—Yo traté de cambiar las cosas, aguanté estoicamente, hasta que la convivencia se perdió. Entrábamos a una reunión y había personas que gritaban, que no dejaban sesionar, gente que quería boicotearme. Entonces, llegó un momento en que todos se descontrolaban, yo mismo me descontrolaba y pensé: "¿Para qué estar acá, qué sentido tiene?". Y ahí dije "basta". Cuando se perdieron las formas, se acabó todo.

El que habla es Arturo Infante (1949), un hombre que lleva casi 40 años vinculado al mundo de los libros, y lo que se acabó en abril de 2014, en esa reunión, fue su participación como presidente de la Cámara del Libro —estuvo entre 2011 y 2014—, organización gremial que agrupaba, hasta hace un tiempo, a editores, libreros y distribuidores, y que está a cargo, entre otras cosas, de organizar la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa), pero que desde hace mucho rato viene sufriendo una crisis importante. Tanto así, que a fines del año pasado la mayoría de las editoriales se retiraron de la Cámara.

El origen de la crisis, para muchos, está ahí, en el momento en que Infante renuncia y la organización no vuelve a tener un directorio completamente estable.

—Si pudiera retroceder el tiempo, no volvería a ser presidente de la Cámara. En ese momento asumí el desafío con todo, pero siento que entregué mucha energía inútil para gente que no la quería, que no la necesitaba —dice Infante, quien ahora está dedicado por completo a Catalonia, la editorial que dirige desde 2003, y a preparar lo que será una nueva entidad, que reunirá a los editores que se retiraron de la Cámara: la Corporación del Libro y la Lectura.

Desde esos lugares, Arturo Infante sigue inmerso en el mundo de los libros, ese que descubrió siendo joven y que lo llevó a compartir con algunos de los editores y escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX. Porque la historia del Infante editor empieza hace muchos años atrás, en España, en Barcelona, cuando entró a trabajar en la mítica Seix Barral y aprendió a hacer libros, a venderlos y a convertir en best sellers historias de no ficción. Un hombre que conoció por dentro el apogeo del mundo editorial hispanoamericano y que hoy, como pocos, conoce a la perfección el mundo del libro en Chile: sus aciertos, sus debilidades, sus desafíos.

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Arturo Infante creció en una casa con libros. Lo recuerda así: sus padres no tenían mucho dinero, pero sí había una biblioteca. Y creció con esos libros, y vivió los años en que brillaban editoriales como Universitaria y Quimantú.

—Recuerdo esos años con mucha facilidad de acceso al libro —cuenta ahora Infante, sentado en su oficina de la Editorial Catalonia.

A fines de los 60, Infante entró a estudiar Filosofía en la Universidad de Chile y luego, paralelamente, Historia. Pasaba mucho rato en las bibliotecas o en San Diego buscando libros. Trabajaba como profesor en tres colegios distintos, hasta que vino el golpe de Estado y, entonces, como muchos de los partidarios de Salvador Allende, se tuvo que ir. Tenía familiares en Barcelona, así que a inicios de 1974 llegó a una España gobernada aún por Franco. Ahí, al principio, mientras buscaba la forma de retomar sus estudios, trabajó como garzón, como reponedor en supermercados, como vendedor de enciclopedias de dudoso prestigio, hasta que pudo volver a la universidad: terminó de estudiar Filosofía y luego cursó Filología Hispánica. En medio de todo esto, sin embargo, ocurrió lo que iba a torcer su rumbo laboral: un día se abriría una plaza en Seix Barral para trabajar como vendedor, y él no dudaría en probar suerte.

A partir de ahí, entonces, Infante nunca abandonaría la industria editorial.

"Si pudiera retroceder el tiempo, no volvería ser presidente de la Cámara. Asumí el desafío con todo, pero siento que entregué mucha energía inútil para gente que no la quería", dice Infante, quien es parte de una nueva entidad, que reunirá a los editores que se retiraron de la Cámara.

—Aprendí mucho en ese lugar. Además, se murió Franco, comenzó la abertura y ahí la editorial adquirió una importancia cultural enorme, porque Seix Barral era un especie de cuna del Boom —cuenta Infante, quien luego de ser vendedor pasó a dirigir un departamento de la editorial, destinado a generar vínculos con las universidades españolas. En ese contexto, organizó conferencias y presentaciones de autores en distintas universidades. Ahí, acompañó a escritores como Juan Goytisolo, Manuel Puig, Cabrera Infante y Mario Vargas Llosa, mientras recorrían España presentando algunos de sus libros más importantes.

—Fue un trabajo magnífico. Era a fines de los 70, inicios de los 80, aprendí mucho, y ahí, después de un tiempo, me propusieron irme a una plaza en América Latina como gerente general de Seix Barral, y las dos opciones eran México o Argentina, y yo opté por Argentina.

Llegó a una Buenos Aires en dictadura, dos meses antes de que estallara la Guerra de las Malvinas. Fueron tiempos turbulentos, donde además vio cómo las editoriales más grandes comenzaron a comprar otros proyectos: Planeta compra Seix Barral, y ahí, Infante se queda como presidente de Seix Barral Argentina. Luego, Planeta decide fusionarse con Sudamericana, e Infante pasa a ser director editorial de Sudamericana-Planeta, editorial que arranca con Malvinas. La trama secreta, un éxito instantáneo que vendió más de 200 mil ejemplares.

Fue su época de gloria. Se había hecho un nombre en un medio literario complejo como es el argentino, pero además desde España observaban con admiración sus éxitos editoriales, los proyectos de no ficción en los que ahondó durante todos esos años: investigación periodística, derechos humanos, temas políticos.

A fines de los 80, y cuando fue el plebiscito en Chile decidió volver. A esa altura, Infante estaba casado, tenía cuatro hijos, era el momento de regresar. Y en esos días, cuando ya está de regreso viendo qué puede hacer con su vida, los dueños de Sudamericana le proponen abrir una sucursal en Chile y que él sea dueño del 50%.

Y acepta.

Son años en que las cosas van bien, hasta que el grupo Bertelsmann compra Sudamericana, en uno de los primeros movimientos que años después darían vida a Random House Mondadori —hoy convertida en Penguin Random House—, donde Infante alcanzaría a trabajar en sus inicios, pero luego preferiría dar un paso al costado. En el grupo editorial aceptaron su renuncia, pero le hicieron firmar un pacto de no competitividad, que consistía en que estuviera dos años sin trabajar, pero ellos le pagaban el sueldo. Eran tiempos difíciles. Había perdido hacía poco a su mujer, así que no dudó en aceptar.

—Durante esos dos años pensé en qué podía hacer después, estaba dudoso de poner una editorial, pero fueron al final los amigos los que me convencieron.

"Creo que el Consejo del Libro perdió el sentido, porque el Estado mismo nunca lo empoderó.  Si hubiera una preocupación real por el libro, habría una política pública clara y por simbolismo hubieran puesto un IVA diferenciado".

Hubo cuatro amigos fundamentales, que le pasaron, también, los que serían los primeros cuatro libros de Catalonia: Patricia Verdugo (Allende. Cómo la Casa Blanca provocó su muerte), Elizabeth Subercasaux (Las diez cosas que un hombre en Chile debe hacer de todas maneras), Armando Uribe (Diario enamorado) y Armando de Ramón (Historia de Chile).

Justo el día en que se cumplieron los dos años desde que firmó su finiquito, apareció el primer libro de Catalonia, que iba a ser el de Patricia Verdugo. Era el 2003. A fines de ese año, los cuatro títulos estarían entre los más vendidos, tal como ahora, que tiene entre los más vendidos a Poderoso Caballero, de Daniel Matamala, y Gay Gigante, de Gabriel Ebensperger.

—Yo quería hacer una editorial boutique, chiquitita, sacar cuatro libros al año, pero fui fiel a mi formación de editor y creé un sello con mucha diversidad. Para mí, el purismo en el mundo editorial es de un riesgo que, si tú vas a vivir de eso, no te sirve. Admiro mucho a Jorge Herralde, porque ha sido muy coherente, ha luchado por esa coherencia, pero lo pudo hacer porque tenía una fortuna, si no es muy difícil —dice Infante, quien a partir de ahí se involucraría con mayor intensidad en la industria editorial chilena.

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Antes de que Arturo Infante asumiera la presidencia de la Cámara del Libro en 2011, el presidente anterior —el distribuidor Eduardo Castillo— había estado 20 años a cargo de la organización gremial.

—Yo creo que, sobre todo los editores, estábamos conscientes de que había que dar un giro radical a la Cámara. No tenía conexión con el mundo cultural y había que renovar la Feria del Libro —cuenta Infante, aunque aquella renovación iba a ser más compleja de lo que imaginó.

—Me di cuenta de que era difícil cambiar las cosas, porque lo que les interesaba a los editores (políticas públicas del libro, generación de lectores, los impuestos del libro, los estímulos a la exportación) no le interesaba al estamento de los libreros ni al de los distribuidores, que estaban preocupados de si podíamos o no tener permiso para hacer una feria en la Plaza de Armas, o con cuántos stands podían ir a la Feria de Mapocho… Una vez propusimos acortar la Feria porque dura muchos días, y recuerdo que se me tiraron a la yugular con unos corvos acerados porque varios iban a perder no sé cuánta venta.

Entonces era difícil avanzar. Era un diálogo de sordos.

A pesar de estas desavenencias, la Cámara del Libro logró renovar en parte Filsa (se crearon los Diálogos Latinoamericanos, se consiguió que el Consejo del Libro aportara fondos y un sponsor) y levantó el nivel del evento, sin embargo las diferencias dentro de la Cámara siguieron y derivaron en que, en abril de 2014, Infante renunció a la presidencia.

—Uno de los grandes cuestionamientos a Filsa es la ausencia de escritores importantes entre los invitados. ¿Eso se debe a falta de recursos o a problemas de la organización?

—El problema fundamental no era de dinero, era de la estructura que había tomado la organización de la Feria, donde los actores que ponían el dinero llegaban tarde al asunto. Hay que decir, también, que el primer ministro que decidió aportar fondos a la Feria fue Roberto Ampuero. Antes de él, el Consejo de la Cultura no aportaba a la Feria. Ahora, el problema es que esas platas tenían que pasar por una serie de burocracias que retrasaban todo. Cuando salían, ya era demasiado tarde y ninguno de los invitados que teníamos presupuestados podía venir.

—Otro tema que siempre surge es el del alto precio de las entradas.

—La Feria debe tener un financiamiento por parte del Estado y también por parte de privados, y eso debe hacer que lleguemos a una gratuidad en la entrada. En un país que tiene déficit de lectores, no puedes poner tantas dificultades para ir a una feria del libro. Eso hay que cambiarlo, y creo que lo haremos, pero estamos lejos todavía, porque fíjate que estamos a abril y todavía no se sabe quién está organizando la Feria de este año.

—Los editores que se retiraron de la Cámara (Penguin Random House, Planeta, Ediciones B, Catalonia, entre otros) van a lanzar este mes la Corporación del Libro y la Lectura. ¿Cómo va a funcionar esto?

—Va a ser una corporación donde no pondremos el acento en lo gremial, porque estamos convencidos de que todo parte por generar nuevos lectores. Si tú no generas lectores, esto no tiene sentido, entonces parte de nuestra misión es esa, porque tenemos los medios. Tenemos que redireccionar la energía gremial hacia la construcción de lectores, que es la base del mercado. Y la idea es hacer alianzas con las fundaciones que se dedican a la lectura, vamos a realizar actividades con apoyos a bibliotecas y mediadores de la lectura. Y también haremos un centro de estudios del libro, porque no lo hay. Tenemos carencias de datos y nadie los está procurando. No hay ningún organismo en Chile que esté estudiando el fenómeno del libro y nosotros lo haremos.

—Se supone que el Consejo del Libro y la Lectura debería realizar estos estudios…

—Yo pertenecí al Consejo durante cuatro años, representando a la Cámara del Libro, antes de ser presidente. Conozco el aparato y creo que el Consejo perdió el sentido, porque el Estado mismo nunca lo empoderó. Si hubiera una preocupación real por el libro, habría una política pública clara y por simbolismo hubieran puesto un IVA diferenciado. Porque aunque todos sepamos que quitando el IVA no van a bajar los precios de los libros ni variarán los lectores, se ve feo igual, ¿no? El Consejo está convertido en un administrador de fondos concursables y eso no es posible. No tiene una autoconciencia de cuál es su rol, y eso no te deja tiempo para pensar qué hay que hacer con el libro en Chile.

—Claro, ha habido iniciativas fallidas, como el Maletín Literario o Lee Chile Lee…

—Hay mucho voluntarismo en esto. No hay una política de Estado, hay políticas de gobiernos, entonces no avanza, porque llega un nuevo gobierno, descubren la pólvora y empiezan todo de nuevo. Y son programas que no tienen medición, que no tienen una política en el tiempo para decir de qué sirvió esto, cuántos lectores ganamos… Faltan objetivos globales, metas claras y seguir modelos, porque esto no se trata de intuiciones, hay modelos ya probados. En todos estos años han aumentado los recursos y eso ha beneficiado y ha hecho que se dinamice el mundo del libro, pero creo que está equivocada la forma en que esos recursos se utilizan.

—¿Se ha acercado la Cámara del Libro a los editores que se retiraron para planificar Filsa?

—No hemos tenido noticias, no sé quién está organizando la Feria. Ha habido diálogos entre nosotros, sé que hay voluntades, porque todos tenemos una cosa clara: la Feria se va a hacer sí o sí. Y espero que este momento de confusión nos sirva para tener una organización más plural, que permita hacer una Feria distinta, porque si no no vamos a ir a ningún lado.