¿Por qué siguen en gira los Rolling Stones? Asegurado su espacio en el panteón de la música popular del siglo XX, instalados al menos cuatro de sus discos entre las ineludibles señas rockeras, cubiertos todos sus integrantes y colaboradores cercanos de un patrimonio más que suficiente para ellos y su descendencia, ¿qué es lo que lleva a cuatro sujetos que hoy promedian los 72 años de edad a desdeñar su legítimo derecho al descanso veterano y armar una nueva caravana llamada "América Latina Olé Tour 2016", para montar trece conciertos en ciudades que ya conocen, ante audiencias que bailarán y gritarán como todas, animando frente a ellas un repertorio que en varios casos descansa en composiciones que mostraron por primera vez hace medio siglo?
Nos hacemos estas preguntas porque —ni que decirlo— no somos un rolling stone. Se trata de cuestionamientos pedestres, formulados desde deducciones puramente prácticas, que por lo demás tampoco inquietan a varios otros compañeros de generación suya, en giras tanto o más extensas que las de los ingleses. Mick Jagger dijo una vez que "prefiero pensar en el próximo tour que en la jubilación. Retirarme no se me pasa por la cabeza". La única vez que el músico ha detenido una gira fue hace dos años, tras el suicidio de su pareja, la diseñadora L'Wren Scott, un golpe tan bajo como inesperado. Son músicos que se saben parte de una maquinaria siempre en marcha, a disposición de la fama de vivir para el escenario. No hay que tener razones para seguir con ello.
A estas alturas, la banda puede hacerse cargo sólo de una parte de las interpretaciones que se hagan en torno suyo. Su historia es muchas cosas diferentes según quien la interprete, y así como su propuesta supuso alguna vez un genuino afán subversivo y una conexión sincera con música negra que todavía resultaba marginada de la gran industria, es mejor no ser ingenuo con la pesada carga corporativa aparejada en estos días sobre su segunda visita a Chile. Los Rolling Stones son una banda peligrosa sólo en la fantasía de quienes proyectan en ellos ansias largamente aplacadas de sacudón existencial. Millonarios mimados dispuestos a seguir articulando impecablemente los tópicos que su historia ayudó a instalar y que sus fans esperan, los de "Paint it black" volverán a levantar en el Estadio Nacional ese armado sólido que brilla en contacto con la nostalgia de quienes tiene al frente, y que afina en ese montaje en vivo el fiato que hace muchos años se les escapó del estudio de grabación.
Imposible saber cuándo los Stones planean detener la facturación de su exitosa troupe a sueldo, pero hay ciertas pistas que corroboran lo dicho hace un par de años en Chile por un cineasta que venía de reunirse con Jagger para evaluar una película autobiográfica en conjunto: son músicos hoy obsesionados por el recuerdo que quedará de ellos. Sólo el año pasado, Keith Richards se ocupó en la publicación de un disco (Crosseyed Heart) y un documental (Under the Influence) solistas, mientras Jagger ha intensificado su interés por el cine en recientes labores de producción ejecutiva para cintas como Get on Up. The James Brown Story y la venidera serie Vinyl; vinculadas, ambas, a las influencias que más profundamente lo marcaron. En abril próximo, la muestra Exhibitionism llevará por once museos y galerías recuerdos y objetos de su trayectoria conjunta (los tickets de ingreso se venden hace meses). La marca que queda de un grupo como The Rolling Stones en la cultura popular no puede a estas alturas profundizarse, pero sí ajustarse, editarse de recuerdos incómodos, pulirse hasta el infinito para que no deje de perder el brillo. Una cosa es segura: la muerte del grupo no los va a encontrar opacos.