No deja de sorprender la fuerza en la convocatoria y la agudeza en la estrategia de mercadeo tras el persistente crecimiento de los festivales de música, la rama de la industria del entretenimiento que hoy parece concentrar algunas de las mentes pensantes más atrevidas y los clientes más entusiastas en el rentable segmento del ocio. El panorama de ofertas para multicarteles en vivo este año es bullente, y en ellos la música es a veces sólo una excusa para una convocatoria más amplia en torno a tendencias, de la tecnología (Sonar) al esoterismo (Shambala), del juego (Secret Garden) al lujo (Burning Man).

El anuncio de ayer en torno Desert Trip, en octubre, confirma que el panorama está lejos de ser un campo puramente juvenil, y que serán padres y abuelos quienes probablemente animen el festival más esperado del año. A lo largo de tres noches, desfilarán por el escenario instalado en un resort en el desierto de California los nombres más importantes del rock aún en actividad: el viernes 7 de octubre abre Bob Dylan y cierran The Rolling Stones: How does it feeeeeel?. El sábado, a Paul McCartney le seguirá Neil Young: Old man take a look at my life I'm a lot like you. Y el domingo coronan la fiesta Roger Waters y The Who: Talking 'bout my generation. Puede uno imaginar otros compañeros de generación de talento a la altura (The Kinks, Van Morrison, Eric Clapton, Leonard Cohen, Jeff Lynne), pero no hay cómo discutir la concentración irremontable de influencia que ha conseguido esta convocatoria. Al margen de los pioneros (no olvidemos que Little Richard, Jerry Lee Lewis y Chuck Berry siguen vivos) Los más grandes son los que están. Una nota en la web de Rolling Stone revela que la producción lleva dos años de negociaciones, nombre por nombre, manager a manager. Eran los seis o ninguno.

Se trata, por supuesto, de algo inédito. Ni en Woodstock ni en el Rock'n' roll circus ni en Isle of Wight se vio nada así, y esta vez hay que darle la razón al eslógan: será, efectivamente, un asunto de "una vez en la vida". ¿El precio de la excepción? De entre 199 dólares (un día) a 1.599 dólares (tres días, con asiento reservado), más todos los gastos asociados a traslado y alojamiento hacia un lugar aislado. Las entradas se ponen a la venta el lunes.
Como los organizadores, la productora Goldenvoice, son los mismos del famoso festival Coachella, a la cita ya se le llama, informalmente, "Oldchella". Se vendrán otros infinitos malos chistes sobre cuántos años juntan los participantes, si acaso alguno no llegará vivo a octubre y cómo afecta el sol del desierto a los implantes de pelo sintético, pero parece más interesante rodear las intimidantes cifras involucradas en una producción como ésta. Llegan rumores de un pago de siete millones de dólares para cada participante. "Se les paga lo que valen", comentó el organizador sin confirmar ni desmentir la cifra. Coachella es ya una muy rentable maquinaria de festivales, que puede permitirse y sostener esas cantidades. Su edición del año pasado dejó US$84 millones de ganancias, y apuntar a lo imposible a través de pagos récord (la reunión de Guns n' Roses, el regreso de Daft Punk) se ha convertido en una de sus marcas de trabajo.
El concepto de Desert Trip no se trata sólo de apelar a la historia buscando a quienes forjaron el rock en los años sesenta, sino dar con aquellos nombres del apartado que aún pueden considerarse referentes respetables para el montaje en vivo. No basta con atraer a la audiencia desde el argumento de la nostalgia, sino de algo más apremiante (y cruel, si se quiere): puede ser ahora o nunca. En cuatro meses se han ido David Bowie, Prince, Maurice White y Glenn Frey. Como escribió hace poco el cronista español Diego A. Manrique, "están sucumbiendo las estrellas que tuvieron resonancia global, que retrataron un tiempo turbulento con sus canciones, que estuvieron al frente de un ejército invisible. Y los antiguos reclutas, los miembros de esa tropa, saben que las campanas de hoy también suenan por ellos".
Hace seis años, el crítico musical Simon Reynolds publicó un muy lúcido libro sobre el poder de la nostalgia en al actual mercado musical. En Retromanía, el periodista inglés detalla el reimpulso que le ha significado a la industria posinternet recurrir a su catálogo: compilados y box sets, documentales biográficos y "discos tributo", giras "de reunión" de bandas disueltas y "regresos" de viejas estrellas perdidas. Es tentador leer a Desert Trip bajo este mismo prisma, pero el festival ofrece un peculiar desvío a la tesis: si quienes asistan lleguen a ser sólo adultos mayores de gran poder adquisitivo con ganas de corear lo mismo que en sus años de estudiantes, quienes animen su impulso serán artistas activos, con shows antes y después de su cita en el desierto; con planes y publicaciones, o al menos suficientes pruebas de su reticencia a convertirse en wurlitzers animados. Retromanía era el concierto "Hit parade" que hace dos años recaló en el Movistar Arena con Rick Astley,  Debbie Gibson, Martika y Samantha Fox. Esto parece, más bien, un lucrativo abrazo generacional.