en el otro. Imagínate cómo celebraba mi papá en la tribuna. Mi primer partido así, mis primeros goles en un clásico.

—Tu mamá también estaba en el estadio.

—Sí, siempre. Iban a todos. Siempre me acompañaban. Entonces ya estábamos todos en Santiago.

—¿Y cómo viviste esa noche? ¿A qué hora te quedaste dormido?

—Me acuerdo que llegaba después de los partidos y me tiraba en el living. Mi mamá me traía un sándwich y me ponía a ver las noticias esperando los goles.

—Igual que cabro chico.

—Pero si tenía 19 años. Yo esperaba los goles para ver cómo habían sido, porque tú tienes apenas una noción del partido. Lindo recuerdo ese clásico. Quedó marcado hasta el día de hoy. Después jugamos otro partido, les ganamos 3-1 y les hice dos más, esta vez al Rambo Ramírez.

—Bueno, y sacaste de la banca a Vicente Cantatore.

—Claro, quedó la cagada. Además en uno de esos partidos quisieron incendiar parte de la galería norte.

—Y salió la Ley de Violencia en los Estadios. Estaba Frei en la tribuna. La Garra Blanca tiró hasta un arco de baby y un tambor de aceite a la cancha.

—¿Qué más te puedo decir? El 94 fue un año maravilloso.

—¿Y cómo viviste la semana después? Porque te cambió la vida: saliste en los diarios, en la tele, en las revistas.

—Entonces todavía andaba en micro. Y me acuerdo que una vez desde Plaza Egaña a El Sauzal la gente me empezó a saludar. Algunos me decían: "Oye, que te compren un auto estos huevones". Hasta que junté plata y compré mi primer auto.