Comino se llama la última guía de restaurantes de Santiago, aunque no queda claro por qué. ¿Por la especia que cruza nuestra sazón nacional? ¿Porque de tanto insistirle con datos a su gestora —Alejandra Hales— le importó un comino seguir dándolos y mejor los mandó al papel? Con el libro impreso, da un poco igual y, en el mejor de los casos, un nombre raro puede llegar a ser un hit. De amarillo potente, su portada invita a una pasada gastronómica por lo que está ocurriendo en la ciudad hoy.
Lo cierto es que hace rato no aparecía una publicación bilingüe de este estilo, lo que habla de su vocación en pro del turista. Tampoco una tan extensa: 352 páginas que reúnen 255 opciones para ir a comer, repartidas en 15 comunas, gracias al trabajo de un equipo de periodistas —Loreto Gatica, Consuelo Goeppinger y Raquel Telias— especialistas en peinar con estilo una gran variedad de rincones comestibles. Eso se demuestra en cada página, con textos que extraen lo esencial de cada sitio, sumado a un trabajo fotográfico y de diseño tan actual como tentador.
Comino da cuenta de la babel al plato en que se ha convertido la capital. Sus 20 segmentos son percepciones hijas de los tiempos que corren. Eso se nota, sobre todo, en el segmento que abre su listado: vegetarianos y afines, con la variante flexitariana como hito ondero. A eso se suman otras asociaciones a bares, terrazas, sandwicherías; también comidas para enamorados, para cerrar negocios, comedores de hoteles, para ir en grupos, o las ubicadas fuera del circuito habitual —Santiago, Providencia, Las Condes, Vitacura—, entre otras opciones bien acotadas.
Se trata de las ocasiones de consumo más recurrentes para el visitante, para el foodie busquilla, o para quien busca enterarse de una buena vez de la oferta capitalina. Un producto ante todo útil, diverso, regalable, con información llamativa, como hitos en medio de un mar de alternativas culinarias. Ahí es donde una pequeña ayuda puede salvar una comida completa.