El kirchnerismo vivió el domingo su noche más traumática en doce años de poder. Al igual que en Brasil, Reino Unido, Israel, Estados Unidos y otras experiencias electorales recientes de distintas latitudes, las encuestas en la Argentina volvieron a mostrar su incapacidad para predecir con exactitud el comportamiento de un amplio porcentaje de los votantes. Fallaron los sondeos, y con ellos, las expectativas de toda la clase política, que aún no sale de su estado de perplejidad. El candidato presidencial oficialista, Daniel Scioli, no sólo estuvo muy lejos de ganar en primera vuelta: el opositor Mauricio Macri logró un caudal de votos que ni su propio equipo esperaba, y que lo pone en considerable ventaja para el balotaje que se disputará el próximo 22 de noviembre.
El inesperado y fenomenal golpe electoral que recibieron los K lleva al país a un terreno completamente desconocido: será la primera vez en la historia argentina que se celebrará una segunda vuelta para elegir presidente. En 2003, ese escenario estuvo a punto de concretarse, pero Carlos Menem se bajó del balotaje ante la certeza de que Néstor Kirchner lo derrotaría por paliza. Esta vez, las cosas son diferentes: en la primera vuelta, Scioli (36,86%) venció por apenas dos puntos porcentuales a Macri (34,33%), lo que abre un panorama tan inédito como impredecible.
Observadores y analistas coinciden en que a Macri le salió todo bien, y a Scioli, todo mal. El alcalde conservador de la Ciudad de Buenos Aires acaba de alzarse con un triunfo histórico en la Provincia de Buenos Aires, un inmenso distrito que constituye el 37% del padrón electoral del país, donde su candidata, la joven María Eugenia Vidal, le arrebató la gobernación al peronismo después de 28 años. El derrotado fue el ultrakirchnerista Aníbal Fernández, elegido de Cristina Kirchner para disputar la sucesión de Scioli, actual gobernador de la Provincia. Con apenas siete meses de campaña electoral, Vidal obtuvo una victoria impensada contra Fernández, cuya imagen se vio seriamente afectada por una serie de denuncias mediáticas que lo vincularon al narcotráfico.
El triunfo macrista en la Provincia es tan o más impactante que la performance del propio Macri en las presidenciales: la derrota del peronismo en su bastión histórico promete reconfigurar por completo el tablero político argentino, y deja en evidencia que el "aparato" partidario ya no basta para ganar una elección cuando la economía no acompaña. Al mismo tiempo, la derrota de Fernández pone en entredicho el mito de la infalibilidad de Cristina Kirchner para elegir candidatos: a la luz de los resultados, la mandataria optó por la peor alternativa posible. Macri, en cambio, capitaliza la osadía de haber apostado por una dirigente desconocida, con una corta trayectoria militante y forjada en la técnica del focus group.
El naufragio en la Provincia de Buenos Aires es el incómodo punto del que parte el kirchnerismo hacia la segunda vuelta presidencial. Con un agravante: Daniel Scioli no convence ni siquiera al núcleo duro K, que recela de su esencia ideológica y duda sobre su proyecto de poder. Pese a que siempre fue un aliado estratégico de los Kirchner y ocupó puestos clave en sus gestiones, su relación con el gobierno nacional ha sido tensa y ambigua, especialmente con Cristina. Si Scioli capta el voto cautivo kirchnerista, no es por amor, sino por espanto. Paradójicamente, el gran desafío de Scioli durante el próximo mes será seducir a parte del electorado antikirchnerista. Sus asesores le aconsejan que se despegue tanto como pueda y cuanto antes de la figura de la presidenta, a quien buena parte de los votantes opositores responsabilizan por los últimos cuatro años de estancamiento económico, alta inflación, restricciones cambiarias, crecimiento del narcotráfico y hastío ciudadano.
¿Y a dónde irá Scioli a buscar esos votos? Al mismo nicho que Macri: el del 21,34% de los argentinos que en la primera vuelta optaron por el peronista disidente Sergio Massa, tercero en discordia y probable "árbitro" del balotaje. Aunque el voto de Massa es antikirchnerista, también contiene un nada despreciable componente peronista. El sciolismo abriga la esperanza de que parte de ese electorado se resista a apoyar a Macri, un empresario millonario, de estética noventista y devenido en líder del centroderecha cuya campaña tuvo, por cierto, un fuerte sesgo antiperonista. El macrismo, por su parte, buscará exacerbar el deseo de "cambio" de esos mismos votantes massistas. Durante el próximo mes, ambos candidatos se deslizarán previsiblemente hacia el centro, en busca de los sufragios que definirán el balotaje. Por eso aún nada está dicho, excepto una cosa: que la Argentina se asoma a algo nuevo.