Son hombres que se esconden tras una máscara o un disfraz, entrenan durante días, buscan en la lucha libre una épica de la que sus vidas probablemente carecen; sin embargo, se suben al ring y por unos minutos sus historias personales —sus miserias, sus problemas, sus dudas— desaparecen o quedan de lado, mientras interpretan a personajes como Ruby Goldstein o La Momia, y luchan: arriba del ring luchan como si la vida se les fuera en aquel espectáculo.

Pero eso no lo vemos.

Paz Errázuriz, que fotografió a un grupo de luchadores a inicios de los 90, no nos muestra ese espectáculo evidente, sino lo que ocurre abajo del ring o tras bambalinas: lo que nadie espera, lo que no conocemos, la vida real en la que se sostiene aquel artificio que es la lucha libre. En el fondo, la mirada se desplaza hacia lo que nadie quiere fotografiar.

Ése ha sido uno de los mayores aciertos del trabajo de Paz Errázuriz: mostrarnos aquello que no parece ideal para ser fotografiado. Cuerpos degradados, mundos oscuros, personajes comunes y corrientes que al ser enfocados por su cámara se vuelven fascinantes. O en realidad: siempre han sido fascinantes, pero no hemos sido capaces de observarlos como ella, quien se da el tiempo de convivir con esos personajes hasta ser parte de su cotidianeidad, y entonces dispara.

Luchadores, su última muestra, que se está exponiendo en la Galería D21 hasta el 26 de noviembre, es un trabajo que realizó hace años pero que no se había decidido a exponer. Una suma de fotografías que dialogan con su famosa serie dedicada a los boxeadores, hombres que se plantan con orgullo frente a la cámara de Errázuriz, sin dejar de lado sus máscaras, sus personajes, y dejan que ella los retrate. Fotografías en las que vislumbramos una épica silenciosa y un reconocimiento a estos luchadores anónimos. Un espectáculo que está fundado en el artificio, en una ficción, pero que en manos de Paz Errázuriz no es más que un pedazo de verdad, y eso probablemente es una de las cosas más sorprendentes de la exposición. Lo que muestran sus fotografías ha sido siempre un pedazo incómodo de la realidad, casi siempre conmovedor, sin duda. Basta revisar, de hecho, el libro Paz Errázuriz —editado por la Galería D21 y que cuenta con textos iluminadores de Nicanor Parra, Diamela Eltit y Enrique Lihn, entre otros ilustres—, que se lanzó hace unas semanas, en el que podemos recorrer algunas de sus series más significativas, como la de los boxeadores y la del tango, o quedarnos detenidos en sus imágenes sobre un circo, o volver a mirar a estos luchadores y fijarnos en la expresión de sus rostros, en los detalles de las máscaras, en esos cuerpos trabajados para conseguir la gloria, en esos hombres que están preparados para todo.

En un año lleno de reconocimientos para Paz Errázuriz —presentó su trabajo en la Bienal de Venecia, obtuvo el premio PhotoEspaña y en diciembre se montará una retrospectiva de su obra en Madrid—, una muestra como Luchadores resulta perfecta para entender la importancia de su trabajo: el talento de fijar la cámara en mundos desconocidos y convertirlos en algo profundamente cercano.