Rolando Cárdenas nació en Punta Arenas en 1933 y murió en Santiago en 1990. Entremedio de esas dos ciudades, de esas dos fechas, Cárdenas escribió un par de libros de poesía que le bastaron para hacerse un nombre dentro de la literatura chilena. Libros breves, hoy inencontrables, que lo situaron en lo que se denominaría "poesía lárica", vinculándolo siempre con la obra de Jorge Teillier.
Lo interesante —como podemos apreciar hoy en El viajero de las lluvias, antología recientemente publicada por Descontexto editores— es que su poesía siempre fue más allá de aquella etiqueta: no hay nostalgia tan explícita en estos poemas por el paraíso perdido —el sur, la infancia—, sino más bien una indagación por comprender esos lugares, por entender qué los convoca en el presente. Una fogata, el mar, las estrellas, el viento, la nieve, los árboles, el invierno, una madre que se va pronto, la orfandad: el mundo de Cárdenas se construye a partir de esas imágenes. "Apenas queda fuego/ para entibiar el sueño de las palabras", anotó cuando tenía 30 años. Eso hizo con su poesía: darles vida, incansablemente, a esas palabras.