¿Cómo podría explicar el año que acaba de terminar? ¿Qué puedo decir de este año en que cambió mi vida de una vez y para siempre? Tal vez, que comenzó lleno de miedos y terminó lleno de sueños.
A comienzos de 2017, cuando planeaba mi transición de género, mi escenario más optimista era lograr que no me despidieran del trabajo. El peor, tener que irme del país. Con mi esposa teníamos un plan: ella viajaría a Canadá para ver posibilidades de trabajo y yo, mientras tanto, me prepararía para dar el gran paso. Me imaginaba distanciada de mi equipo de trabajo, luchando por recuperar la confianza de mis compañeros en Cencosud. Pensaba en todos los amigos que perdería, en los familiares que ya no me hablarían, en cómo tendría que luchar cada día para superarlo todo.
La vida, sin embargo, a veces te sorprende. El primer lugar en donde me sentí aceptada como una mujer trans fue precisamente allí, en el trabajo, en donde sólo tuve que vivir algunas semanas de ajuste a mi nueva realidad. Nadie me siguió llamando Alejandro; todos entendieron que en realidad siempre había sido Alessia. Hoy no sólo hago mi trabajo como antes, sino que me siento más cercana a mi equipo, con mis clientes e incluso con mis jefes: con todos ellos puedo ser yo. A partir de mi transición se formó un equipo de inclusión en la empresa, y estamos trabajando para que en 2018 sea evidente que mi caso no fue un apoyo aislado, sino un compromiso real con la diversidad.
Uno de mis objetivos como trans era tener opinión pública para romper con la idea de que tenemos problemas psicológicos. Quería probar que intelectualmente podía discutir a la par con cualquiera.
En mi vida personal, y pese a mis miedos, no perdí ningún amigo en Chile e incluso pude visitar a mis viejos amigos en Perú —un país más discriminador con las minorías sexuales—, que me recibieron con los brazos abiertos. También mi familia y hasta mi abuelo de 95 años. Esta Navidad la pasé junto a mi madre, que vive en Estados Unidos, es evangélica y muy conservadora, y aunque todavía le cuesta procesar mi cambio, tuvo un bonito gesto: me regaló un espejo con iluminación para maquillarme. No tengo dudas de que la entrevista que di en esta revista ayudó a que mis familiares me comprendieran: había muchas cosas que no se habrían atrevido a preguntarme nunca, y hoy sé que mi historia ayudó a otras familias a entender lo que viven cada día sus hijos, sus hermanos o sus padres trans.
Aunque no todos los trans tienen tanta suerte como yo, hay muchos casos de familias que se pelean completamente. Hace poco en Chile una niña se quitó la vida porque su madre le decía que era una aberración. Cuando te preguntas por qué se suicidan tantas personas trans, la respuesta está allí: por poner un ejemplo, un niño de una minoría racial casi siempre tendrá un padre que lo va a querer y apoyar. Pero a los niños de la diversidad muchas veces sus padres no los apoyan y quedan totalmente solos.
En mi caso, lo peor que me pasó este año fue que me rajaron las ruedas del auto en una estación de servicio. Esas cosas aún pasan. También me han chocado el hombro en la calle o me han gritado cosas, pero pocas veces. Ya no voy a lugares donde se tome alcohol ni a discotecas, es imposible ser trans en Chile y no vivir con algo de miedo. Es el precio que todavía tenemos que pagar. Pero no por eso debemos escondernos de nuestros seres queridos: creo que la forma de conseguir empatía frente a tanto prejuicio es manteniendo la frente en alto, enseñando nuestros dolores y venciendo el miedo a ser vulnerables, aunque te arriesgues a que te rechacen y te duela el doble.
Donde sí estaba dispuesta a recibir odio era en las redes sociales. Uno de mis objetivos como trans era tener opinión pública para romper con la idea de que tenemos problemas psicológicos o somos menos competentes. Quería probar que intelectualmente podía discutir a la par con cualquiera. Y si bien he recibido odio de gente muy religiosa, no se compara con todo el cariño que me ha llegado en las redes. Eso me hace pensar en estas ideas que se repiten a menudo, sobre que la sociedad chilena no está preparada para reconocer a las personas trans o para el matrimonio igualitario. Creo que son prejuicios que llevan mucho tiempo instalados, pero que se desmoronan cuando hay una cercanía.
Quienes me rodean hoy siguen sintiendo que tienen más cosas en común conmigo que diferencias, porque yo también trabajo cada día y soy hermana, hija, esposa y amiga; porque amo como cualquiera. Y amo más que a nadie a mi esposa, Cossete, que me ha acompañado en este viaje. Ella fue la roca que sostuvo mi vida mientras todo se volvía impredecible, y lo sigue siendo ahora que veo las cosas claras. Al principio, las dos asustadas, nos despedimos juntas de la vida que quedaba atrás: de Alejandro, la persona que fui tantos años, cuando aún no me atrevía a ser quien de verdad soy. Juntas hicimos una ceremonia, leímos cartas de despedida y lloramos lo que teníamos que llorar. Así cerramos una etapa, nos miramos a los ojos y luego miramos hacia adelante. Aún hoy intentamos descifrar cómo será el futuro y seguimos buscando cada día el camino para seguir transitando juntas.
Ha sido, como ven, un año increíble y extraño, en donde fui portada de una revista y luego tuve que ir a la radio y a la televisión, recibir premios, e incluso salir en la franja presidencial. Pero mi mayor logro, el que me llena de felicidad, es que ahora soy yo misma, sin secretos, sin vergüenzas, sin mentiras. Sigo siendo la que era, pero soy distinta: ya no tengo miedo a ser honesta, a mostrarme vulnerable, a conectarme con los demás como nunca había podido. Ya no tengo miedo a ser rechazada por los demás y hasta puedo hablar en público sabiendo que las cosas van a estar bien.
Acá estoy, tratando de poner mi granito de arena para todos los que aún no pueden sentirse así. Quiero pensar que he derrumbado algunos prejuicios y que le he dado alguna esperanza a otros. No sé qué traerá el futuro, ni siquiera este año que viene, pero sé que hoy soy Alessia y soy feliz.