La nueva serie de HBO es —otra vez— una apología a la nostalgia. Creada por Mick Jagger y Martin Scorsese, Vinyl nos sitúa en 1973, un año bisagra en lo musical con el nacimiento del punk, rap y proyectos experimentales como The Velvet Underground. Ahí, en una Nueva York sucia y decadente, conocemos a Richie Finestra (Bobby Cannavale), un ejecutivo discográfico que busca resucitar su sello musical; a Kip Stevens (James Jagger, el hijo de Mick en su gran debut actoral), vocalista de la banda punk The Nasty Bits; y a Jamie Vine (Juno Temple), una ambiciosa asistente del sello discográfico de Finestra.
En los primeros dos capítulos se nota la mano de Scorsese y la curaduría musical de Jagger (cada tanto hay canciones que dan ganas de volver a escuchar). Y esa es una de las fortalezas de la serie: Vinyl tiene estética, soundtrack y algo de la clásica moral mafiosa de las películas de Scorsese. Pero —por lo menos en los dos primeros capítulos— la historia parece más enfocada en revisitar ciertos hechos históricos de los 70 antes que en crear una narrativa vinculada a esos años, independiente de lo que realmente sucedió (como lo hizo Mad Men con los 60).
Vinyl se siente como una película dividida en capítulos antes que una serie. En sus mejores momentos trata sobre la música como salvación; en otros momentos parece un show que sólo busca ser un documento histórico, otro relato sobre las corrientes musicales de los convulsionados 70.