Un día de 2013, Justin Rockefeller, director de family offices y fundaciones en Addepar, una plataforma de administración de inversiones, y Josh Cohen, gerente de inversiones de Tyden Ventures, se juntaron a almorzar en el hotel Grand Hyatt, cerca de la Central Station, en pleno Manhattan. Conversando como lo hacían siempre, como amigos, ambos jóvenes, parte de la nueva generación de acaudaladas familias estadounidenses y con un interés particular por las inversiones, se dieron cuenta de que los dos habían pensado por separado en una idea: debería existir una versión de The Giving Pledge, una iniciativa del inversionista Warren Buffett y del empresario Bill Gates para donar la mitad de su fortuna, motivando a otros millonarios a hacer lo mismo. Pero no querían hacer simplemente filantropía.

—Nos dimos cuenta de que si nos asociábamos, podríamos recaudar dinero, poner a prueba un modelo de inversión de impacto social y luego contratar a un equipo para llevar esto al siguiente nivel — dice hoy Justin Rockefeller (38)—. Había muchas familias interesadas en este tema, pero no sentían que hubiera un espacio seguro para hablar de ello.

Meses más tarde estaban listos para dar el puntapié inicial a The ImPact, una empresa sin fines de lucro que consiste en una red que permite a familias de alto patrimonio de todo el mundo comprometerse a promover y aumentar sus inversiones sociales, es decir, inversiones que buscan generar retornos financieros y al mismo tiempo beneficios sociales medibles. En los últimos años, la industria de inversión de impacto se ha desarrollado a tal punto, que se espera que para el 2020 movilice US$400 mil millones a nivel global.

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Justin es parte de la quinta generación de la dinastía Rockefeller, una de las familias más poderosas de Estados Unidos.

No es un millennial, pero piensa como uno. Está consciente del impacto que causan las empresas a nivel medioambiental y social, y repite más de una vez la importancia de entender que todas las decisiones empresariales tienen consecuencias morales. Por eso quizás no le duela tanto que, pese a que la fortuna familiar se haya forjado al alero de la industria petrolera, ahora la Fundación Rockefeller Brothers, de la cual participa, esté desinvirtiendo en combustibles fósiles.

"Lo que la gente hace con su dinero tiene consecuencias morales. Eso incluye cómo ganas el dinero, cómo lo donas y cómo lo inviertes", dice Justin Rockefeller.

Personalmente, él ha realizado algunas inversiones directas en empresas con sentido, como una aplicación que usa juegos para ayudar a la gente a motivarse a ahorrar (Long Game Savings), una empresa de biotecnología basada en Nueva Jersey que fabrica cuero natural en un laboratorio usando células de piel de vaca (Modern Meadow), y una compañía que, usando paneles solares, puede extraer agua a partir del aire (Zero Mass Water).

En 2002 se graduó de la Universidad de Princeton y trabajó por tres años en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). En 2006 se casó con la bailarina Indré Vergis, quien tras graduarse de Princeton, se ha hecho un nombre en el mundo de la moda: pasó desde trabajar como asistente de Anna Wintour a estudiar un MBA en Stanford, ser presidenta de Delpozo para Estados Unidos y dirigir su propia compañía de maletas.

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Justin Rockefeller aterrizó el viernes 6 de abril en Chile. ¿El objetivo? Lanzar The ImPact en el país, de la mano del director de empresas Horacio Pavez Aro, a quien invitaron a ser cofundador. "En Chile tenemos que crear conciencia. Nos estamos moviendo a la segunda o tercera generación en las familias empresarias, y esas generaciones están empezando a tomar el liderazgo en sus negocios familiares. Este es el primer paso. Por eso me interesó The ImPact, porque creo que es una herramienta poderosa para crear una red", asegura Horacio Pavez. "Tenemos distintos problemas, hay que crear modelos de negocio que puedan resolverlos, como por ejemplo, la educación (nosotros estamos en esta área)", agrega Pavez.

Esta semana, Rockefeller estuvo con representantes jóvenes de 10 de las principales familias empresariales del país. Se reunieron en Las Majadas de Pirque, y se espera que este sea sólo el primer paso del lanzamiento de la red en el país.

—¿Qué te motivó a crear The ImPact?

—Lo que la gente hace con su dinero tiene consecuencias morales. Eso incluye cómo ganas el dinero, cómo lo donas, y cómo lo inviertes. Lo segundo es que toda compañía y toda inversión en el mundo tienen impactos positivos, negativos y neutros. Lo que ha cambiado en la última década, especialmente, es un nuevo foco en medir ese impacto y usar tecnología y redes para pensar de manera más crítica en cómo ese impacto afecta los valores y las cosas que te importan. Entonces, hay oportunidades de inversión para crear un cambio positivo en el mundo. Puede ser un cambio medioambiental o social, pero cambios que tengan un impacto medible.

The ImPact es una ONG, un lugar seguro para que familias de todo el mundo puedan aprender entre ellas y que construyan redes. Los únicos miembros de The ImPact son familias. Piensa en el modelo de YPO (Young Presidents' Organization), que es una red de familias. La organización es tres cosas al mismo tiempo: organización de redes, educación y una plataforma de datos, que está impulsada por Addepar, empresa de tecnología financiera que se enfoca en agregación de datos, análisis de portafolio y reportes consolidados, de US$1 billón en activos. The ImPact es un cliente pro bono de esa empresa.

—¿Por qué The ImPact?

—Estoy en el directorio del comité de inversión de Rockefeller Brothers Fund y a comienzos de febrero de 2014 empezamos a alinear nuestro endowment (de US$900 millones) y nuestra misión. Y parte de las decisiones que hemos tomado han sido desinvertir en combustibles fósiles. Porque la fundación, como parte de su trabajo, combate el cambio climático, y pensamos que es importante poner en práctica nuestras opiniones, y usar el dinero como otra herramienta para el cambio climático.

—¿De dónde provinieron los fondos para empezar?

—Josh Cohen y yo fuimos donantes, además reunimos dinero a través de amigos, no familiares, que querían apoyar la idea y también a nosotros. Cualquier inversionista de venture capital sabe que no sólo se apoya la idea, sino al emprendedor detrás de ella. Entonces construimos una red de personas que creía en nuestra idea, y nos rodeamos de gente que nos entregó el dinero para comenzar.

Rockefeller ha invertido en empresas como una app que usa juegos para ayudar a ahorrar, una empresa de biotecnología que fabrica cuero en un laboratorio y una firma que extrae agua del aire.

—¿Cinco años después, cómo evalúan el proyecto?

—Hasta ahora bien. Esto no estuvo nunca diseñado para ser business to consumer. Es una red de familias, entonces no queríamos crecer demasiado rápido. Queríamos que la idea y los dólares se expandieran de manera rápida, pero es una red de familias y nunca debiera convertirse en una red enorme.

—¿Cómo convences a los jóvenes de estas familias de involucrarse en la inversión de impacto?

—Realmente no necesitamos convencerlos. Hay un fenómeno millennial, que es una generación que ya alineó sus valores y sus opciones de consumo, entonces quieren un producto que (dejando todo lo demás igual, incluyendo precio y calidad) sea verde. Quieren trabajar para compañías que hagan del mundo un lugar mejor, quieren un ambiente diverso en el trabajo. A medida que ganan y heredan dinero, extienden estas prácticas y alinean sus billeteras para invertir con sus valores.

—¿Cuál es la clave para que a la gente le interese este tipo de inversiones?

—La respuesta está en la escala. Ciertos desafíos son tan grandes que el gobierno por sí solo no los puede solucionar, así como tampoco los pueden solucionar las ONG por sí solas. Requieren la escala del mercado de capitales y la escala de los negocios. Por ejemplo, durante el almuerzo (con familias de empresarios), estuvimos hablando de la Ley Emilia. Si fijas una meta de reducir la cantidad de personas que mueren producto de la combinación de tomar alcohol y manejar, hay muchas formas para enfrentar ese desafío. En el caso de la Ley Emilia fue a través de la acción del gobierno y la ley. Y eso ciertamente fue una forma de crear un cambio. Otra manera es a través del sector privado con aplicaciones como Uber y otras similares. Por ejemplo, en Estados Unidos, en ciertos sectores se ha visto una reducción en este tipo de muertes con la llegada de estas aplicaciones. Y más aún, lo que veremos en el futuro con los autos que se manejan solos. Estas son compañías con fines de lucro. El problema de las muertes por este tipo de accidentes se redujo.

—¿Cuál es el problema global que más te preocupa hoy?

—Hay que pensar en el fenómeno conocido como cisne negro (un evento que tiene pocas posibilidades de ocurrir, pero que, de ocurrir, tiene consecuencias extremadamente negativas), como la crisis financiera global de 2007, una guerra nuclear, que se hizo más probable desde enero de 2017, una pandemia global, etc. También están los problemas que se hacen cada vez más complicados, como el cambio climático.

—¿Crees que el mundo va por un buen camino en materia de cambio climático?

—Depende del país e incluso del área geográfica. California está en una trayectoria correcta. Pero el gobierno federal de EE.UU. se está moviendo en la dirección equivocada en esto. Lo bueno es que ahora la gente se da cuenta de lo grande que es este problema, la gente está atando cabos. No tenemos un tiempo ilimitado. Hay una serie de herramientas para enfrentar este tema, y el mercado de capitales es una de las herramientas que han estado subutilizadas. Las empresas han logrado muchos avances, han sacado a mucha gente de la pobreza, pero hay mucho más que las empresas pueden hacer para mejorar el problema medioambiental.