A mediados del 2012 me topé, esperando un vuelo hacia Puerto Montt, con Juan Sebastián Montes, que era intendente de la zona (y leyenda del montañismo). Me contó que tenía planes para armar un nuevo partido de derecha que dejara atrás las trancas de la dictadura y la renovara intelectualmente. El líder de este proyecto era Felipe Kast, a quien conocí después, ese mismo año.

Felipe, que tiene carisma de misionero, me contó del perfil social de este nuevo proyecto. También de sus fundamentos políticos e intelectuales. La idea era seguir el ejemplo liberal-conservador inglés, pero con un partido de cuadros universitarios y arraigo social en sectores bajos y medios. Me mencionó a Jesse Norman y me propuso traducir su libro The Big Society. El argumento de Norman me pareció cautivante: superaba la vieja dicotomía "Estado o mercado" que tenía capturada la política chilena, introducía la noción de sociedad civil y le daba un nuevo sentido, más cercano al original, a la idea de subsidiariedad del Estado. Traduje el libro y ya estaba en librerías para el 2014. Ese mismo año invitaron a Norman a la Enade, a La Otra Mirada, lo nombraron miembro honorario de Evópoli y el concepto de "sociedad civil", relegado desde los 80, retornó al debate público. Todo iba sobre ruedas.

La elitización no es gratis en política:  tener éxito comunicacional no es lo mismo que acumular poder y legitimidad. La conducción no es puro marketing: hay una brecha entre Twitter y el mundo.

Si uno revisa la declaración de principios del partido, redactada entonces, encontrará conceptos como "subsidiariedad activa", "prioridad por los niños y las familias más necesitadas", "justicia social", "bien común", "justicia intergeneracional", "oden social", "solidaridad" y "la familia como núcleo fundamental de la sociedad". Ellos reflejan el impulso intelectual y político originario de Evópoli, su compromiso social y la incorporación de categorías de la doctrina social cristiana dentro de una visión laica y liberal, aunque no progresista. Por esos años, también, se logró levantar Horizontal con un ambicioso proyecto centrado en estudiar a los sectores bajos y medios para comprender sus necesidades y hacer propuestas de política pública en línea con la visión del partido.

Los problemas comenzaron cuando el financiamiento se restringió durante el periodo 2014-2015. Algunos no quisieron seguir apostando a una renovación de la derecha demasiado lenta y poco ruidosa. La tesis de Hernán Larraín Matte en ese contexto fue que sólo una agenda progresista en lo "valórico" le daría notoriedad mediática al partido. Y tenía razón: temas como el matrimonio homosexual o la ley de género entregan una presencia mediática mucho mayor que una agenda social. Casi nadie considera prioritarios estos asuntos, pero meten mucho más ruido que los demás. Con el giro comunicacional también comenzó un giro político: del liberal-conservadurismo se pasó a un liberalismo individualista y progresista, que tiene como eje la autonomía individual y el despliegue de la voluntad soberana de los sujetos. Esto atrajo, a su vez, nuevos militantes interesados en esas banderas, que reforzaron el sentido del giro. La idea de calar en las clases medias y bajas fue dejada de lado, y las fichas se pusieron en la audiencia universitaria y profesional ABC1 que deseaba tanto libertad económica como moral. La visión de un partido "integralmente liberal" se había instalado.

Este proceso, por lo demás, no encontró mucha resistencia en las bases porque los jóvenes conservadores y socialcristianos no se habían interesado por participar de un espacio de renovación pluralista, prefiriendo fundar sus propios movimientos, con ideas más "puras", al igual que los "liberales de verdad". Ninguno de los cuales, a la fecha, ha dado muchos frutos.

La siguiente vez que me topé con la gente de Evópoli fue en el contexto del consejo político de Chile Vamos, el 2016, durante el fuerte debate interno en torno al documento de "Convocatoria". Ahí Lorena Recabarren, representando a Evópoli, reclamó que el documento no recogía "una línea liberal", sin explicar por qué y en qué sentido, más allá de encontrar molesto el concepto de "nación" en él, e hizo causa común para hundirlo con Rosanna Costa, entonces de Libertad y Desarrollo, quien defendió al homo economicus en contra del texto. Valentina Verbal, la activista libertaria LGTBI que trabajaba en Horizontal 2.0 bajo Recabarren, también salió a pegarle con más calificativos que argumentos.

Gracias a ese episodio entendí tres cosas: primero, que Evópoli ya no respondía a su declaración de principios, plenamente convergente con el documento "Convocatoria". Segundo, que su nueva técnica política consistía en ganar prensa acusando de conservadurismo a todos los demás, no aceptarían que nadie les disputara el título de "renovación del sector". Y, tercero, que el giro progresista en lo "valórico", paradójicamente, los había acercado a la UDI y a Libertad y Desarrollo en su mirada económica y política. No era raro, entonces, que sus nuevas bases estuvieran mucho más cerca de Axel Kaiser que de Jesse Norman (lo que le reventó en la cara al propio Felipe Kast cuando no votó a favor del aborto). Las banderas sociales seguían en el stock del partido, pero sus prioridades políticas estaban ya en otra parte. Y en política las prioridades son lo principal: lo que define es el flujo, no el stock.

Por esas ironías de la historia, sin embargo, el brutal caso Sename volvió a darle importancia a la agenda de la infancia. Piñera, de hecho, parece haber asumido este asunto como quilla de su gobierno, razón por la cual lo puso en las manos de su mejor carta, Alfredo Moreno. Esto llevó a Evópoli a desempolvar esas banderas, pero ahora ondean en un contexto teórico muy distinto: la preocupación por los niños se justifica con arreglo a su libertad para elegir. La idea de "justicia social" se ha desvanecido, para dar paso a una visión soberanista individual, donde el Estado está al servicio de la expansión de la libertad de los individuos y punto. Esto difiere de las propias justificaciones dadas por Moreno.

Así, el giro de Evópoli se encuentra casi completo. La propia inercia política y mediática ("vamos, di lo tuyo") ha terminado dándole más prioridad al tema de la ley de género que al Sename. Lo único que queda del partido inicial son la declaración de principios y los militantes regionales, que en su mayoría fueron atraídos por el discurso original (esto explica que su otra senadora por La Araucanía, Carmen Gloria Aravena, no esté alineada con la agenda progresista del corazón santiaguino del partido). Este giro se verá reforzado por la tercera renovación de Horizontal, que incluye un equipo de perfil liberal-libertario.

Avanza ante nuestros ojos, entonces, la consolidación de esta nueva "nueva derecha". Tan diferente a la antigua en lo "valórico", pero tan parecida en lo económico y político. Una derecha que no dice "gobierno militar", que no había nacido para el golpe, y no votó el 88, pero que básicamente reproduce las ideas de Chicago, pero en un marco "progre". Una renovación generacional, pero con mucha menos profundidad política e intelectual de lo que habíamos pensado.

Respecto a su futuro, me temo que ahora el capitán del barco desentona un poco con la tripulación: Kast no tiene perfil de líder del "liberalismo integral". No es John Galt. La corbeta Evópoli puede en cualquier momento amotinarse o ser abordada sin resistencia por lanchas conducidas por Cristóbal Bellolio, Lily Pérez o Andrés Velasco. Además, la novedad pronto pasará: un grupito de RN ya mostró que también puede jugar ese fácil juego. A ello se suma que la elitización no es gratis en política: tener éxito comunicacional no es lo mismo que acumular poder y legitimidad. La conducción no es puro marketing: hay una gran brecha entre Twitter y el mundo. Y poder y legitimidad es lo que se necesitará para navegar durante los temporales que se anuncian en el horizonte.

Todavía converso, a veces, con Felipe. Cuando critico la línea del partido, me pregunta en qué se diferencia lo de ahora con lo de antes. Esta es mi respuesta.