Con el Ajax se consagró tricampeón de Europa en los años 71,72 y 73, modificando el mapa futbolístico de Europa. Con el club de Amsterdam, cuyo centro de entrenamiento quedaba a cinco minutos de su casa de niño, terminó con la hegemonía de los grandes de la UEFA.
El Mundial de Alemania lo catapultó a la memoria colectiva de los hinchas, en una etapa en que la cita mayor era el único espacio para disfrutar de los cracks. Con el 14 en la espalda fue el relevo justo para el trono que voluntariamente dejó Pelé en México 70.
No tenía posición en el campo. La selección uruguaya supo de su impronta en el estreno de los celestes ante los neerlandeses. Un 2-0, maquillado por una actuación brillante del portero Ladislao Mazurkiewicz. Un resultado mentiroso, que no reflejó la superioridad del conjunto que llegaría a la final, pero caería ante Alemania Federal por 2 a 1. El rescate del archivo lo mostró en esa Copa del Mundo como un rematador portentoso, flexible a la hora de disparar -como sucedió frente a Brasil en la noche de la clasificación a la final-, un cabeceador feroz, veloz, potente, poseedor de una técnica prodigiosa, gambeteador en espacios reducidos, implacable en trechos largos con una zancada rítmica y bella.
En síntesis, un futbolista completo, que además sabía defender. Un estratega. Lo demostró en la maniobra del penal de la definición frente a los germanos. Sabiendo que Berti Vogts sería su marcador, optó por instalarse de líbero cuando Holanda inició el juego. Con libertad, pudo arrancar y llegar hasta el área y ser víctima de un claro penal. Una acción que resume lo que debe ser el fútbol.
Al FC Barcelona llegó en agosto de 1973. Inició como futbolista y luego en la banca un proceso que hoy disfrutamos. Un cambio de paradigma para entender el fútbol actual. Ganar la Copa de Europa en 1992, al superar a la Sampdoria de Italia en Wembley, gracias a un tiro libre en la prórroga de Ronald Koeman, rubricó una trayectoria de ensueño.
Cruyff nunca fue un tipo de medias tintas. Dijo lo que pensaba sin importar quien estuviera al frente y actuó de acuerdo a lo que creía era correcto. Decidió no venir al Mundial de Argentina 78. No aceptaba jugar en un país gobernado por una dictadura sangrienta, que pretendía legitimarse a partir de una fiesta deportiva.
Ni siquiera el régimen de Francisco Franco escapó a su desparpajo. En 1974, nació su tercer hijo. En una gran entrevista concedida a la periodista Joana Bonet en el diario "El País", Cruyff contaba que al llegar a Barcelona, junto a su esposa Danny Coster, conocieron dos nombres que les gustaron mucho: Jordi y Nuria. Eligió el primero para su hijo, pero al inscribirlo en España se encontró con la prohibición de utilizarlo. La lengua catalana estaba proscrita.
Cruyff, ante burradas como esa, se rebelaba. En la conversación con Bonet, detalló un momento sabroso, que lo retrata de cuerpo entero:
"Hicimos el registro en Holanda y al venir aquí (Barcelona) a inscribirlo me dicen: 'No, no, Jordi no puede ser'. '¿Cómo que no puede ser?', repliqué. 'Aquí se tiene que llamar Jorge'. 'No, se llama Jordi, y se escribe así...'. 'Eso no podemos hacerlo'. 'Si no quieres hacerlo no lo hagas, es tu problema, no el mío, pero si escribes algo y yo lo tengo que firmar, entonces lo escribes como yo quiero', les dije. Al final lo hizo, y me dijo: 'Hago lo que quieres, ¿eh?'. No es que yo cambiara la ley, ni mucho menos, pero sin saber nada de política lo conseguí".
Porque la defensa de sus intereses siempre lo distinguió.
La dirigencia de la Federación Holandesa acordó un contrato con una transnacional de ropa deportiva antes del Mundial de Alemania. En Holanda no llevaba mucho tiempo el fútbol profesional. Johan creyó que el trato no era justo y optó por usar una camiseta diferente. La nota con Bonet recuerda esta decisión:
"Jugamos el Mundial de 1974, y hacía justamente dos años que el fútbol era profesional. Las empresas venían, había promociones… Y la Federación, en esa época, negoció con Adidas. Querían que lleváramos su camiseta, y yo pedí mi parte. Me la negaron diciendo que la camiseta era suya, y yo les dije que la cabeza era mía. Entonces en todo el Mundial jugué con una camiseta diferente del resto".
Impensable hoy y quizás siempre, pero no para Johan Cruyff.
En el epílogo, una imagen que nunca olvidé. El año 2000 surgió la cadena PSN. Transmitía partidos, pero unos documentales y entrevistas de grandes jugadores de todos los tiempos eran una golosina. No olvido una notable entrevista a Ruud Gullit, quien fue su compañero en el Feyenoord. Cruyff, después de actuar en España y Estados Unidos, quiso terminar su carrera en el Ajax. Lo encontraron viejo. Por eso optó por el clásico rival. En Rotterdam ratificó su vigencia y jerarquía.
Gullit hablaba y se tomaba la cara, riéndose y admirándose del casi sobrenatural estado físico de su maestro: "Tenía 37 años, estaba en el final, pero nos destruía a todos. En cada pelota, en cada carrera, nos mataba. ¡Y tenía 37 años! Yo decía si hace esto ahora, ¿cómo habrá sido a los 20?"
Por eso Johan Cruyff es un referente de toda la historia, uno de los cinco mejores futbolistas de todos los tiempos, un ganador a toda prueba, capaz de dejar su huella donde estuvo.
Solo un cáncer fulminante al pulmón, con seguridad fruto de sus décadas de fumador impenitente, pudo derrotarlo a los 68 años.
El fútbol ya no será el mismo