Fue uno de los momentos más dolorosos e inesperados de El despertar de la fuerza. Kylo Ren (Adam Driver), el hijo de Han Solo (Harrison Ford) y Leia (Carrie Fisher), entregado al lado oscuro de la fuerza, asesinaba a sangre fría a su padre. Para refundar Star Wars se necesitaba matar al padre, aunque eso significara matar al mejor personaje de toda la saga: Han Solo.
J. Abrams, director y productor de El despertar de la fuerza, entendió que en esta tensión, de respetar los orígenes, pero dejar atrás el pasado, radicaría todo el atractivo —y también las debilidades— de una nueva trilogía basada en la saga creada por George Lucas. Esta apuesta tiene su prueba de fuego en la segunda entrega, Star Wars: Los Últimos Jedi, dirigida y escrita por Rian Johnson, que se hizo conocido por Looper, asesinos del futuro, una atractiva cinta de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo.
Los fanáticos pueden respirar tranquilos: Johnson asume el desafío con solvencia y, siguiendo el camino iniciado por J. J. Abrams, replica al pie de la letra la estructura de la Star Wars original. Si El despertar de la fuerza fue un dinámico capítulo de presentación de los nuevos personajes, Star Wars: Los Últimos Jedi es el equivalente a El imperio contraataca, una película más oscura, en que las fuerzas de la Resistencia lideradas por la general Leia están cada vez más debilitadas ante el poder del Nuevo Orden, que encabeza el líder supremo Snoke (Andy Serkis), secundado por Kylo Ren. La única esperanza es Rey (Daisy Ridley), que intenta convertirse en una discípula de Luke Skywalker (Mark Hamill) y revivir a los olvidados Jedi.
En tiempos de cine basura, Star Wars: Los Últimos Jedi cumple con dignidad su vocación de cine familiar y masivo. Entretiene, pese a sus baches narrativos, y visualmente resulta espectacular, con un par de alucinantes batallas en el espacio.
Lo mejor de esta nueva saga sigue siendo Rey, una heroína de estos tiempos que tiene en Daisy Ridley todo el carisma que, seamos honestos, siempre le faltó al Luke de Mark Hamill. Si nos bancamos tanto a tiempo a Luke fue porque siempre tuvo a su lado a buenos compañeros, llámense Han Solo, Yoda o hasta Chewbacca. La gran novedad es que Rey no necesita a nadie al lado, y quizá por eso gran parte de los personajes masculinos no le hacen sombra. En este episodio, la fuerza de Rey incluso alcanza para elevar a otros personajes femeninos. En su papel de despedida —tras la muerte de Carrie Fisher—, Leia deja de ser la princesa con peinado raro para convertirse en una estratega. Quizá el único que le puede hacer el peso es el torturado Kylo Ren/Ben Solo de Adam Driver, un Darth Vader capaz de sacarse la máscara y —¡sorpresa!— actuar. No es un spoiler decir que de Rey, una chica que hasta hace poco recogía chatarra para sobrevivir, dependerá el destino final de la galaxia y de esta saga.