El asunto amenazó con ser peor. Pudo incluir los nombres de 16 tenistas que alguna vez estuvieron entre los 50 mejores del mundo, ganadores de Grand Slam entre ellos, que hoy aparecen vinculados al arreglo de partidos. El escándalo que anunciaba la investigación de la BBC y BuzzFeed sobre las apuestas en la ATP era mayúsculo y sólo perdió un poco de fuerza, porque ellos mismos decidieron echar pie atrás y no realizar las mentadas individualizaciones. Se excusaron con que eso le corresponde a la Unidad de Integridad del Tenis (UIT) —creada por la ATP junto a la ITF y la WTA—, la dueña del reporte al que ambos medios tuvieron acceso parcial.

Nombres más o menos, la realidad de la corrupción en el tenis quedó establecida por los reconocimientos que hicieron los propios jugadores sobre la existencia de mafias que se les acercan con ofertas difíciles de rechazar. El propio Novak Djokovic, el número uno del mundo, reconoció que le había pasado, aunque de inmediato aclaró que no había aceptado. Lo mismo que el español Nicolás Almagro, quien aseguró que vivió con el miedo a que se volviera realidad la amenaza de romperle las piernas que le hicieron tras su negativa. O el chileno Juan Carlos Sáez, quien admitió que estuvo cerca de caer en la tentación, porque necesitaba el dinero, pero que no lo hizo, debido a que estos asuntos siempre se saben.

Las mafias de apuestas son un problema que hace rato afecta la credibilidad del tenis, pero la masividad y altos rankings que incluía lo anunciado por la BBC y BuzzFeed es el tipo de mazazo que la ATP siempre está evitando, de la misma forma como escondió el dopaje de Andre Agassi, porque figuras de ese tamaño no pueden caer. Así de simple.

Más allá de elucubrar sobre los motivos de por qué los nombres aún se mantengan en reserva, lo que queda claro es que el deporte, en general, vive una época en que su imagen de honorabilidad se está yendo a pique.

Lo que sucede en el tenis —"un secreto que todos conocen en el circuito", según un jugador sudamericano anónimo que habló con la BBC— continúa la ignominiosa senda que partió en Zúrich, en mayo pasado, cuando el FBI irrumpió en un hotel suizo y detuvo a buena parte de las cabezas del fútbol mundial y, especialmente, americano, siguiendo la pista de una investigación por corrupción y lavado de dinero que llegó tan, pero tan lejos que tiene a Sepp Blatter suspendido, lo mismo que Michel Platini, y que como daño colateral generó que se terminara el ciclo más exitoso de la historia de la selección chilena, con la reciente salida pactada de Jorge Sampaoli.

La ruta de la mala imagen siguió con el atletismo. Después de una década de brillo, con la irrupción de figuras enormes como Usain Bolt y Yelena Isinbayeva, por citar un par, se había recuperado de la serie de golpes infligidos por la seguidilla de dopajes desde finales de los 80 hasta mediados de la década pasada. Sin embargo, en la antesala del último Mundial de Beijing, su credibilidad nuevamente se vino al suelo.

La televisión alemana y el Sunday Times británico acusaron a la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) de ocultar casos de doping de campeones olímpicos y mundiales. La bola creció tanto que tres dirigentes fueron expulsados, mientras que Rusia se encuentra suspendida de la asociación, debido a la que, según expuso un informe de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), existía una red a nivel estatal para desarrollar y encubrir el doping. La situación, por ahora, tiene a los euroasiáticos, ganadores de 17 medallas en Londres 2012 —los mejores después de Estados Unidos—, imposibilitados de participar en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Sólo una reforma total de su sistema y el sometimiento a exhaustivos exámenes permitiría el levantamiento de la sanción.

Justamente, la cita en Brasil asoma como el escenario ideal para intentar una mejora en la credibilidad del deporte. Habrá que ver si saben aprovecharla.