El hombre invisible

Khaled es un hombre que alguna vez tuvo una familia, un hogar y un trabajo. Ahora no tiene nada. Es uno más entre los miles de refugiados sirios que buscan una nueva oportunidad en Europa. Ha cruzado clandestinamente varias fronteras, y cuando le preguntan cómo lo ha hecho para sobrevivir, su explicación es tan sencilla como dolorosa: "Es fácil, nadie quiere vernos". Khaled ahora es un hombre invisible.

Khaled es el protagonista de El otro lado de la esperanza, la última cinta del realizador finlandés Aki Kaurismäki. El refugiado llega a Finlandia escondido en un barco, y para que nadie lo encuentre viene camuflado en una carga de carbón. En su primera aparición apenas podemos distinguir su rostro, manchado de negro por el carbón. Es una imagen potente de todo lo que vendrá y de la pérdida de la identidad que vive todo inmigrante.

Kaurismäki se lanza a filmar el drama de los refugiados sirios en Europa sin perder su estilo, austero y alejado de cualquier estridencia, y con su humor inconfundible, extraño y a veces sardónico. Kaurismäki enlaza la historia de Khaled con la de Wikström, un finlandés que también busca una segunda oportunidad en la vida. Sus decisiones son drásticas: deja a su mujer, vende su tienda de camisas y se reinventa como dueño de un restaurante, pese a no tener ninguna experiencia en el rubro. Sus estrategias para hacer revivir el negocio son desastrosas. Pero este hombre de traje y corbata, un personaje gris y sin mayores cualidades, demostrará tener más humanidad que cualquiera. Wikström le ofrecerá trabajo a Khaled y algo que se parece a la dignidad.

El otro lado de la esperanza es un retrato crudo y melancólico de la realidad de los inmigrantes, y uno de sus grandes aciertos es mostrar los centros de acogida como ese limbo en que sobreviven quienes que han sido despojados de todo. Pero su mirada se vuelve universal, incómoda y tristemente cercana al mostrar el racismo y la xenofobia como una sombra que nos acecha a la vuelta de la esquina.