No tenía por qué hacerlo —su relevancia estaba muy por encima de imposiciones promocionales— pero para su visita de 1997 a Santiago (la segunda y última), David Bowie sostuvo algunos encuentros con medios, sin mayores restricciones de tiempo ni pauta. La siguiente es la transcripción de la conversación sostenida en un cupo para la desaparecida revista Extravaganza!, justo a continuación de una conferencia de prensa en el hotel Hyatt que no llegó a llenarse.

—Se ha vuelto casi un cliché hablar de David Bowie como un artista "experimental y arriesgado". Desde ese punto de vista, ¿cuál es su relación con el error? ¿Trata de evitarlo o lo considera parte de su búsqueda creativa?

—He llegado a entender que no hay nada que aprender del éxito. Pienso que todo se aprende del fracaso. Así es que, bueno, me equivoco lo más posible.

—Y, entonces, ¿qué le sugiere la palabra éxito?

—El verdadero éxito viene cuando yo alcanzo una cierta plenitud en la composición e interpretación de un trabajo. Cuando un trabajo es, para mí, artísticamente vibrante siento que he alcanzado ese tipo de éxito que me parece el único por el cual vale la pena luchar. Cualquier éxito material es algo secundario o, supongo, una especie de bono de reconocimiento. El real éxito es artístico y espiritual.

—¿Pensaba lo mismo en sus inicios?

—Parece que éstas son ideas que me han preocupado siempre. Supongo que ahora me doy más cuenta porque, al envejecer, desarrollas una mayor perspectiva sobre tu vida. Pero para mí es bastante evidente que siempre he estado en búsqueda. Soy una suerte de born-again Christian o algo así [ríe]. Y siento una fuerte afinidad hacia la idea de una vida espiritual. Pero personificar esa vida espiritual es algo que siempre me ha evadido.

—No es una persona religiosa, por lo tanto.

—No me gusta usar la palabra religión que, para mí, es parte de una codificación de ideas. Es un concepto demasiado político. No me siento cómodo con la idea de contener la vida espiritual en un cuerpo político, sino por la búsqueda individual del hombre de su propio espíritu.

—Aquí va otro cliché: ése que dice que usted es un artista "futurista". Imagino que es el presente lo que más le interesa.

—No me veo como ningún tipo futurista. Me veo, ojalá, como un artista contemporáneo, y espero que lo que compongo represente el zeitgeist en que vivo. No trato de anticiparme a nada. Sólo reflejar acuciosamente mi época.

—Los críticos se han extendido detallando las innovaciones técnicas en sus últimos discos. ¿No siente que a veces olvidan hablar de usted, y de lo que todas esas innovaciones pueden decir sobre su persona?

—Es un asunto muy complejo determinar cuánto de la vida personal uno está poniendo en la música. Estoy de acuerdo contigo: la complejidad de la crítica hacia la música tecno e industrial ya se ha vuelto casi bizarra. Me interesa que nuestra música no sea estrictamente tecnológica. Somos una banda muy orgánica, y pienso que la combinación de instrumentos con tecnología produce una especie particular de música que no se presta tan fácilmente para un análisis solamente técnico. A nuestra manera, estamos en un terreno incierto. No cabemos dentro del terreno dance, pero tampoco dentro de un terreno estricto de rock: estamos en algún lugar al medio.

—Pero creo que su música nunca ha dejado de ser profundamente emocional; hay en ella una cierta clave espiritual, ¿no?

—Claro. Y es probablemente un error confundir las necesidades técnicas de hacer música y el estilo, con el contenido. El contenido es la prioridad del porqué compongo mi música. Utilizo el estilo y los atributos técnicos como un armazón, dentro del cual pongo lo que sea quiero decir. Entonces, el estilo no me inquieta: es un medio para un fin. Y el fin es mi escritura íntima; lo que yo siento.

—¿Cómo caben las letras dentro de ese «armazón»?

—Las letras son sólo parte de lo que se trata mi música. Son meramente otro color. El vocabulario y las palabras dejan tanto sin decir. Rara vez explican cómo uno se siente. Al final, lo que digo es una combinación de estilo, letras y música. Todos esos elementos son los conductores, y el contenido es el pequeño pasajero que se sienta encima [ríe].

—Es una declaración muy trasparente, pero sus letras no suelen serlo. Más bien tiende a los versos oscuros y existencialistas.

—[Piensa unos segundos] Me encantaría escribir sobre lo seguro que me siento en sociedad, pero parece que tiendo a escribir desde una posición aislada, es cierto. Muchas letras fluyen desde mi conciencia, y uno no puede tener mayor control sobre las necesidades internas. Me considero una persona positiva, pero parece que mi escritura refleja los aspectos más oscuros o negativos de mi psiquis. Y perdón por eso, no puedo hacer nada al respecto, jajaja.

—Usted que ha optado por trabajar inteligentemente dentro del género pop, ¿no cree que a los auditores actualmente se les subestima?

—Sí, creo que generalmente son considerados en el nivel más bajo. Y creo que la responsabilidad del artista es componer a su propio nivel de comprensión para, luego, presumir que existe una audiencia para lo que hace.

—¿Y cuál es su posición como auditor? ¿Cuáles son los discos que le provoca comprar, por ejemplo?

—La mayoría de la música que escucho y compro es de artistas desafiantes. Es el tipo de trabajo que me estimula como artista y como simple auditor. Pienso que nunca estoy feliz cuando me siento cómodo creando música. Debo sentirme incómodo, sentir que estoy en una zona que no controlo. Es en esa situación que la música resulta mejor. Cuando he estado fuera de mi norma es cuando han surgido mis cosas más interesantes.

—¿Le interesan más, por lo tanto, las márgenes que lo masivo?

—Siempre. Resisto lo más posible la tiranía del mainstream. En la mayoría de las artes que me interesan, prefiero buscar en la periferia: en la pintura, el cine, el teatro, la música. Es fuera de la sociedad convencional que encuentro la real esencia de la creatividad innovadora y excitante. La audiencia que yo tengo, suele ser gente que siente esto mismo.

—En esta gira ha estado interpretando algunos covers, específicamente de The Velvet Underground. ¿Por qué?

—Para mí, las primeras canciones de Lou Reed redefinieron al rock. Cuando las escuché en los años sesenta sentí que la literatura moderna comenzaba a ser una fuerza nueva dentro de la música rock.

—Fueron letras muy escandalosas en su tiempo.

—Claro, pero no creo que las canciones que traten sobre lo negativo necesariamente lleven a la audiencia a hacerse cómplice de esa negatividad. Si hay música que por necesidad es nihilista, no tiene por qué sumergir al auditor en ese nihilismo. Las letras de Lou Reed no me hicieron convertirme en un heroinómano ni rendirme a la vida. Me hicieron cuestionarme cómo esas canciones podían escribirse en una sociedad supuestamente funcional. Por eso, un público inteligente tomará esas ideas como una provocación para cuestionamientos más profundos.