Es la Nueva York de inicios de siglo XX. Sucia, brutal, irreconocible. Es el mundo de The Knick, el nuevo "proyecto" del director Steven Soderbergh. Y digo "proyecto" porque Soderbergh no está en esto para hacer gárgaras y repetir como autómata el mantra de que "las mejores ficciones se están haciendo en la televisión". Soderbergh es un cineasta que ha tenido sus momentos inspirados (Erin Brockovich), patinazos (Solaris) y apuestas arriesgadas (Che), y que, en vez de discursear, se embarcó en un proyecto autoral y ambicioso.
Soderbergh es el cerebro tras The Knick, una serie que tuvo una espléndida primera temporada y que ahora, en su segundo ciclo, comienza a agarrar vuelo, aunque eso no es tan importante como lo único e irrepetible del proyecto, donde Soderbergh dirige todos los episodios —tal como Cary Fukunaga en la primera temporada de True detective—, y eso hace que The Knick, a fin de cuentas, sea una larga película dividida en capítulos, filmada con arrojo y con un lenguaje visual coherente con lo que está contando: los conflictos de un hospital neoyorquino, The Knickerbocker.
Sólo un grande como Clive Owen (Closer) podría hacer creíble y querible al doctor Thackery, siempre al borde del abismo entre la locura y la genialidad. Y aunque Thackery es el huracán de todo, The Knick también es una serie sobre mujeres. Porque las que aparecen no son meras comparsas del frenético Thackery. Ahí están, cargando sus dramas con valentía, en solitario y sin esperar la ayuda de nadie. Como la hermana Harriet, la monja acusada de practicar abortos o Cornelia Robertson, la aristócrata atrapada en un matrimonio y en el sumiso rol de una mujer de esa época (como la condesa Olenska en La edad de la inocencia). O Lucy, la dulce Lucy, enfermera y un ángel caído en manos de Thackery y de su propio padre, un pastor enceguecido por su fanatismo.
The Knick es sobre una época de transformaciones, el inicio de la era moderna de la medicina, pero también sus temas son inesperadamente actuales. Aquí no hay espacio para la nostalgia, sino que todo se convierte en un revelador espejo del presente, que viene desde un pasado que parecía lejano y enterrado. Es un espejo que nos muestra el racismo, el aborto, la igualdad de género, las drogas y las adicciones.
Allí donde Scorsese filmaba en La edad de la inocencia tapices, cortinas y vestidos suntuosos y pesados que escondían los códigos de una sociedad que se hundía en la hipocresía, Soderbergh filma cuerpos con una brutalidad y un realismo que nos dejan pasmados. Cuerpos en medio de una operación, con las marcas de los pinchazos de la heroína o en medio de un sexo callejero y furtivo. En el oscuro mundo de The Knick no hay respiro ni redención posible. La única redención es sobrevivir. Estar vivos. Algo que a inicios del siglo XX, sobre todo si eras mujer, no era poca cosa.
"The Knick", dirigida por Steven Soderbergh.