Al final de la calle en pendiente, lo que se ve es esto: un parque, una ciclovía, un muelle y un lago con varios botes. A lo lejos, se ven unos cerros al otro lado de las aguas, que recuerdan a Frutillar, Puerto Varas o las ciudades lacustres del sur de Chile. Pero la imagen ocurre en Burlington, a casi diez mil kilómetros de distancia, al otro lado del mundo. Burlington es la ciudad más grande de Vermont, lo que no es decir mucho: como el estado tiene 625 mil habitantes totales, sus 40 mil personas hacen que sea casi una metrópoli para la zona.
Y el emblema es ese lago y esa vista, que, como todo en los pueblos pequeños, tiene una historia mítica que se repite de boca en boca, y que habla de que, hace casi 30 años, un alcalde salvó esa vista para el pueblo al oponerse a la construcción de una serie de edificios de veraneo que obstruirían para siempre la perspectiva del lago. Si la historia se sigue repitiendo es porque hoy, ese alcalde en sí mismo es un mito. Ese alcalde se llama Bernie Sanders.
El senador y hoy retador de Hillary Clinton en la carrera presidencial demócrata ha forjado su carrera y su vida adulta en estos parajes. Nacido en Nueva York y con estudios en Chicago, Sanders decidió en 1968 radicarse en Burlington, donde hasta hoy tiene su casa en medio de un parque. No fue el único que fue capturado en esa época por la vida rural que ofrecía un estado que tiene 75% de bosques en su territorio, una mezcla visual de ríos y pequeñas montañas que cautiva y avisos tan inusuales en la carretera como "Cuidado: cruce de osos". De hecho, de alguna forma, sus compañeros de ruta de esos años son los culpables de haber forjado en conjunto el carácter progresista del estado, y de hacer posible la carrera política de Bernie.
Vermont, además de todas sus particularidades geográficas, tiene una que es política. El pequeño estado es el único que tiene un "tercer partido" relevante: el Progresista, ubicado más a la izquierda y cuyo sistema de militancias es abierto.
Porque cuando Sanders se fue, según cuenta Anthony Polina, el líder de la mayoría demócrata y progresista —que no es lo mismo en Vermont— en el Senado estatal, y quien fuera el asesor principal de Sanders en la década de 1990, cuando era diputado, el estado estaba justo en un proceso de cambio. De ser históricamente un lugar conservador y que votaba republicano, en los años 60 muchos amantes de la naturaleza y seguidores del movimiento hippie se mudaron, principalmente de los cercanos estados de Nueva York y Boston. Sanders fue uno de ellos, trabajando en oficios tan diversos como la carpintería y el cine, algo que lo marca hasta hoy: durante sus años de político ha tenido pequeños papeles en dos películas, ambas protagonizadas por Susan Sarandon. Como un círculo perfecto, Sarandon hace algunas semanas le dio su apoyo para la Casa Blanca.
Un lugar en el mundo
"Vermont formó a Bernie Sanders, como al resto de nosotros, al permitirle vivir en una comunidad en que él puede sentir que está haciendo una diferencia". Las palabras de Anthony Polina al comienzo se parecen mucho al discurso habitual de los políticos en cualquier parte del mundo, pero hay varias cosas pasando alrededor que no cuadra. Primero, que Polina, uno de los principales senadores del Estado, está comiendo en la punta de una mesa de madera en un restaurant del centro de Montpelier, la capital estatal de apenas siete mil habitantes. Segundo, que el parlamentario no tiene ningún grado especial de autoridad: las meseras que lo atienden lo saludan con un coloquial "¡Hola, Anthony!" y la gente a su lado no le pide que le resuelva asuntos pendientes, sino que le pregunta por sus hijos. Por momentos, parece un lugar detenido en el tiempo, donde suena de fondo "Cheek to cheek" y en que en los cafés se lee el diario, se saluda a quienes atienden por el nombre y es difícil encontrar a alguien que mire el celular.
La idiosincrasia de este lugar es un elemento clave para comprender a Sanders. Vermont, además de todas sus particularidades geográficas, tiene una que es política. En un país en que prácticamente todos los cargos de elección popular están monopolizados por el partido Demócrata y el Republicano, el pequeño estado es el único que tiene un "tercer partido" relevante: el Progresista, ubicado más a la izquierda y cuyo sistema de militancias es abierto. Por eso, Polina puede ser el líder de la mayoría demócrata y de la progresista, puede haber competido en primarias demócratas y, como miembro del partido, puede haber competido paradójicamente contra el que antes de Sanders era el otro símbolo progresista de los demócratas, el ex gobernador Howard Dean.
Para Estados Unidos, Dean fue el primer "progresista de Vermont". En 2003, él se alzaba como un inesperado favorito en las encuestas, sobre todo por sus posturas izquierdistas en un partido Demócrata todavía marcado por los años más moderados de Bill Clinton. Pero su trayecto fue el opuesto al de Sanders: en 2004 no cumplió con las expectativas ni en Iowa ni en New Hampshire, y esos fracasos tempranos terminaron haciéndolo retirar su carrera a la nominación, que acabó ganando John Kerry.
Pero lo curioso es que no hay dos miradas respecto a lo que se pensaba en Vermont en esa época. Polina recuerda que a muchos les llamó la atención que Dean tomara ideas progresistas, dado que él, en la política interna del estado, era un moderado. Y por otra parte, Joe Trippi, el jefe de la campaña nacional de Dean, también recuerda haber sentido esas críticas en la campaña de parte de los sectores de izquierda más "duros" del lugar donde el entonces candidato era gobernador: "El de Vermont es probablemente el partido Demócrata más progresista del país. Hay una tradición de ideas liberales y progresistas que vienen de Vermont, son el lugar donde todo comienza", asegura a Qué Pasa.
El propio Sanders, durante muchos años, no estuvo tan cerca de los demócratas. En una de sus primeras carreras políticas, en 1976, se presentó a gobernador por el partido de la Unidad Libre y fue el tercero en discordia que impidió que republicanos o demócratas obtuvieron la mayoría absoluta. Luego, como alcalde de Burlington y congresista, postuló como independiente apoyado por el Partido Progresista, y sólo hace unos meses señaló que cumpliría con los requisitos formales para ser parte de la primaria de la colectividad del presidente Barack Obama. Pero su camino siempre fue más libre, como lo señala el propio Trippi, cuando reflexiona sobre lo que está ocurriendo ahora: "No hay dudas de que, si miras las campañas de 2004 de Dean y de 2016 de Sanders, dos de las campañas más progresistas de esta centuria, ambas vinieron de Vermont. Creo que es el único lugar que lo habría mandado al Senado".
Una forma de volver a casa
"1 de marzo, ¡¡Vermont!!". Escrito con letras más grandes y signos de exclamación, la fecha de la primaria del estado está ahí, en la pizarra blanca que adorna el salón central del cuartel general de la campaña de Sanders en Burlington, la ciudad que encabezó desde la alcaldía por casi una década —de 1981 a 1989—. La sede es pequeña, está en un tercer piso y hoy domingo tiene poco movimiento, porque muchos de los voluntarios que habitualmente vienen están en terreno. Es el fin de semana previo a las primarias de New Hampshire —en las que el senador ganaría por 20 puntos a Hillary Clinton— y, como el estado es contiguo, han viajado a pequeñas ciudades para hacer puerta a puerta y pelear voto a voto por el que ya es un ídolo local. En medio de los papeles, los carteles, las poleras y las estrategias anotadas en los pizarrones, hay algo que llama la atención, una paradoja curiosa: la sede de Sanders está en el mismo edificio de una joyería exclusiva, casi como un juego con su idea central de endurecer las condiciones a los multimillonarios y Wall Street.
"El de Vermont es probablemente el partido Demócrata más progresista del país. Hay una tradición de ideas liberales y progresistas, son el lugar donde todo comienza", asegura a Qué Pasa Joe Trippi, jefe de campaña de Howard Dean en 2004.
Decir que Sanders tiene todo para ganar en dos semanas en Vermont sería casi redundante. Aunque no hay tanta publicidad como en otros estados que están en contienda, el senador no lo necesita. Hay una publicidad de video justo frente a su sede, en el principal boulevard comercial de Burlington, en que se replican frases famosas incluyendo conceptos favorables a Sanders. El pequeño mall local, una construcción que se llena en el verano con los visitantes que aprovechan las playas y el lago, tiene ya dentro de sus souvenirs una serie de objetos como tazones, chapitas e incluso calzoncillos y boxers en que la no tan sutil leyenda es "Feel the Bern", un juego entre el concepto de "sentir que arde" y el nombre del candidato. Algunas tiendas incluso prometen donar un porcentaje a la exitosa campaña del senador, que ya tiene más fondos para gastar que la de Hillary Clinton.
En las librerías locales, están disponibles los textos que hablan de su historia. Todo en medio de pequeñas señales que hablan del progresismo de este lugar, como que dos de los principales bancos se llamen "Citizens Bank" (el banco de los ciudadanos) y "People's United Bank" (el banco del pueblo unido).
Y el símbolo más patente está justo en la esquina más concurrida, a unas cuadras de la iglesia de la pequeña ciudad costera. En un inmenso mural de casi media cuadra está resumida la historia de Estados Unidos y de Vermont. Aparecen figuras como los padres fundadores, Abraham Lincoln, Elvis Presley y muchos otros. La obra es de tal magnitud y belleza que no tiene prácticamente ninguna intervención ni raya. Apenas un detalle resalta, justo en la mano de un hombre de gafas y pelo blanco, que aparece debajo del cine local, sonriente, como uno más de los dueños de la historia.
El hombre, por supuesto, es Bernie Sanders. Y en su mano levantada al cielo alguien pegó un sticker que dice: "Bernie 2016".