Frank Miller vuelve sobre Batman. No sé si es bueno o malo. Las dos últimas veces que lo hizo fue un fiasco. DK 2 era extraña e incoherente, y Holy Terror era tan extrema y ofensiva en su ataque a la religión musulmana que tuvo que cambiarle el nombre al personaje principal.
The Dark Knight III: The Master Race apareció hace un par de semanas en EE.UU.. Miller, que está saliendo de una enfermedad grave, no trabajó solo acá: el guión está firmado a medias con Brian Azzarello y el dibujo es de Andy Kubert, con tintas de Klaus Janson (el entintador histórico de Miller). Todo lo anterior hace que se trate de una obra colectiva, dedicada a apuntalar y proyectar el universo violento y gris que el autor había abierto en The Dark Knight Returns.
Esas ideas están acá de nuevo y tienen el encanto de una gestualidad vintage. Volvemos acá a la ultraviolencia de una Wonder Woman que asesina minotauros como si nada mientras le da pecho a un bebé, a las fantasías de exterminio masivo de la hija de Superman y al viejo debate de si la policía debe leer como un terrorista a Batman, que ahora es Carrie Kelley, quien alguna vez fue una Robin adolescente.
Kubert dibuja todo lo anterior con eficacia para que Janson le dé algo de peso noir. Miller aporta una historia de Atom que no está tan mal y por ahí el lector tiene la sensación de que el volumen completo puede ser visto como algo fresco y casi inteligente, casi como un homenaje sentido del autor a las ideas que lo convirtieron alguna vez en una estrella. Mientras, brillan las citas al universo clásico de DC Comics (de la mano de la ciudad embotellada de Kandor) y, por supuesto, al uso de las viñetas que exhiben a Ciudad Gótica como un espacio cacofónico pero vivo, hecho de ruido, voces y miedo.
The Dark Knight III: The Master Race